Mexicano y Huxley
Nunca he encontrado en el contenido del baúl del patriotismo un tesoro que, cual pirata, debiera guardarme celosamente y luego gruñirle a todo aquél que ose acercársele.
Luis Cuauhtémoc Treviño*/ A los 4 Vientos
Para ejemplificar extremos, ahí está el ultra-patriotismo estadounidense (sin generalizar), que, si bien no debemos tacharle por definición como algo nocivo, si podemos discernir entre los límites de lo aceptable y lo exagerado. Mas no estoy aquí para hacer comparativas entre el nacionalismo de ambos países. Lo que me cierne ahora es la discusión sobre la situación general del país mexicano, tanto en la arista social, como en la vena cultural y moral.
Empecemos con el ejemplo más claro que nos puede ayudar a establecer el punto central del ensayo: un mexicano siempre es un problema para otro mexicano y para sí mismo, como diría Octavio Paz.
Pero, ¿por qué es así? Muy sencillo, hablemos primero de la masculinidad, virilidad y hombría mexicana: son herméticas porque para el mexicano, al destapar un poco aquella súper fortaleza impenetrable intrapersonal construida a base de estoicismo, cimentada con la deseabilidad social y bloques apilados pegados entre sí con el orgullo, se obtiene la destrucción de su virilidad. No hay nada peor para el hombre mexicano como el no poder manejar las cosas única y exclusivamente por sí mismo, pues piensa que la hombría se confiere a la insensibilización y la supresión emocional, “los hombres no chillan”.
El mexicano, efectivamente, se convierte en un peligro para su propia persona, pero, ¿cómo podemos extrapolar este ejemplo en el mexicano como problema para otro?
Responder esta pregunta exige previamente dejar en claro otros puntos. El primero: la comunicación inauténtica, ¿qué es? el concepto, per se, delata su significado sin necesidad de realizar un estudio etimológico: simplemente se trata de una interacción en la que, tanto las acciones emitidas como recibidas (principalmente de manera verbal), se encuentran difusas entre la verdad y la mentira, o completamente sumidas en la mentira. ¿De dónde es que surge? la respuesta se encuentra en la deseabilidad social; que ya he establecido como los cimientos de la fortaleza intrapersonal del tan llamado ‘macho’ mexicano”.
El segundo punto por recalcar. Definir, a groso modo, a la deseabilidad social como la necesidad del individuo sometido a un experimento por quedar bien con el experimentador (esto como definición en un contexto experimental). O lo que es lo mismo: mentir para quedar bien con los demás. Esta característica es propia del humano como tal, por lo que no pertenece exclusivamente al mexicano. El problema radica en la centralización de esta característica particular como método principal del mexicano para socializar. Es gracias a este cimiento de inseguridad en las bases de la personalidad mexicana que surgen las llamadas “máscaras”, el tercer punto a precisar.
¿Qué son las máscaras?, es fácil saberlo. Digamos que cuando un conocido te cuenta que se acaba de morir el perro que fue suyo desde hace diez años, utilizas a Melpómene y le dices: ‘qué mal, qué triste, lo siento mucho; ven, te ofrezco mis condolencias, pobre hombre’. Pero cuando el conocido en cuestión te da la espalda, entonces te volteas, bajas el rostro de la musa y ahora utilizas la cara de Talía, de igual forma como máscara victoriana, y le dices a uno de tus amigos ‘mira a ese imbécil, se digna a llorar por un perro, vaya perdedor, que solloza por un simple animal'”.
Hasta ahora podemos decir que la fuente de todo este enredo se debe, principalmente, a la deseabilidad social, que luego se convierte en la comunicación inauténtica y después se manifiesta con la utilización de las máscaras.
Pero, ¿cómo cortar de tajo una propiedad innata del ser humano? Eso sencillamente es imposible. ¿Significa, pues, que el mexicano está destinado a pudrirse lentamente dentro de su hermetismo? No necesariamente”
Con estas cartas sobre la mesa, pasemos a la verdadera identidad del ensayo: El mundo Feliz de Aldous Huxley, según el mexicano globalizado.
