Sólo la educación podrá rehacer nuestro perdido país
Discurso de la destacada crítica de arte mexicana Ida Rodríguez Prampolini al recibir la Medalla de Oro Bellas Artes por su brillante trayectoria y aportaciones dentro del quehacer cultural de su país, pero sobre todo “por ser una enorme veracruzana, una gran mexicana y una mujer de altísimo valor universal”
Ida Rodríguez Prampolini
Definitivamente soy una persona que nació con muy buena suerte. Pasé mis primeros 17 años a la orilla del mar en el puerto de Veracruz, una ciudad, entonces, con un centro vivo y con construcciones coloniales muy bellas. Hoy nada de eso existe. El Castillo de San Juan de Ulúa sigue en ruinas, los conventos están convertidos en bodegas y estacionamientos, las casas son tugurios, las calles al anochecer son invadidas por malvivientes, prostitutas y viciosos, son únicamente turistas los que acuden al corazón de la ciudad, el zócalo, y gozan del danzón al que asisten, como en un antiguo ritual, casi exclusivamente personas de la tercera edad.
La juventud y la mayor parte de los clase-medieros van a los centros comerciales a soñar frente a los aparadores y vitrinas en comprar algo que, seguramente muy pocos podrán adquirir.
La voracidad económica actual ha hecho un nuevo Veracruz fuera del viejo centro, copia de cualquier ciudad de medio pelo del sur de los Estados Unidos. No es que me incline a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero en este caso no tengo la menor duda. La ignorancia de la clase política y los ricos jarochos se demuestra en lo que hecho han y siguen haciendo con el centro histórico. No sé con qué espectáculo disneylandesco festejarán el bicentenario en el primer ayuntamiento de América firme. Ya se les ocurrirá algo muy caro y a las carreras.
Tuve la fortuna de nacer en una familia maravillosa con abuela, padres y 4 hermanos. Los hijos recibimos una educación cuidadosa y al mismo tiempo muy alegre. Nos enseñaron con su ejemplo a ser generosos, solidarios y a preocuparnos por los demás. Vivíamos a dos cuadras del precioso barrio negro de la Huaca. Mi papá era el médico de esa población negra y como no cobraba, sus pacientes —muchos de ellos pescadores— llevaban a la casa langostas muy frecuentemente. Las playas de Veracruz estaban llenas de langostas, hoy no hay más que una y en el Acuario, se las acabaron con dinamita.
Mi niñez pasó en ese barrio que recuerdo como una fantasía, casas pintadas de colores con pórticos adonde las mujeres, con paliacates en la cabeza y puro en la boca, se bamboleaban en sus mecedoras y nos contaban a los niños, sentados a su alrededor, historias increíbles. Cuando algunas niñas iban a jugar a mi casa les polveaban con talco blanco la carita y los brazos. Dormí todas las noches con el sonido de los tambores de la Huaca y en el carnaval eran los reyes del ritmo y de la alegría.
Un buen día todo desapareció, la población negra que había vivido en esa zona fuera de la muralla que rodeaba Veracruz, fue trasladada muy lejos al pie de las vías del Ferrocarril Mexicano y el barrio de la Huaca entró en el proceso de la fiebre inmobiliaria y la especulación financiera.
Por mi buena fortuna me nombraron Reina del Carnaval sin haber hecho ningún esfuerzo, mis amigos de la Huaca se movilizaron y apoyaron exitosamente mi candidatura. Para una muchacha de 17 años esto es un regocijo. Al frente del carro iba la comparsa de Herlinda, mi nana, bailando rumba y gritando vivas a su niña como me decía. Herlinda era una mulata de ese barrio. Sobre esta mujer inteligente, buena y preciosa de espíritu quise escribir la biografía pero la vida se me fue sin hacerlo. Para ella mis más cálidos recuerdos. Tengo dos hijos con quienes llevo una magnífica relación, que han soportado por años mis frustraciones por inseguridad, así como mis éxitos y a quienes agradezco sus amorosos cuidados. Tengo cuatro nietos que son mi alegría y mi preocupación, una hija adoptiva, estupenda ceramista, y una nuera respetuosa. Tenemos la fortuna o la desgracia, no lo sé, de vivir en el mismo terreno frente al mar en un paraíso tropical. Tengo sobrinos y amigos magníficos y sería un ser tranquilo y feliz si no fuera por el dolor que me causa lo que hemos hecho de México y el mundo.
