SERVICIO PÚBLICO: Chihuahua ¿periodistas en peligro?

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Baja de estatura, de cabellera escasa y dedos largos, Miroslava Breach Velducea, muerta a balazos el 23 de marzo de 2017 a las puertas de su casa en la ciudad de Chihuahua, poseía una personalidad única.

 Carlos Omar Barranco/ A los 4 Vientos

La mirada firme de sus ojos cafés no dejaba lugar a dudas sobre su integridad.

Desde que la asesinaron esa ingrata mañana, una amenaza pende sobre los periodistas que se declaran seguidores de su ejemplo, amantes de la investigación, obsesivos sabuesos de la corrupción gubernamental, desquiciados perseguidores de injusticias.

Tercos Quijotes, idealistas y locos, imaginan poder lograr mejores condiciones de vida para tantos que son golpeados por la impunidad y el desgobierno, la corrupción y el desfalco, el abuso y el autoritarismo.

Como lo hizo de manera sobresaliente y limpia la diva chinipeca, van por la vida reportando, indagando, señalando y criticando sin miedo a que los maten, sobre temas oscuros, de políticos corruptos y narcotraficantes, de abusos policiacos y derechos humanos violentados, de todo eso y de mucho más.

Una conclusión sensata puede ser que no todos los reporteros están en peligro, solo aquellos que se abocan a investigar temas riesgosos.

Pero ¿qué es un tema riesgoso?

Historias de gobernantes que usan el dinero público para enriquecerse, y que solo son llevados a la justicia cuando su partido pierde una elección ¿son menos peligrosas que cubrir notas que tienen que ver con la actividad de los grupos criminales?

La cobertura del narco no es nada nuevo en México y menos en Chihuahua. Pero cuando se descubre que hay políticos involucrados, el riesgo se multiplica. Nada peor que un hombre con influencia política y vínculos con el narco. Detrás de tanto poder, es fácil tirar del gatillo y esconder la mano.

Hace varios años, desde que la entidad fue convulsionada por la guerra de los carteles, los periodistas de Chihuahua no hacen apología del narco, cuidan las palabras para no utilizar términos del caló que se usa en el mundo de las drogas, donde se producen y se consumen miles de toneladas de enervantes cada año.

Son pocos los que van más allá, y esos pocos, generalmente no viven en el mismo lugar donde están asentados aquellos a quienes señalan.

La lucha del pueblo tarahumara de Repechique en defensa de su bosque. FoTo publicada por semanario Proceso en reportaje de P. Mayorga del 23 de septiembre de 2016

La sierra de Chihuahua, como otras partes de intrincada orografía, está identificada históricamente como sitio idóneo para el cultivo de amapola y mariguana.

Las laderas de los cerros, los claros de los bosques, los predios escondidos entre el paisaje rocoso, resultan plataformas idóneas para que se desarrolle la actividad ilícita.

De acuerdo con el desaparecido Instituto Mexicano de Combate a la Droga, en 1994 en el estado de Chihuahua había 12 mil trabajadores del campo que se dedicaban al cultivo de enervantes.

El asesinato de cinco personas en Guachochi, puso nuevamente en evidencia que la sierra Tarahumara es un territorio en manos del narcotráfico en donde el Estado mexicano no tiene soberanía plena. Foto: Semanario del Meridiano 107. Mayo 31 de 2016

Un estudio de la Universidad de Texas del año 2014 define al narcotráfico como el tráfico de drogas ilegales que son transportadas clandestinamente de un lugar a otro.

El documento señala que se trata de una estructura de poder que surge como una amenaza directa al poder del Estado, provocando una confrontación violenta.

Comunidades enteras de municipios chihuahuenses han aprendido a convivir con ese tipo de actividades a cambio de su sobrevivencia.

El gobierno en cualquiera de sus niveles ha sido lo suficientemente ineficaz como para no llevarles desarrollo económico, no propiciar crecimiento sustentable y sostenible y en algunos casos, corromperse hasta los tuétanos.