Para hacer el paralelismo entre la obra más famosa del escritor y los estratos y estructura social de México es menester escudriñar dentro de la novela. No en la línea argumental como tal, sino en el mundo y la sociedad establecidas a lo largo de la narrativa de la novela.
Veamos pues las castas sociales en los que se divide la sociedad futurista en el mundo feliz desde la más baja a la más alta, como la pirámide que es: Epsilon, Delta, Gamma, Beta y Alfa. De estas cinco castas me interesa enfocarme, primero, en las tres inferiores; desde la menos inútil hasta la más estúpida.
Antes que nada,es importante mencionar el sistema de producción y cosecha de humanos in vitro.
Las tres castas inferiores son producidas de manera artificial en laboratorios, dividiendo un mismo óvulo fecundado, tantas veces como sea posible, para producir así grupos enteros de hermanos gemelos, con pocas diferencias entre unos y otros siguiendo el proceso llamado “bokanovskificación”.
Tenemos luego el proceso de crianza para las castas, que se realiza bajo la tutela del estado. Condicionando, por ejemplo, a los epsilones, para que odiasen los libros y cualquier ejercicio de actividad intelectual; destinados a ser la servidumbre.
Los gammas eran más especiales, pues se encargaban de labores más complejas, pero totalmente sumidas dentro del fordismo. Es decir, también les era prohibido el acceso a cualquier tipo de información que no fuese necesaria para el ejercicio de su trabajo. Podemos definir a los gammas como los manufactureros encargados para la producción artificial de los humanos. Por lo tanto, estos sabían leer y escribir, y llevar a cabo acciones mecanizadas como la introducción de sustancias químicas en los fetos o hacer cálculos.
A los deltas podemos describirlos de igual forma, sólo que estos se encargarían de la producción maquiladora, como la confección de las prendas o el armado de tecnología.
Por otro lado, tenemos al epsilon, que era literalmente un enano mongoloide con las capacidades intelectuales completamente reducidas hasta el punto en que casi eran animales; manipulados especialmente desde su etapa de embrión. Estos se encargaban de las tareas más bajas de la sociedad: limpieza y servidumbre, para reducir la explicación.
Pudiera parecer que el título de la obra de Huxley es una completa sátira del contenido expuesto dentro de la misma… La verdad es que, en aquél mundo distópico, lejos de que la sociedad que lo habita se sienta oprimida, controlada o deprimida; lejos de que exista tal blasfemia (dentro del contexto del libro) como la huelga o el inconformismo y la manifestación social, la realidad es que la gente que lo habita es total, completa y absolutamente feliz, en todos y cada uno de los aspectos posibles. ¿Cómo es esto creíble?
Todo se debe al proceso de crianza de las castas. Cada una condicionada desde el nacimiento para energizar y dirigir sus conductas en el aspecto deseado. Además de la educación subliminal, que terminaba por completo el trabajo. Introduciéndoles en la cabeza que no quieren ser ni de una ni de otra casta más que la suya, que aman sus labores y que son felices”.
Funciona bien el método de control de masas, pero ¿cómo es posible que no existan deslices? Todo se debe al poder del soma. No el cuerpo celular de la neurona, sino la droga perfecta.
En el libro, el soma es la droga perfecta, no produce efectos negativos de ningún tipo. Los ciudadanos eran instruidos para que cada vez que sintieran que las responsabilidades los agobiaban o que la depresión los asechaba tomaran algunas tabletas de soma, dependiendo de la cantidad de aislamiento social que requirieran: una tableta era el equivalente a unas vacaciones en el caribe, y toda una caja el equivalente a una eternidad en el espacio; toda la experiencia en el tiempo real de cinco minutos”.
Teniendo así ya todas las bases que nos permitirán desarrollar el punto a tratar, regresemos entonces al hermetismo mexicano y el tema de las máscaras.
Sabemos ya que el efecto de deseabilidad social igual a máscara es un hecho innegable en el hombre, pero, ¿cuál es entonces el problema específico del mexicano? Sencillo: es el resultado del mal manejo de ellas.
