Nuevo Director del IMER: Una vuelta al pasado.
Hace unas semanas el titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Emilio Chuayffet Chemor, designó a Carlos Lara Sumano director general del Instituto Mexicano de la Radio (IMER). El recién elegido funcionario es un viejo conocido del organismo. Entre 1995 y 2002 dirigió este instituto. Quizás con base en esa experiencia, le vuelven a ofrecer el puesto para que corrija y dé “nuevo” aliento a la institución. También se sabe que el Sr. Lara, además de otros cargos burocráticos, se ha desempeñado como contralor interno en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y ha fungido como director general de Telecomunicaciones de México (Telecomm). Finalmente, su nutrido curriculum advierte que también fue el primer presidente de la Asociación de Radios Nacionales de Servicio Público de América Latina, de 2000 a 2002, organismo que en la actualidad preside en calidad de honorario.
Alfonso Bullé Goyri/ A los Cuatro Vientos
Por su curriculum, sin duda, el Sr. Lara está capacitado, conoce su área de competencia y no hay duda de que puede resolver con ventaja los obstáculos que se avizoran. No cabe duda que es un experimentado funcionario que debe conocer todas las sinuosidades de un sistema burocrático que con frecuencia constituye el factor determinante que dificulta una marcha más dinámica de las instituciones.

Carlos Lara Samano rinde protesta como director de IMER, cargo que ya había ocupado durante siete años, de 1995 a 2002. Ahora sustituye a Ana Cecilia Terrazas.
Sin embargo uno se pregunta, ¿qué no hay hombres más jóvenes que puedan asumir esta responsabilidad? ¿No es acaso el Sr. Lara un funcionario que ya sirvió a la patria y le dio mucho o poco a la institución? ¿Cuál es el objeto de cerrarle el paso a la nueva generación que quizás no tenga tanta experiencia, pero que precisamente por ello, hay arrojo y fuerza para abrir nuevos horizontes? ¿Qué necedad la de llamar a los que ya han sido y volverles a entregar las riendas de organismos que demandan sangre joven por las características mismas de su vocación? ¿Por qué negar la lógica de la vida y el paso de las generaciones?
Hay que precisar que en modo alguno se está en contra de la experiencia, de la honestidad y buen funcionamiento de los hombres mayores. Sin duda los buenos maestros son viejos y viejos respetables a los que se admira y, a veces, hasta venera. La ancianidad siempre es respetable y fuente de inspiración para las nuevas generaciones. Desde tiempos ancestrales los consejos de ancianos servían para orientar las decisiones del príncipe. Los consejos de administración de grandes empresas en el mundo contemporáneo cuenta con hombres mayores a quienes se escucha y considera y sus opiniones son valoradas, pero las presidencias y las direcciones generales quedan en manos de hombres más jóvenes. En las universidades prestigiadas del orbe, los puestos de dirección en las facultades los presiden jóvenes y los rectorados están bajo la responsabilidad de personas jóvenes. En otras áreas de la vida humana, por ejemplo, en el ajedrez los más aventajados son hombres jóvenes y los avances más revolucionarios de la ciencia los han aportado jóvenes. En México los presidentes han sido hombres jóvenes y, hoy mismo, el que dirige la nación es una persona joven. Los políticos arrojados son políticos jóvenes y muchas veces se necesita actuar desde puntos ciegos para dar pasos adelante. No se trata de eliminar a los viejos, sino de liberar las fuerzas y abandonar espacios para que los jóvenes tengan la oportunidad de hilar su propia historia y construir el futuro de la nación.
Por eso es un despropósito suponer que porque hay una larga experiencia, ese sólo hecho es condición suficiente para conferirle un puesto de mando a quien por su situación física ya no está del todo en capacidad de tomar decisiones trascendentes. La historia es un constante pasar la estafeta de una generación a otra. Don Daniel Cosio Villegas sostenía que uno de los fenómenos que desencadenaron la Revolución de 1910 fue precisamente el que los puestos de dirección más importantes de la Administración Pública estaban en manos de un pequeño grupo, los científicos, que impedían la movilidad en las estructuras del Estado. Las consecuencias ya las conocemos.
La vuelta al pasado es un desatino porque hay una especie de temor al por venir y un deseo de conservar el statu quo que paraliza la oportunidad de innovaciones. El entregar la dirección de ciertos organismos a viejos funcionarios que además ya ocuparon esos puestos, como el caso del IMER o de CONACULTA, es un volver al pasado y la desconfianza y temor de la nueva versión de los “científicos” por todo lo que pueden hacer los jóvenes. Retornar al pasado y negar el proceso natural hacia el futuro no es la mejor política para un proyecto reformador e incluyente en el que parece estar interesada la administración de Peña Nieto. De cualquier manera este tipo de nombramientos dan la impresión de exhibir al grupo dirigente priístas preocupado por su presente, que como siempre prefiere el pasado seguro condenando el futuro esperanzador y quizás más justo y equitativo.
Eso no fue un relevo sencillo, investiguen el “error” en la dispersión de la nómina días antes del cambio, los recomendados con honorarios de cinco cifras y el chofer que ocupa un puesto de reportero. No es casualidad que se haya dado por sorpresa, para no dar tiempo de destruir evidencias.