El actual secretario de desarrollo social del gobierno del Estado, el sociólogo Víctor Quintana Silveyra, expuso en su libro “Chihuahua, guerra contra el narcotráfico y calentamiento social” (París, 2012), lo siguiente:

“Hay, pues, una desestructuración generalizada de la vida rural en Chihuahua, de la economía y de la comunidad campesinas, de la cultura de ésta. Hay un claro alejamiento del Estado… y en los huecos que van quedando penetra el crimen organizado”. 

Páginas adelante el texto de Quintana es aún más puntual:

“La zona serrana del suroeste del estado, desde los años 1940 ha sido una región privilegiada para el cultivo de enervantes. Se trata de la zona limítrofe con los estados de Sinaloa y Durango, conocida como “El triángulo dorado”. Aquí nacieron y han operado con gran libertad los principales cárteles de la droga en México y han logrado enrolar como productores a buena parte de la población, que siempre ha estado marginada de las políticas oficiales y en la droga encuentra una alternativa de vida. La implantación de dichos cárteles se da desde los años 1970”.

Es evidente que la actividad corruptora el narco -de la que los chihuahuenses tienen tantas referencias directas- no solo provoca un choque frontal entre los miembros de organizaciones criminales antagónicas, sino también una infiltración perversa de los poderes públicos, cuyos miembros se dejan seducir por el embrujo del dinero fácil, a costa de lo que sea.

El respeto a la ley y el principio moral, inexistentes.

Pero las víctimas de ese contubernio no son del gobierno ni de los delincuentes.

Los primeros damnificados son los pobladores, que deben vivir rodeados por la impunidad y el miedo.

Enseguida están las organizaciones sociales comunitarias que tratan de hacer algo para defenderse, trabajando en medio de carencias, desprotegidas por el Estado, desgañitándose a gritos frente a la sordera crónica del gobierno en turno.

Tal vez en la última trinchera, están los periodistas como Miroslava Breach, que visitan esos lugares para ver de cerca las condiciones de vida, documentarlas y exponerlas.

Es fácil reportear desde un escritorio, a mil kilómetros de distancia del punto de conflicto. Pero hacerlo en el campo donde se libra la batalla social, es algo que pocos se atreven.

Aspecto de la comunidad serrana de Loreto, municipio de Chínipas, una de las más afectadas por la violencia de narcotraficantes que despojan a los pobladores de todos sus bienes. Foto: Miroslava Breach para su reportaje “Destierra el narco a centenares de familias de la sierra de Chihuahua”, publicado en La Jornada el 6 de agosto de 2016

Para decir que en Batopilas salen cargadas camionetas con mariguana de madrugada, hay que viajar allá y tomar la fotografía. Para afirmar que Guadalupe y Calvo sigue siendo el municipio con más personas dedicadas al trasiego de droga, hay que pasar un fin de semana en el pueblo, y grabar testimonios, y recorrer los plantíos. Para afirmar que el narco infiltró policías, impuso candidatos, en fin, que puso su mano oscura sobre pueblos enteros, era necesario llegar a esos municipios y recabar testimonios directos de la gente.

Era necesario entrar en ese intrincado terreno y escudriñar hasta donde fuera necesario, incluso arrodillarse sobre un metate para amasar el barro con las manos y descubrir la exigencia social a puro golpe de corazón y entraña. Así mero, como lo hizo Miroslava.

Foto de portada: tomada del Facebook de Miroslava Breach, quien comentó sobre esta imagen fechada el 18 de junio de 2013: “¡Ahora sí puedo decir que hago adobes!.. Amo mi trabajo, me permite compartir la experiencia de vida de todo tipo de personas, desde la más humilde hasta los poderosos”

Carlos Omar Barranco Aguirre. Periodista. Licenciado en Comunicación Universidad Veracruzana. Diplomado en Nuevo Periodismo Iberoamericano ITESM y diplomado en Marketing Político en la Universidad Autónoma de Chihuahua.

www.periodismodeverdad.wordpress.com


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