El mexicano pareciera carecer del conocimiento de la autorregulación, pues en lugar de (mínimamente) ajustar el uso de las máscaras partiendo del límite de que sólo se debe utilizar una para cada círculo social y otras para cada una de las subdivisiones subsecuentes de cada círculo, terminan utilizando una diferente para cada persona.
¿Por qué es esto nocivo? Las máscaras representan diferentes facetas de la personalidad de un individuo. No somos (por llamarlo de alguna forma) las mismas personas en la escuela que en el hogar. Sería muy fácil repartir una máscara diferente para cada ambiente social en el que nos desenvolvemos, pero existen máscaras específicas para grupos derivados específicos de otros grupos: no somos los mismos con nuestros hermanos que con nuestros padres, por ejemplo. Cabe resaltar que las divisiones también pueden ser efectuadas por rangos de edades: la persona no se comportará igual con un niño de seis a doce años que con un adolescente de trece a dieciocho o con adultos de veinte a treinta. También es cierto que existen máscaras específicas para relaciones con personas específicas, pero debemos recalcar que sólo se emplea este método con las relaciones de carácter comunal, o lo que es lo mismo, el tipo de relación donde ya existe un vínculo emocional y la preocupación por el mutuo bienestar, cosa que no sucede con las relaciones de intercambio. Y, aun así, suele ocuparse una sola máscara para el grupo (más reducido) de relaciones comunales similares.
El problema principalmente marcado en el mexicano es que, inclusive dentro de los mismos grupos diferentes, con sus subsecuentes divisiones (es decir, en las relaciones de intercambio), y en cada una de sus relaciones comunales, se atreve a portar una máscara distinta para cada persona”.
Si bien, hasta ahora, no puede percibirse inconveniente alguno, pues se pudiera pensar que la utilización de una máscara distinta para cada persona por separado debiera ser normal ya que cada persona merece atención en diferentes niveles, lo cierto es que esto cohíbe (o restringe) las relaciones interpersonales de manera significativa.
Portar una máscara específica para cada persona, dificulta notablemente la interacción del sujeto dentro de un mismo círculo social, sea este desde tres o más personas. ¿Por qué? Para responderlo, primero debe reconocerse que los grupos con los que el individuo actúa dentro de cada círculo social están conformados por personas similares entre sí por regla general; si no, no existiría la agrupación desde un principio. Es por ello que la misma máscara o faceta de personalidad es usada para, digamos, el grupo principal de amigos, pongamos que se conforma de cinco personas en total contando al individuo que estamos definiendo.
Al ocupar la misma faceta de interacción social con todos los integrantes, entonces es fácil la interrelación entre todos. Sin embargo, cuando se usa una faceta distinta para cada persona dentro del grupo (como lo hace el mexicano), entonces se ve mermada la capacidad de interrelación y retroalimentación grupal. ¿Cómo se da este fenómeno? Recordemos la idiosincrasia de la hombría del “macho mexicano”, que se basa en el hermetismo emocional y sentimental.
Octavio Paz expone que la mente del mexicano opera con el esquema del “chingar o ser chingado”. Es precisamente por esto que existen las máscaras individuales y el hermetismo espiritual. Y todavía, por si no hubiese llegado a quedar claro este punto, me atreveré a explicarlo con la famosa metáfora de los cangrejos: si hay varios cangrejos metidos todos dentro de una cubeta abierta, en el momento en que todos los demás ven cómo uno de ellos está a punto de lograr salir, lo que hacen es jalarlo de nuevo hacia el interior de la cubeta, pues cómo va a ser posible que él sea libre y los demás no; en vez de haberse ayudado mutuamente para salir todos de ahí. Claro, todo esto si los cangrejos son mexicanos… obviamente”.
¿Qué es entonces el mexicano, si no el mejor opresor para él y sus compatriotas? El mexicano cosmopolita vive subyugado por las empresas transnacionales, al servicio de las grandes potencias, gustoso de pagar con su propio sudor algo que siempre le perteneció: compra el petróleo que extrajo, por ejemplo… y tristemente no lo sabe, pues nunca, ningún producto lo relaciona con su nación. Y no lo hace porque ningún producto le otorga el crédito al país.
