Pluma de Neófito: La aurora de los héroes
¿Quién realmente es un héroe? Julio Casares, quien fuera miembro de la Real Academia Española de la Lengua, define la palabra héroe en su Diccionario Ideológico de la Lengua Española como «…El que lleva a cabo una acción heroica…» y, según el mismo autor, sobre el término «heroica» afirma: «…Dícese de las acciones que implican heroísmo…»; asimismo establece que «heroísmo» es un esfuerzo eminentemente del ánimo para realizar hechos extraordinarios en servicio de Dios o del prójimo.
Ricardo Jiménez Reyna* / A los Cuatro Vientos
De ahí que, en base a lo anterior, puedo asegurar que un héroe es aquel individuo que realiza actos asombrosos, sorprendentes, pasmosos, maravillosos, fenomenales, portentosos, admirables, estupendos, descomunales y milagrosos.
En México, las autoridades educativas han enseñado a nuestro pueblo que tenemos héroes como Hidalgo, Morelos, Guerrero, Allende y otros; quienes sacrificaron sus vidas para darnos patria, libertad, autonomía, soberanía y prosperidad. De hecho para mí no lo son porque todos ellos solo perseguían sus propios ideales, intereses, objetivos, finalidades y visiones. Asimismo para mí ellos solo son productos de la propaganda gubernamental para someter a nuestro pueblo y tener un pretexto para gastar presupuesto en festejos infructuosos.
Sin embargo, aunque suene a frase hecha o un lugar común, estoy en la obligación de hacer la siguiente pregunta: ¿Qué ocurre con los héroes anónimos? Sí, con aquellos que realizan actos extraordinarios día a día para lograr que este país sea un mejor lugar para vivir. ¿Qué ocurre con esos hombres y mujeres realmente comprometidos con su deber, sus responsabilidades y sus quehaceres? ¿Quién los reconoce? ¿Quién los venera? ¿Quién los alaba?
No, no me refiero al padre y la madre que trabajan y que ganan una miseria que no alcanza, porque los precios de los productos necesarios para la subsistencia son sumamente elevados. No, no me refiero a ellos, ellos son más que héroes, mártires de un sistema opresor, caduco, explotador, negligente y autoritario. Ellos, los padres de familia trabajadores más que héroes son hombres y mujeres que pueden ser considerados semidioses al hacer milagros con el poco dinero que ganan.
Me refiero a hombres y mujeres que viven en la clandestinidad, en un mundo subversivo de lucha y entrega por sus idéales, me refiero a esos mexicanos que luchan en trincheras tan ajenas a la realidad citadina sumergidos en la espesura de la rebeldía y que están justamente parados en la delgada línea que divide la legalidad y la justicia, de la delincuencia y la anarquía; porque están conscientes de que su lucha es una lucha que no tiene tregua.
Hablo de aquellos hombres y mujeres que siguen los pasos de Lucio Cabañas, Genero Vázquez, Salvador Gaytán, Arturo Gámiz García, Óscar González Eguiarte, y otros más. Porque aunque el gobierno intente ocultar esta verdad, aún existen hombres y mujeres que siguen en pie de lucha; por supuesto no me refiero al mercadotécnico Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el cual solo aparece en tiempos electoreros; hablo de movimientos clandestinos que buscan llegar al cambio social por medio de una lucha armada. La cual en realidad, en ocasiones pienso es el único vehículo para logar que México cambie radicalmente.
Por más que el Gobierno Federal y los Estatales pretendan ocultar esta realidad, es un hecho que en este país existen grupos subversivos dispuestos a seguir la lucha de aquellos que realmente intentaron hacer de nuestra nación un país libre y soberano; autónomo y progresista.
Desde la década de los setentas hasta la fecha, las autoridades federales en coordinación con los altos mandos del ejército han asesinado, desaparecido y torturado a miles, si no cientos de miles, de jóvenes y profesionistas que luchan contra la tiranía del gobierno y que protestan por la situación social de nuestro país.
Recientemente tenemos dos asuntos que están quedando sumergidos en el olvido, Tlatlaya y Ayoxinapa; ambos asuntos han sido maquillados por las autoridades de tal suerte que a las víctimas las quieren hacer pasar como personas desadaptadas y por qué no, hasta les llaman delincuentes en el mejor de los casos.
Las autoridades y los medios de comunicación como Televisa, TV Azteca y otros impresos, han dejado ver entre líneas que nada de esto ocurriera en el país si todos actuáramos dentro del margen de la legalidad y la justicia. Pero ¿qué hacer cuando la legalidad es cara y la justicia lenta y opresora? No en vano dice por ahí un refrán de que el Derecho Civil es un invento de los legisladores para ayudar a los ricos a robar más y libremente a los pobres y el derecho penal para evitar y condenar que los pobres roben a los ricos.
¿Qué hacer cuando la legalidad es tendenciosa y la justicia es parcial? ¿Qué hacer cuando las autoridades encargadas de la seguridad y la tranquilidad social es realmente un instrumento de opresión en manos de los más poderosos? ¿Qué hacer cuando un gobierno en lugar de ser honesto y correcto, es prepotente, nocivo e indigno como es el caso de nuestro gobierno actual?
Cuando estudié en Seminario, el maestro de evangelización dijo algo muy cierto: «Jóvenes, el evangelio que no es predicado con pan para los hambrientos, cobija para los desvalidos y fusiles para los oprimidos no es evangelio, son meras palabras, son meros refranes, son meras ilusiones».
Muchos apuestan por una solución pacífica a los problemas sociales y económicos del país pero ¿qué hacer cuando quienes proponen soluciones pacíficas a los problemas son los que tienen el control de los medios de producción, de comunicación, de educación y de información? ¿Qué hacer cuando los que hablan de soluciones pacíficas a los problemas son los mismos que ordenan a las fuerzas armadas asesinar, oprimir, desaparecer y reprimir?
Ante esto, lo único que puedo decir es que México ocupa cambios radicales y si estos cambios no ocurren por la vía del diálogo, la paz, la concordia y la democracia; entonces deberemos hacer caso al llamado del corazón, al llamado de la sangre, al llamado de nuestra patria que dice «mexicanos al grito de guerra»; porque no es posible que aún las madres y los padres de familia piensen y crean que aquellos hijos asesinados fueron acribillados por estar en bandas delictivas y no aceptan el hecho de que eran jóvenes dispuestos a sacrificar sus vidas por sus ideales de un México legal y justo.
Solo deseo concluir esta colaboración con la siguiente reflexión: “No es posible hablar de paz, seguridad, igualdad, justicia y libertad en nuestro país si los miembros de las fuerzas armadas están dispuestos a disparar contra sus compatriotas.”