Cursé la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras, me doctoré a los 22 años con la tesis La hazaña de Indias como empresa caballeresca. En este trabajo estudio la influencia que tuvieron los libros de caballería en el espíritu de los conquistadores que vinieron a América. Hago una comparación entre las Crónicas de Indias y los libros de caballería como Amadís de Gaula y muchos otros. Este trabajo corrió con suerte y lleva varias ediciones. Además, por los Amadises gané la beca de la Secretaría de Educación Pública para la mejor tesis. Esta beca era para ir a estudiar en una universidad de los Estados Unidos. Como buena patriota veracruzana no me gusta ese país, y ahora menos. Un ilustre paisano don Rafael Arreola Molina me consiguió una entrevista con el presidente Miguel Alemán al que le planteé mi interés por ir a visitar museos en Europa. Me concedió el cambio de beca y así recorrí, durante un año, los principales museos y galerías de Inglaterra, Holanda, Bélgica, Francia, Italia y España. En algunos tomé cursillos y oí muchas conferencias. En España me inscribí en la Universidad de Santander. Durante tres meses estudié Historia del Arte con Eugenio D´Ors, el famoso Historiador del que aprendí muchísimo, excepto de su inclinación al franquismo. En la Facultad de Filosofía, todavía en el antiguo y bello edificio de Mascarones tuve el privilegio de tener como maestros a algunos de los recién llegados brillantes intelectuales españoles como los doctores José Gaos, Luis Recascens Siches quien dictaba sus cursos en la Facultad de Derecho, Eduardo Nicol y Juan de la Encina. Los cursos de éste último sobre pintura española especialmente sobre el Greco y Goya, despertaron en mí la inquietud sobre los estudios de las artes plásticas. A él y al Dr. Justino Fernández debo mi vocación por la Historia del Arte. De los maestros que tuve fueron el Dr. Francisco de la Masa, el Dr. Fernández y el historiador Edmundo O´Gorman los que más influyeron en mi formación. Ellos me enseñaron la disciplina de trabajar como mínimo ocho horas diarias y me introdujeron al grupo de intelectuales y artistas más importantes de su tiempo que eran sus amigos.
El movimiento estudiantil del 68 cambió radicalmente el enfoque historicista que había aprendido en la Facultad de Filosofía y Letras y me hizo salir de la Torre de Marfil, bien resguardada, donde viven todavía muchos académicos de las universidades del mundo. Después de la masacre del 68, un grupo de amigos españoles y mexicanos me invitaron a unirme a una Comuna de desarrollo comunitario en el bello pueblo de Tlayacapan, Morelos. Pusimos agua al pueblo perforando un pozo de 160 metros y, junto con los habitantes, se hizo una red de agua potable que llegaba a la puerta de cada casa. Abrimos varios talleres de costura, alfarería, jardinería, cría de conejos y puercos y una Escuela Secundaria Agropecuaria. Al terminar los jóvenes la secundaria, los padres de familia nos pidieron un bachillerato para sus hijos. Abrimos un CCH con el apoyo de la UNAM, veintinueve alumnos ingresaron; al graduarse logramos becarlos en la UNAM y la Universidad Iberoamericana. Casi todos ellos acabaron sus carreras y regresaron a Tlayacapan adonde actualmente dirigen la escuela. El apoyo del Sr. Obispo de Cuernavaca don Sergio Méndez Arceo y el entusiasmo de los integrantes de la comuna Calpulli fundada por el Arquitecto de origen jalisciense Claudio Favier Orendain fueron decisivos para el desarrollo de Tlayacapan.
Un buen día, más bien noche, el gobernador del estado y las autoridades de Gobernación quemaron la escuela, mataron a un campesino y nos corrieron a tiros por comunistas, expulsaron a los españoles y acabaron con todo lo que se había hecho. También se llevaron el agua a los fraccionamientos. Sin embargo, la semilla estaba sembrada y el pueblo ha ido recuperando poco a poco los espacios que le pertenecen. Mi regreso a vivir en Veracruz para fundar el Instituto Veracruzano de Cultura con un marcado acento en la educación artística, fue resultado de mi cambio de enfoque producido por los estudiantes del 68. El Instituto Veracruzano de Cultura que hicimos en Veracruz fue un ejemplo de cómo con la educación artística la sociedad sufre cambios fundamentales. Abrimos setenta Casas de Cultura en todo el estado e instituimos clases de arte para maestros normalistas y las poblaciones en general. Desgraciadamente el IVEC fue tomado por asalto por los políticos. Los directores que me sucedieron descuidaron por completo la educación y se dedicaron a promover únicamente eventos públicos y turísticos, olvidando las aulas que fueron arrasadas. Sólo perduran la Escuela de Danza, fundada por Guillermina Bravo, la incansable promotora del ballet moderno en México, y la Escuela de Música fundada por mi hermana Consuelo Rodríguez Prampolini, quien merecería esta medalla más que yo. Actualmente esas dos escuelas están sufriendo los embates de las propias autoridades de la Institución para los que la educación no cuenta, sólo el turismo.