México es el adolescente de la economía, el niño pequeño de la administración y el comercio. Pues tal y como cuando un niño desea comprar algo y no recibe apoyo financiero por parte de sus padres, recurre a vender sus posesiones para juntar el dinero. Justo eso hace el mexicano con su patrimonio y su semejante, igual que el infante, que se niega a esforzarse por sí mismo, cuando es más fácil comerciar con sus previos bienes materiales ya existentes con los demás…”
Si nos supeditamos a este ejemplo, entonces no podemos culpar al mexicano por no reconocer que vuelve a comprar el mismo producto del país al que se lo había vendido, pues ahora el producto sería técnicamente la propiedad de las otras naciones.
El mexicano es opresor de sí no sólo por su inmadurez comercial, también lo es por su propia cultura; misma de la que es prisionero. Obviamente esto está mal, ninguna nación debiera ser esclava de sus costumbres y tradiciones, pues serían algo que los representase.
En el caso de México, la cultura es la evitación de la identidad, el repudio intelectual y la humillación diplomática; por algo se nos ha nombrado como los hijos de la Malinche. Pero esto no es tan alarmante, lo verdaderamente grave es que el mexicano es consciente de su mediocridad colectiva. Por eso desprecia su gobierno, por eso critica sus escuelas, por eso ataca a sus compatriotas, por eso desprecia los productos de su nación, por eso se queja de sus sistemas de transporte y sus circuitos de circulación, se queja de su propia burocracia… el problema es que nunca está preparado para reconocer su propia mediocridad como individuo. Y no lo está, pues siempre está dispuesto a mentir para encajar; reconocerlo significaría la demolición de su fortaleza intrapersonal.
La población de México está formada por las castas de los gammas, los deltas y los epsilones. Aquellos individuos que sólo ejercen mano de obra sin preguntar nada ni exigir nada más que su paga. No sólo aquellos que se dedican a la maquila, también los ingenieros, los profesores… Muchos profesionistas, de igual forma, ofrecen su fuerza de trabajo sin cuestionar nada con tal de obtener su salario sin complicaciones, incluso trabajando en condiciones ilegales, sin saberlo (aunque sean tan colosalmente obvias)”.
El sistema educativo, por ejemplo, instruye a los profesores para ceñirse única y exclusivamente al programa a impartir para el aula de clases, y deja fuera las opciones para la formación y fomentación de un pensamiento crítico o de un espíritu curioso en el alumnado, sesgando muchas veces al estudiante por éste no atenerse a lo que dicta el programa, pues no estaba planeado que surgieran cuestionamientos como esos. Basta con partir del precepto de que todos deberán portar uniforme, todos deberán tener el mismo corte de cabello y todos serán bellamente dóciles, sumisos y obedientes para con las figuras de autoridad. Esto es simplemente traducible como el asesinato de la identidad individual.
El mexicano, por estas y por muchas otras razones, es forjado desde pequeño como la herramienta definitiva. Por algo es que nos las arreglamos para que nuestros propios recursos dejen de pertenecernos aún y cuando los trabajamos desde nuestras tierras. Ya desde Ruiz Cortines se nos viene educando a ser la mano de obra para el extranjero…
Y también por eso no somos dueños de ningún tipo de tecnología que tengamos en nuestras manos; precisamente por ser hijos de la Malinche. Cargamos con lo último en consolas de videojuegos, “gadgets”, deseamos lo más nuevo de la industria automotriz… y nada de ello es de ninguna manera la propiedad intelectual del mexicano. Porque de serlo, entonces sería “chafa”, “corriente”.
