Mi hermosa ciudad sin microbuses
Hace unos días me desperté, tomé el celular, busqué noticias del mundo y me encontré con que en Suecia los transportistas estaban ofreciendo pasaje gratis a las personas que llevaran un libro para leer durante el viaje.
Néstor Cruz Tijerina / Reportaje / A los Cuatro Vientos
Vivir en Ensenada me ha formado una especie de cinismo en el tema del transporte público, porque estoy acostumbrado a pagar mucho por un servicio asqueroso. Y no es que sea malinchista y diga que otros países son mejores que el mío, aunque técnicamente sí lo sean.
De hecho, en nuestro estado padecemos el autotransporte más caro de México y, paradójicamente, uno de los más groseros, mafiosos e ineficientes.
Y bueno, pues luego de leer la nota de lo que pasa en Suecia y reírme irónicamente, salí a correr un rato y las calles principales de la ciudad estaban muy distintas. Como más limpias, fue mi primera impresión.
Sobre la transitada avenida Reforma no se respiraba tanta contaminación. La vialidad no se sentía desquiciada; no habían tantos claxonazos ni esos ruidillos molestos como de pistolitas espaciales de mi infancia que tanto usan los microbuseros para piropear a una dama o mentarle la madre a un peatón, ciclista o vehículo que se cruce en su acelerado camino para checar tarjeta.
Qué bonita es mi ciudad, pensé, pero aún no captaba lo que estaba pasando diferente. Soy medio bobo y distraído, lo admito con sorna.
Y pues ahí voy avanzando lentos kilómetros en mi trote mañanero, viendo a mucha gente caminando rumbo a sus trabajos, a la escuela, a cumplir un mandado. Y yo, parsimonioso mental que soy, pensaba que qué padre que la gente estuviera usando sus piesitos, que hay mucho gordo, y en ese tenor de ideas seguí corriendo y comencé a ver ahora a muchos en bicicleta.
Entonces me asusté. ¿Qué brujería estaba pasando? ¿Acaso despertamos todos primer mundo y los homínidos que tienen su destino a media hora caminando despertaron más temprano y decidieron activarse un ratito? ¿Será un movimiento ciudadano para demostrarla los transportistas que estamos hasta el copete de Peña Nieto de sus abusos y malos tratos?
Y hasta ahí me acordé de los micros. Ah cabrón, no hay, reflexioné para mis adentros espirituales. Las paradas de autobuses estaban vacías. No venía ningún camión a lo lejos.
Es una analogía tonta, pero me sentí como el niño de “Mi pobre angelito” que de repente se despertó y ya no estaban sus familiares que eran tan adorables como una patada en los testículos.
Ojo, ni siquiera en mis corajes más grandes con los microbuseros ensenadenses he deseado que el concepto de transporte público desaparezca por obra de David Copperfied.
Oh, mis corajes con los microbuseros: cuando tantas veces han estado a punto de atropellarme en la bici o corriendo, cuando voy caminando en la calle o estoy en el carro atrás de ellos y me cubren con una nube de smog, cuando veo que ya provocaron un accidente por andar corriendo para checar su famosa tarjeta, cuando traen sus estridentes corridos a todo volumen, cuando le niegan el descuento a un estudiante, cuando te subes a sus micros y los asientos están agujerados o saliéndose de su riel, cuando el chofer viene manejando y noviando con pericia, cuando los he visto tantos años como reportero mentir respecto a que mejorarán las unidades y el servicio a cambio de los aumentos que les otorga cada administración municipal, cuando le subieron hace unos meses el precio por sus pistolas y quedaron impunes, cuando ponen de rodillas a cada Ayuntamiento para que hagan lo que ellos ordenan…
Y ahora, a mi lista de motivos de odio contra los microbuseros, habrá que agregarle dejar, sin previo aviso, a miles sin un servicio que podría considerarse básico en cualquier civilización ilustrada.
¿Cuántas personas habrán perdido su día de trabajo, reprobado su examen o hecho esperar a niños, gente enferma y demás que necesitaban moverse con urgencia?
Según versiones periodísticas, más de 110 mil personas diarias usan los microbuses en Ensenada. En serio que hay que ser muy groseros y prepotentes para jugar así con una concesión pública.
Este tema pondrá a nuestro Presidente Municipal Gilberto Hirata y al Cabildo en un momento histórico. ¿Tendrán el valor de hacer cumplir la ley y retirarles los permisos que tienen, como los faculta el Artículo 59, Fracción Tercera, del Reglamento de Transporte Público para el Municipio de Ensenada? ¿O se acobardarán como hicieron cuando le subieron por sus pistolas 3.50 pesos un buen día que también hicieron berrinche?
Que la gasolina está muy cara, que los costos operativos, que las calles muy feas, que no hay un plan de ordenamiento para el transporte, argumentan los microbuseros. No hay nada de eso, cierto, pero tampoco hay decencia y respeto en el servicio que le prestan al ensenadense, el cual parece ganado de redilas adentro de sus unidades, que ni a cinturón de seguridad llegan y piloteadas, parece, por un casting de los peores patanes de Ensenada, quienes a cada rato salen positivos en exámenes anti dopaje.
Los ensenadenses, por más inconscientes que sean votando a veces por el Pan y luego por el Pri y luego al revés, no se merecen ese servicio carísimo, peligroso y denigrante.
Tampoco, votando así, se merecen lo que pasa en Suecia y en lugares mucho más avanzados donde ya no eligen autoridades comodinas. Pero el asunto del transporte público es algo que ya debería solucionarse de manera definitiva, porque la movilidad es básica, como todos sabemos, en una economía social.
Por lo pronto, ojalá que a algunos ensenadenses les “caiga el 20” de que ir caminando o en bici a sus destinos, en una ciudad tan chiquita, es una opción viable económicamente y en el tema de salud. Que de ahí, luego de la modernización del transporte, vengan las necesarias ciclovías para dejar de ser cavernarios en los asuntos ecológicos. Y que muchos tomen conciencia de que necesitamos gobiernos que nos defiendan realmente.
Obvio, la bici y caminar no es para todo el tiempo. Hay que mover a los niños en vehículos, a los enfermos, o desplazarnos largas distancias con agilidad.
No estoy proponiendo una comunidad hippie. Se trata de ser auténticamente progresistas, copiar los mejores ejemplos que ya se aplican en el mundo, y despertar en una ciudad así de bella como la vi el 16 y 17 de diciembre, pero con un transporte público barato, responsable y bien hecho. Es mi mejor deseo para la ciudad que me vio nacer.