El Instituto Veracruzano de Cultura fue inaugurado en 1987 con una gran muestra de arte popular hecho por indígenas de las catorce etnias que habitan el largo territorio veracruzano. Cuando les platiqué a algunos amigos de este proyecto, me aseguraron que en Veracruz no había más artesanía que las que se vendían en los puestecitos del malecón hechos con conchitas. Les aseguré que adonde hay indígenas existe siempre arte y que yo había visto maravillas cuando era niña. Recurrí a las maestras Ruth Lechuga y Teresa Pomar, las salvadoras de las artesanías de este país. Estas admiradas y queridas investigadoras me proporcionaron todas las pistas para localizar a los artesanos en el estado. Me dieron rutas a seguir en los dispersos poblados indígenas e inclusive nombres de muchos de los mejores artistas, hacedores de verdaderas obras de arte. La muestra con la que abrimos sorprendió al público. En el Instituto pusimos una tienda para la venta y apoyo de la economía familiar de estos artistas, la cual, inmediatamente después que yo me fui, fue cerrada.
En 1999 se fundó el Consejo Veracruzano de Arte Popular que dirigí durante ocho años. Se publicaron dos tomos con las artesanías que se producen en la Huasteca veracruzana y en el Totonacapan y están en prensa los del Centro y Sur del Estado, además de pequeñas publicaciones de investigaciones sobre temas específicos de la riqueza tradicional.
Hoy, los artesanos de Veracruz producen bellos objetos, su creatividad ha aumentado y lo que es muy importante pueden vivir de su trabajo cerca de dos mil familias indígenas y mestizas. De mi quehacer en Veracruz me siento orgullosa y útil. Mi desacuerdo con el veredicto presidencial de que Doña Ernestina Ascencio, la indígena veracruzana de Zongolica, había muerto de gastritis y junto a esta mentira enterarme de la indignación de la población india porque la habían exhumado y con ello Doña Ernestina había perdido su camino al Mictlán me hizo renunciar a la Dirección del Consejo, que afortunadamente sigue funcionando de manera espléndida gracias al equipo de su capaz directora, la maestra Ghislaine Bonnot.
Me sentí completamente incapaz de penetrar en el mundo indígena, no tengo la preparación. Además creo que son las propias etnias las que deben darnos cuenta de sus tradiciones e historia. La creación, por la Universidad Veracruzana, de cuatro centros de la Universidad Veracruzana Intercultural, repartidos en el estado, es la esperanza de que sean los propios indios los que nos eduquen sobre sus costumbres y tradiciones. He insistido en que el director de estos centros no sea un político. Cuando le entregan a uno un reconocimiento lo primero que se ocurre pensar es, ¿por qué me lo dan?, ¿lo mereceré? Y seguramente nada de lo que he contado hasta ahora amerita recibir una medalla como la de Bellas Artes que hoy me entregará la Dra. Teresa Franco, a quien agradezco mucho esta distinción.
No cabe duda que el Instituto Nacional de Bellas Artes ha sido fundamental en el desarrollo artístico y cultural de nuestro país. Sin él, México seguramente sería muy distinto. Bellas Artes ha educado a muchas generaciones, ha formado a los más importantes artistas del país y ha dado a conocer el arte mexicano en el mundo. Me supongo que hoy me dan esta medalla por haber impartido clases de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo por 50 años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Por haber publicado treinta libros sobre arte y cerca de quinientos artículos e innumerables conferencias sobre diversos artistas y temas del arte universal y sobre todo mexicano. Tengo la dicha de haber intervenido en la formación de algunos de los más connotados historiadores y críticos de arte que fueron mis alumnos y que hoy son entrañables amigos.
De los libros que he publicado al que tengo más aprecio es el de La crítica de arte en México en el siglo XIX, porque ha ahorrado horas de investigación a muchos estudiosos de esa época. Otro libro que me gusta y recibió en su tiempo severas críticas muy negativas es Dadá-documentos, en el que colaboró con un excelente texto mi querida Rita Eder. La introducción que hago ahí y los documentos que publico marcan el cambio fundamental que Dadá impuso al arte moderno. Abandoné el historicismo de mis maestros y comencé a unir arte y sociedad.