El mexicano se esfuerza por impedir que el ajeno escale de su posición inferior hacia una mayor. El mexicano siente repudio por aquellos que tienen lo que él no tiene, pero nunca lo admitirá, más que para su coleto. Siempre terminará culpando a los demás por sus deficiencias, porque únicamente en la soledad el mexicano se atreve a ser él mismo. E incluso para sus adentros también se dignará en culpar a otros por su mediocridad; por ende, ya no es su culpa: es culpa ahora del gobierno, de la vecina chismosa, de sus padres entrometidos, del profesor mediocre…
El mexicano repudia la anomia (la contraposición a las normas sociales no escritas), el mexicano es políticamente correcto, el mexicano es influenciable, manipulable, conformista. La gran mayoría son faltos de una conducta de logro (elevada), sin embargo, somos acreedores de una motivación de logro alta. Tenemos nuestro propio soma: la cerveza y el fútbol. No por nada el estereotipo común del mexicano es el de un alcohólico abusador de parejas, no por nada el fútbol es superpuesto en paralelo sobre las épocas de mayor actividad política en el país…
Así lo dijo Vladimir Volkoff:
Lo políticamente correcto tal y como lo conocemos en la actualidad representa la entropía del pensamiento político. Como tal, es de imposible definición puesto que carece de un verdadero contenido […] Si comparamos el hundimiento del comunismo con una explosión atómica, diríamos que lo políticamente correcto constituye la nube radioactiva que sigue a la hecatombe. Nadie ha inventado lo políticamente correcto: nace como consecuencia de la decadencia del espíritu crítico de la identidad colectiva, ya sea esta social, nacional, religiosa o étnica”.
Y exactamente, de manera lamentable, ocurre que el mexicano padece decadencia del espíritu crítico de la identidad colectiva tanto en la vena social, como en la nacional, la religiosa y la étnica. Bien podrían ahora alegarme que cómo es posible que México tenga una decadencia étnica o religiosa, si está muy claro que la hegemonía de la religión católica (mayoritariamente) y la cristiana son inexpugnables; o que la diversidad étnica-cultural en el país está más que establecido que es una de las más ricas del mundo. Aclaremos entonces que los grupos étnicos del país no se consideran a sí mismos como mexicanos, sino como Huicholes, Rarámuris, Mayas, Otomíes… como afirma Ezequiel Chávez. Por lo tanto, sería injusto incluirlos como propiedad de México, es más justo incluirlos como “parte de”. Además, hay que recordar el hecho de que aquí se habla del mexicano globalizado y el mexicano cosmopolita (que no son el mismo).
México sufre una decadencia del espíritu crítico de la identidad étnica dado que este tipo de población es una minoría aplastante en comparación con los otros tipos de sociedades y, además, tanto el mexicano cosmopolita como el globalizado comparten un concepto erróneo sobre los indígenas. Los ven como parásitos sociales, o como aquellos que hacen la servidumbre. Los perciben como ignorantes, casi como si se tratara de los epsilones (por excelencia), cuando, en realidad, éstos son grupos independientes al hombre urbano.
Es por esto de que los indígenas en realidad son minoritarios dentro de las urbes, que el mexicano ha adoptado un nuevo arquetipo de epsilon. Este nuevo modelo implica aquellos que viven en las condiciones más precarias, pero que habitan todavía dentro de las ciudades. Y retomando la decadencia religiosa, debemos reconocer que el mexicano dejó de creer por convicción verídica recién en el año dos mil, o más bien, ahí se comenzó a hacer notable la masificación del fenómeno. Quiero decir que los creyentes han aprendido a creer, más que creer por auto-convicción; es decir, se les ha impuesto que es lo correcto. Es cierto que pueden tener ya interiorizada esta creencia, pero es muy importante saber que surge como aprendizaje impuesto.
Podemos ver a las nuevas generaciones de jóvenes de la última década, de la presente, o inclusive a las últimas generaciones nacidas en los noventas como individuos que empezaron realmente a cuestionarse si querían creer o no. No es que nadie antes se lo haya preguntado, sino que muchos de las últimas generaciones han decidido no creer y establecerse como ateos; y algunos otros se fueron por una tangente diferente de pensamiento y se declararon agnósticos, pero muchos otros han decidido ser de la religión impuesta por sus familias sin siquiera estar seguros sobre si creer o no. Es por esto que existe una decadencia religiosa en el país. Ustedes pueden decir que el fenómeno es más o menos cierto, o más o menos consolidado, pero de que existe, existe.
