¿Reformar leyes? ¿Para qué? ¿Quién se beneficia de tanto discurso?
La sociedad observa no sin cierto asombro que los políticos batallan a diario para convencer a sus electores que lo que proponen es lo más sensato. Vemos, como en un circo de tres pistas, a cada uno de los partidos políticos realizar su número para captar la atención del público sometido, quizás dispuesto a celebrar a los equilibristas más audaces, a los payasos más graciosos y a los domadores más arrojados.
Alfonso Bullé Goyri/ A los Cuatro Vientos
Cada actor ha montado un discurso para hipnotizar y cada movimiento dentro del escenario pretende cosechar aplausos y el reconocimiento: es la vanidad del histrión que pretende satisfacer las expectativas de seguidores distraídos pero dispuestos a la fascinación. En ese teatro de las ilusiones, sobre el tablado se dice todo lo que se quiera porque no se trata de convencer sino de cautivar, de lograr el sortilegio de la aceptación a pesar de una actuación deficiente pero imperceptible. Al final de la función regresan los asistentes a su realidad. Sólo queda el recuerdo de un espejismo que fabrican las mentes esperanzadas y sin consecuencias.
En el actual gobierno reformista no parece que las propuestas formuladas produzcan los efectos deseados en la realidad concreta. Con la reforma energética da la impresión de que se comienza a prefigurar un acto más de este teatro de fantasía. En las últimas semanas ha caído como un alud incontenible una pesada losa de palabras, de frases construidas, banales, que han perdido todo sentido, de silogismos inciertos que labran el alma de un pueblo sometido a los caprichos y perversidades de una elite corrupta. Es la retórica sinuosa que conforma la fábula que traiciona, que engaña, que discurre en una línea oblicua de la historia nacional y que se dispersa en las sombras del día siguiente. Todo queda entre las páginas de los diarios como testimonio de un momento que consigna la perfidia de una clase dominante que acomoda los proyectos a la coyuntura, que ignora el futuro y pierde de vista las verdaderas necesidades del 80 % de los que son usados sólo como fuerza votante de una democracia mutilada.
Porque en efecto, si se lee los proyectos de reforma energética con detenimiento de las tres principales tendencias políticas dominantes, se advierte que, en cada caso, la oferta está apelando a los electores. Son proyectos reformadores incompletos, timoratos, fragmentarios, clientelares. Cada líder dibuja a través de su propuesta reformista el espíritu de su visión del mundo, de su concepción de futuro, de su noción económica, de su idea de nación. No hablan a México en su conjunto, no se interesan por las verdaderas necesidades de una población urgida de un gobierno nacional, no partidario. Elaboran toda suerte de argumentos para asegurar el voto en la próxima contienda electoral y se olvidan de las necesidades sustantivas de la nación.
Los panistas, en sus empeños de construir un México neoliberal, afirman que la mejor reforma es aquella que permita la participación de los capitales privados ya sean nacionales o extranjeros hasta en el 100 % en todos los procesos de PEMEX. Las izquierdas, por su parte, acusan al PAN y al PRI de empeñar el futuro y que sus proyectos son desnacionalizdores. Según esta visión no es necesario reformar la constitución. El PRI, que siempre juega a dios y al diablo, considera que los privados deben participar sin restricciones en el negocio del petróleo, que conviene reformar el 27 y 28 constitucional y para lavarse la cara advierten que el espíritu del General Lázaro Cárdenas está presente en el núcleo de su propuesta.
Es curioso ver cómo los políticos del día creen que reformar es asegurar su permanencia en la vida política nacional. No reparan en la conveniencia general y en la nación. Son dogmáticos, son más que conservadores, es una elite reaccionaria que no es capaz de pensar en los beneficios que reportaría la acción concertada de todas las fuerzas políticas orientadas al encuentro con una patria libre y próspera. Todo lo regatean, hablan a medias palabras, siempre con base en medias verdades construyen las plataformas que los proyectan al cenit de la administración pública, pero siempre son oscuros y crípticos, embusteros y su mala fe redime su condición de advenedizos que no piensan más que en su interés personal. México está en manos de esas pandillas de oportunistas que empeñan la riqueza nacional, que además se sienten paladines de la grandeza de una nación que tiene hambre y vergüenza, de un pueblo avasallado y embrutecido con deliberada intención y que siempre cae en la trampa de una supuesta discusión entre pares que sólo saben repartir utilidades.