“QUIÉRELO A ÉL”. Sentido adiós al poeta Enrique Servín

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¿En qué idioma hablarás a la Muerte, hermano? ¿Con qué putas palabras dialogarás ahora con la más universal de las Maestras? ¿No me decías, bajo el molde estelar de los alfabetos primigenios, que el tibetano era tan similar a la lengua rarámuri y que, a partir de este último, como Antonin Artaud, podríamos ascender al cosmos? ¿Cómo es que te has adelantado, querido hermano, atravesando el espejo que divide la vida de aquello que ya no lo es?

Rael Salvador/ 4 Vientos

La resonancia de tus dominios se traducía en los destellos auditivos de un políglota que, como un sistema solar en funciones o un árbol con frutos iluminado por la paz de los colores, hacía del habla humana la más intelectual de las bellezas… Y, después del atraco al espíritu del mundo, ya sólo queda la violencia de estas cáscaras de otoño revoloteando al interior de nuestros cráneos.  

No, nadie de los que te quisimos y amamos –como se ama a un hermano y se quiere a un auténtico amigo– dormirá contento en esta hora final del mundo, así se encierre en la tinta de tus tratados o en la poesía inconmensurable que esta noche de octubre rompe su cabeza en las barrancas de la Sierra Tarahumara.

En octubre fueron las fiestas del Sur, esas que en compañía del bucanero Edmundo Lizardi y su tribu de “lunáticos” –todos nosotros– sirvieron de contrapeso cultural “al envilecimiento de la vida pública, al analfabetismo funcional de la clase política permeada por el narco, al oscuro caldo de cultivo de la ignorancia y la impunidad”, la irracional violencia que hoy te arrebata la vida.

Enrique Servín y Rael Salvador, encuentro de poetas en La Paz, BCS.

No, jamás tu nombre se perderá en las arenas de oro que mercantilizan a los hombres de letras, que hacen del poder de la palabra una idea fija –“Poder de la Palabra”– y, a través de ella, venden sueños impersonales a los discípulos de la lectura oficial, la enemiga jurada de tus principios y finales, cuentos de un hermosísimo legado cosmológico que recorren ya la dimensión mágica que le otorga la raíz multiplicadora de todos los lenguajes, como a ti, hermano, donde quiera que hoy te encuentres, sé que te interesa y deleita.

Estudiando sánscrito, como quien va por raspados a la esquina en una tarde de calor, guardo las libretas con los apuntes que realízate para nuestras lecciones de tibetano y que yo transcribía, sin dejar de imitar la fina belleza de tu caligrafía, en hojas circundantes, color hueso, que todo este tiempo han sido uno de mis tesoros más preciado, junto a las entrevistas a Facundo Cabral y los diálogos con tus otros hermanos: Jacobo De, Eduardo Galeano, Juan Gelman, Alberto Manguel, Martín Caparrós, Daniel Sada, Federico Campbell…

En este preciso momento en el cual reviso tus libros, doy con ellas, observando que lo primero que aprendí de tu sabia enseñanza, después de las lecciones de humildad en los paseos que dimos en la ciudad de La Paz –acompañados siempre por el fotógrafo Jesús López Gorosave–, fue el tornasol del enunciado en tibetano que dicta en su traducción y tradición: “Quiérelo a él”.

“Quiérelo a él”, Señor, no a mí: yo aún sobrevivo, a él lo acaban de asesinar.

Imagen de portada: Enrique Servin, de su muro de facebook

 

 

 

 

 


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