Según el INEGI, desde el año 2000 hasta el 2010, el número incrementó (tanto en agnósticos, como ateos e indecisos) de casi tres millones hasta poco más de ocho millones de personas; sobre todo en el estado de Chiapas. Cerca del 43% de su población se encontraba en cualquiera de las ramas mencionadas en el paréntesis en el año 2010″.
Hay algo que prueba mi punto sobre la religión aprendida, y es que, en las estadísticas del año 2000, la población sin religión se concentraba en el lapso de edad de entre los 15 a los 29 años; es decir, del total de las personas que no tenían religión, los jóvenes ocupaban el 36.3%. Pero en el censo del 2010 ese mismo concentrado (que ahora tendría de entre veinticinco a treinta y nueve años de edad), ocuparía sólo el 25.9%. Igual continuaría disminuyendo si vamos comparando el mismo concentrado poblacional desde los noventas hasta la pasada década. Lo curioso es que el mayor concentrado sin religión siempre abarca de entre los 15 a 30 años... evidentemente la religión es aprendida e impuesta por el ambiente socio-cultural, y no por convicción propia; aunque después la creencia logre interiorizarse.
Si se le pregunta a quienes no profesaban religión alguna, pero que luego se “evangelizaron”, dirán algo como: “yo antes tampoco creía, no te preocupes, cuando crezcas vas a creer”. Dando por hecho que el desapego por las deidades es algo nocivo y malo, minimizando la inteligencia de la juventud, como si aprender a creer fuese parte del proceso natural de maduración psicológica. Es como la vergüenza, que es aprendida por los niños mediante la interacción social, que luego pasa a interiorizarse (según la psicología de la motivación) …
¿Será cierta la totalidad del porcentaje en el rango de entre los 15 a los 29 años de edad que dicen tener alguna creencia religiosa? No lo creo. No si tomamos en cuenta que, en promedio, del total de la población hasta los 29 años, al rededor del 56.2% vive todavía con ambos de sus padres, y del total de ese porcentaje, el 39.8% de ese 56% tiene entre 20 a 29 años. ¿Por qué esto refuerza mi punto? Porque en 2010, más de la mitad de la población (hasta los 29 años de edad) era fuertemente influenciada por la opinión familiar. Y eso que no he mencionado que del total poblacional hasta los 20 años de edad, además de ese 56%, otro 15% vive sólo con la madre, el 3% con el padre y el 4% con algún otro familiar; pero sólo el 5.6% viven solos (de entre 12 a 29 años de edad). Y el porcentaje faltante para completar el total vive con su pareja y/o sus hijos. Además, hay que tomar en cuenta que, de los 112 millones de habitantes del país en aquel año, sólo poco más de 8 millones se encontraban en el ateísmo, agnosticismo e indecisión (según estadísticas). Pregunto yo, ¿qué no pudieron haber respondido con mentiras dado que sentían la fuerte presión en el núcleo familiar? Además, debemos recordar la deseabilidad social.
La no profesión de una religión (ateísmo), o el no seguimiento de alguna iglesia (agnosticismo), son muy mal reprochados por los demás mexicanos. Recordemos: el mexicano repudia la anomia, el mexicano se asusta por lo diferente… Quizás a algunos les parezca ridículo que personas de 29 años se cohíban y respondan que profesan cristianismo (o cualquier otro) sólo por temor. Pero recordemos de nuevo que el mexicano es un ser inseguro. Es más, me atrevo a decir que la dinámica de la no apertura por la hombría que resulta en la destrucción intrapersonal no sólo se centra en la hombría. Podemos extender el concepto y decir que realmente se puede englobar en que el mexicano no abandona nunca su zona de confort, de lo socialmente aceptado, pues tiene miedo del ‘¿qué dirán?’ Prefiere la aparente seguridad en contra de su felicidad”.