En 1976 publiqué en los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas núm. 45, un artículo titulado “Propuesta para un arte al servicio del pueblo” que me sigue pareciendo una aportación válida y que en cierta manera resume mi postura ante los problemas de la educación artística que el estado podría adoptar. Escribí, entonces:
“Ni la experimentación formal individualista, aun aquella de intenciones revolucionarias y nacionalistas, ni la posibilidad de una mayor divulgación de las obras producidas por la minoría, que traería una extensión del público receptor, lograrían una finalidad satisfactoria, ya que no serían auspiciadoras de un cambio social que es lo que el Estado debe buscar. El cambio en el arte sólo podría lograrse cuando el control de su producción, su distribución y su consumo recaiga en las mayorías. No se trata, por lo tanto de propiciar el arte individualista, ni que el Estado se convierta en protector de los artistas. Tampoco se trata de fomentar el arte para el pueblo, sino de hacer de la vida de la gente un acto cotidiano de liberación, conocimiento de la realidad y formación de una cultura que exija el cambio hacia la justicia, la igualdad y la alegría desajenada.” (pág. 169)
Los libros que escribí sobre artistas me granjearon casi siempre su enemistad. El de Herbert Bayer, un concepto de arte total no le gustó porque, según me dijo, lo transformé en socialista, régimen que a él no le gustaba. Las críticas que hice de Sebastián lo disgustaron y de los increíbles ataques que publicó José Luis Cuevas por mi libro Cuevas y el dibujo, mejor no quiero hablar. Sólo un artista a quien respeto y gozo su amistad y cariño, Pedro Friedeberg y los grandes pintores Juan O´Gorman y Luis Nishizawa quedaron a gusto con mis textos.
Mi último quehacer como maestra ha sido fundar el Seminario sobre el muralismo mexicano, producto de la Revolución de 1910 en América. A este Seminario asistió un grupo de jóvenes entusiastas y sabios que hicieron las fichas sobre lo que será un Catálogo razonado sobre las décadas 1920-1940. De los murales consignados, más de la mitad ya no existen. Por diversas razones políticas y de mezquinos intereses han sido borrados o descuidados, muchísimos de ellos por la propia Secretaría de Educación Pública, la encargada de protegerlos.
Hemos solicitado al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través de la Dra. Franco, que publique este Catálogo que recupera la historia del muralismo, la más grande aportación que México independiente ha dado al mundo, según el gran escritor Luis Cardoza y Aragón. Reitero a la Dra. Franco y a todos ustedes, mi petición.
En varias ocasiones formé parte de los programas artísticos que la SEP iba a implementar. Un grupo interdisciplinario luchó hasta el cansancio para que la SEP, por fin, incluyera como prioritaria la educación artística en la formación de sus maestros. Desgraciadamente esos programas jamás se adoptaron. Hoy la SEP en manos de la inenarrable bribona, Esther Gordillo, no tiene mucho remedio. El analfabetismo es un estigma que los gobiernos federales y estatales niegan camuflando las cifras reales de analfabetas. Los jóvenes no tienen cabida en las universidades públicas. Los maestros están pésimamente pagados y sin alicientes morales para ejercer bien las tareas educativas, las más importantes fuerzas que existen para mejorar las sociedades y hacerlas más nobles, solidarias y participativas. Del presupuesto que se dedica a la educación, muy poco está dirigido a las humanidades. La ciencia y la tecnología reciben casi nada, pero las humanidades menos. La cultura y las artes se encuentran ligadas al turismo de entretenimiento más que al desarrollo espiritual de las personas. El pretexto del estado es que el presupuesto no alcanza y la verdadera educación está en manos de las nefastas televisoras privadas.
Un país como Cuba ha revolucionado la educación y ocupa el primer lugar en América Latina. Fidel Castro ha hablado en diversas ocasiones de lo que se necesita para invertir en el más necesario rubro que existe para un gobierno, la educación, para la cual nunca son suficientes los recursos. Fidel pregunta: “¿de dónde sacar el dinero necesario (para la educación)?” y responde: “Cuando no se lo roben, cuando no haya funcionarios venales que se dejen sobornar por las grandes empresas con detrimento del fisco, cuando los inmensos recursos de la nación están movilizados y se dejen de comprar, tanques, bombarderos y cañones sólo para guerrear contra el pueblo y se le quiera educar en vez de matar, entonces habrá dinero de sobra”.
Creo que todos los ciudadanos conscientes firmaríamos estos principios. Nuestra tarea es luchar por recuperar nuestro perdido país. Tenemos que rehacerlo y sólo la educación lo hará posible.
Quiero, para terminar con este striptease espiritual al que los he sometido, dedicar este honor a dos hombres que admiro: A mi psicoanalista el Dr. Aniceto Aramoni quien me enseñó a lidiar con mi neurosis y a un hombre a quien no conozco, el Dr. Pablo Latapí Sarre. He seguido sus enseñanzas por muchos años con respecto a la educación y al misterio de Dios. Latapí es el mexicano actual que sabe más sobre el proceso educativo, nos dice y me dice:
“Somos más que razón; somos vivencias de amor, temor y esperanza, conciencia de nuestra vulnerabilidad, seres éticos, obligados a solidaridades con los demás; somos quizá símbolos o indicios de otra realidad. No nos reduzcan por favor a una ecuación de relaciones ni a un pequeño modelo de insumos y productos.”
En esto creo, muchas gracias.
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