¿Por qué la tecnología no nos ha liberado?

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Uno de los anhelos más ansiados respecto a la tecnología ha sido el de que las máquinas queden de tal manera a nuestro servicio que podamos al fin liberarnos del trabajo extenuante y la explotación.

 

Imagen: Twitter

 

Alfredo García Galindo / 4 Vientos / Foto principal: El Confidencial

En realidad, ese sueño no es nuevo; con la Revolución Industrial nació la promesa de que la tecnología nos permitiría esa emancipación para inaugurar una era en la que dedicaríamos la mayor parte de nuestro tiempo a la práctica de las artes, al cultivo del cuerpo, al juego, al ocio y a la contemplación.

No obstante, hoy es evidente que lo que ha quedado en el lugar de esa utopía es una dura realidad trágica consistente en jornadas agotadoras, trabajo esclavo y precariedad laboral como condiciones cotidianas para la mayoría de los habitantes del planeta.

Para que se entienda esto, un ejemplo: Si gracias a las herramientas modernas, a la maquinaria de vanguardia y a las tecnologías computacionales, un obrero o empleado actual puede hacer lo de cinco o más trabajadores de hace ochenta años, ¿a qué se debe que su jornada laboral siga siendo de ocho horas como era la de sus antecesores?

La respuesta fundamental se encuentra en que los avances tecnológicos han sido instrumentalizados durante los últimos dos siglos, fundamentalmente para incrementar las ganancias privadas antes que para mejorar las condiciones de trabajo, para disminuir la jornada laboral o para incrementar los salarios de acuerdo con el aumento de la producción.

De hecho, los progresos en favor de la clase obrera ocurridos en los últimos dos siglos no fueron resultado de concesiones voluntarias de los dueños del capital sino, fundamentalmente, de las luchas sociales y políticas en las que se enfrascaron los propios trabajadores.

 

Precarización de la tecnología, ilustración en Forbes

En este escenario, el crecimiento industrial fue seguido por una expansión de mercados que si bien implicaba una mayor demanda de mano de obra en los centros fabriles que se iban instalando, no significaba una mejora sustantiva de las condiciones de vida de los nuevos obreros, muchos de los cuales habían emigrado desde las zonas rurales para sumarse a ese proletariado explotado. 

En general, el fundamento de la expansión del capitalismo a partir de su modalidad expansionista  en el siglo XIX significó la afirmación de su imperiosa necesidad de siempre crecer para sobrevivir; así, al suponer la competencia capitalista una búsqueda permanente de abaratamientos de costos, los desarrollos tecnológicos fueron asumidos como parte de la estrategia de la expansión material y de los beneficios como objetivos por sí mismos, cosa que a su vez los estados nacionales se dieron a la tarea de fomentar a toda costa, como nos muestra la expansión imperialista europea y de los Estados Unidos durante esa misma centuria y la siguiente, lo cual implicó una tragedia histórica para millones de seres humanos de casi todo el mundo.

Pensemos ahora que la dirección que ha seguido este proceso, básicamente, no ha cambiado. Más allá de las intenciones concretas con las que han sido desarrolladas a través del tiempo, en general las innovaciones son convertidas en instancias de incremento de los beneficios privados, lo cual explica en buena medida el agravamiento de la acumulación de la riqueza en los estratos más altos de la economía global que hemos visto en los últimos tiempos.

Digamos que es una de las formas más obscuras que el “progreso” y la “civilización” han adoptado como conceptos que encubren su carácter fetichizado.

Podemos percibir así que el sentido abstracto de la afirmación “la tecnología nos libera”, nos obliga a radicalizar la crítica desde un sentido ético y social.

 

Los efectos de la “evolución” tecnológica (Youtube)

Una crítica y una movilización que apunte hacia el poder político global y que exprese que las mejoras impulsadas por los desarrollos tecnológicos en la calidad de vida de la población, no deben ser consecuencias derivadas en forma circunstancial de la ganancia privada.

Desde luego, este cuestionamiento implica un cambio en nuestros paradigmas cognitivos e ideológicos porque de tal manera domina en el mundo la instrumentalización económica de la realidad, que debatir este tipo de beneficios nos parece a menudo incomprensible. 

Se reivindica entonces la importancia de poner en el centro del debate la pregunta existencial sobre la relación del ser humano con la técnica; la urgencia de indagar en el sentido ontológico de la misma lo cual tendría que iniciar con la apertura del debate político sobre su papel como instancia necesaria para la dignificación de la vida antes que como mecanismo para la expansión de los negocios como ha sido hasta ahora la norma, por mucho que el discurso convencional hable sin más de que la tecnología “ha mejorado nuestras vidas”, es decir, como si no fuera evidente el tamaño de conflictos de orden global como la precariedad laboral, la pobreza, la desigualdad, las confrontaciones sociales, los problemas mentales, las violencias por la escasez de recursos, la cultura de un consumo frenético y la degradación medioambiental, problema este último que se explica por la mencionada naturaleza expansiva del sistema económico dominante.

Sin menospreciar el potencial revulsivo de determinados desarrollos -como el uso crítico de internet-, consideremos, en fin, la premura de que la acción política no sólo se limite a una lógica progresiva que fiscalice las grandes fortunas; debe también apuntar a través de las alternativas legales que sean necesarias, a que los procesos redistributivos de la riqueza se den en forma implícita desde el momento en que se determina hacia quiénes (y hacia qué, pensando por ejemplo en el medioambiente) van dirigidos los beneficios de la inventiva humana.

Sólo así podemos aspirar a una verdadera emancipación fomentada por la tecnología, pues implicaría dejar de subordinarla al beneficio privado y en cambio significaría ponerla al servicio de la lucha por una sociedad global más igualitaria, más justa y racionalmente más austera.

 

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