El mexicano es un potencial antropólogo de sí mismo, pero sólo en el sentido de la antropología clásica. Pues parece tener muy claro el concepto de “otredad” de la antropología en su vieja y colonialista connotación… Siempre hará menos al más pobre que él; siempre lo mantendrá en ese estrato (aunque en esencia no le falte comida ni techo ni familia a ese otro con menos recursos económicos). Es más, el mexicano gusta de elevar su moral (o su ego), al mentirse a sí mismo regalando míseras monedas al desamparado vagabundo o al indígena que pide limosna entre los automóviles.
Como lo dije, México parece un antropólogo clásico de su propio ser y de sus compatriotas: siempre está dispuesto a encontrar y ningunear alguna clase inferior a él para sentirse realizado. O quizás no, quizás sólo sienta repudio, asco u horror al cruzar caminos con alguno. Tal y como harían los miembros de castas superiores cruzando caminos con alguna casta inferior en el Mundo Feliz de Huxley…
Por esto el mexicano parece ser dueño del eurocentrismo que permeó en la antropología hasta la década de los 60’s. El mexicano no puede creer, por ejemplo, que alguien que trabaja en maquiladora tenga acceso a internet o una televisión digital. O que el empacador moreno y chaparro del centro comercial conozca y entienda el inglés. Suele ver al inferior como alguien “amigable”, “chistoso”; como describiera Roosevelt a los Nambikwara en su libro “Through the Brazilian Wilderness“. Pero hay algo que no he dicho: no sólo se percibe como inferior al de recursos inferiores, también a aquél que no comparte el esquema social general (esto sobre todo remarcado en individuos de cuarenta o cincuenta años para arriba), o a aquél que posee un peor físico que el otro.
Estoy también consciente del concepto “alteridad” (al menos en el sentido antropológico contemporáneo), pero la tasa no debe ser muy amplia que digamos (como mínimo no entre el conjunto de cada casta individual).
¿Qué diferencia existe entre el mexicano cosmopolita y el globalizado? El mexicano cosmopolita pertenece a las ciudades que están invadidas por el extranjero, donde se concentra la industria. El globalizado es más pasivo, porque sólo cubre en mayor medida la penetración cultural de la que también sufre el cosmopolita, y es víctima de la poda cultural por la globalización, y de la enseñanza malinchista que permea en el país”.
¿Cómo es posible que compartan ésta característica? Para eso hay que recordar el inicio de la muerte de la economía nacional: el Tratado de Libre Comercio de 1994 con Estados Unidos y Canadá (no sólo ese tratado, pero fue el primero de varios). Firmar ese acuerdo significó la guillotina para los productos nacionales. Ningún producto mexicano sería capaz de competir contra otras dos superpotencias… Los productos mexicanos pierden siempre contra el extranjero, desde las manzanas hasta la tecnología nacional. Un momento… ¿han escuchado hablar de tecnología nacional?, ¿existen acaso patentes mexicanas? Por supuesto que no, y si las hay no son capaces de sobresalir en la industria, de ninguna manera. Sólo pocos logran mantenerse a flote. Precisamente porque México se ha convertido en la mano de obra de Estados unidos y Japón, principalmente. Y de todas formas los presidentes se dignan en declarar públicamente que están trayendo progreso al país… ¡No puede serlo si no somos dueños de tal progreso! ¿O entonces donde está la mundialmente influyente industria de televisión a color mexicana?, ¿No era obra de Guillermo González Camarena?…
Quizás se pregunten por los campesinos tradicionalistas o las familias casi a la usanza del México de 1920. Reitero: ¡México tiene muy clara la “otredad” en el viejo sentido colonialista de la antropología! ¿Se dignarían acaso los mexicanos citadinos en trabajar la tierra? Claro que no, eso es trabajo para los “rancheros”. Lentamente el mexicano ha adquirido el sentido imperialista del estadounidense, pero únicamente al interior de la república.
Nos hemos vuelto expertos para la cultura de masas, como la definiría el folklorista Jas Reuter:
“[…] la llamada cultura de masas que persigue fines por demás claros: hacer negocio a toda costa, desintegrar las culturas tradicionales y nacionales para ampliar los mercados de sus productos, imponer sistemas de vida que obliguen a las “masas” -a las poblaciones consideradas no como grupos de personas, sino como objetos que en el juego económico cumplen la función de compradores- a consumir esos productos y, a través de ello, dirigir hacia cauces inofensivos la fuerza latente en ellas. Con esto, la cultura de masas se define por ser una producción mecánica de bienes de consumo que tiene por objeto uniformar la mentalidad de un pueblo sometiéndola a la ideología de la clase dominante, sea capitalista o comunista, dictatorial o democrática representativa”.

LON03. LONDRES (R. UNIDO), 24/06/09.- Una de las obras de los hermanos Jake y Dinos Chapman, que a primera vista parecen figuritas africanas de madera, pero en las que el personaje primitivo representado sostiene, por ejemplo, una bolsa de patatas fritas con la famosa “m” dorada de McDonalds, y que se pueden ver en la exposicin, “Arte Contemporneo en la Tate Britain”, que estar abierta a los curiosos hasta el 23 de agosto. EFE***SîLO USO EDITORIAL***
¿Cómo se digna México en declararse capitalista cuando ni siquiera es capaz de invertir en su propia nación para explotar las capacidades de su tierra y aprovechar y premiar el talento de sus ciudadanos?…
Acusamos a Estados Unidos por su economía flotante, cuando en realidad cualquier cosa que afecte al dólar también lo hace directamente con la moneda mexicana.
¿Cómo es posible que México sufra una enorme penetración cultural? ¿A caso tan sólo se logra con el recibimiento de productos extranjeros y el menosprecio de los nacionales? No, no es tan fácil como eso. El problema no es tan sólo que no seamos dueños de la tecnología que usamos, el problema es la infinidad de cosas de las que no somos dueños. No lo somos ni de nuestro entretenimiento, ya tampoco de nuestra cerveza (con lo de la cerveza podemos retomar el ejemplo del niño que vende sus cosas para comprar lo que quiere). Es decir, por amor a la patria, ¿por qué demonios las manzanas de Cuauhtémoc tienen que bajar tanto sus precios y obligarse a producir casi el doble sólo para poder competir con la manzana americana?…
Volviendo al punto: no somos dueños de nuestro entretenimiento porque, por ejemplo, casi la totalidad de las películas proyectadas en los cines mexicanos son de origen estadounidense. ¿Por qué para realizar los grandes proyectos cinematográficos mexicanos es necesaria la colaboración de multitud en exceso de casas productoras? No hay que ir tan lejos, veamos lo más evidente, y es que ni siquiera los más influyentes talentos mexicanos en el mundo residen más su trabajo en el país (véase a Iñárritu o a del Toro). Hasta dónde está la cosa que incluso en las modernas producciones mexicanas se inyecta la fórmula americana. ¿Qué pasó con películas como “¿Pastorela, o “Infierno”? Aquí existe el mismo problema: que México insiste en autoproclamarse el dueño del talento, cuando ni siquiera se dignó en fomentarlo. Similar a lo que hace la CONADE, ¿O si no por qué Ana Gabriela Guevara se permitió el lujo de “mandarlos a la fregada”? No sólo está su ejemplo, siempre esperan a que el deportista cobre reconocimiento por mérito propio para entonces voltear y ofrecerle un trato con letras pequeñas entre líneas…
No sólo recibimos influencia por parte de los Estados Unidos (aunque sea la mayoría), también tenemos penetración cultural por parte de Japón, España, Colombia, Argentina, Chile... Esto gracias al internet, por supuesto. El problema no es ese, el problema es la tendencia del mexicano por enaltecer todo lo que no provenga de México sólo por ser un producto extranjero.
Hasta ahora sólo hemos hablado estrictamente de lo que correspondería a las castas epsilon, delta y gamma, del “pueblo” mexicano. ¿Dónde está la élite mexicana? Evidentemente no está con el gobierno… al menos no realmente en los representantes bajo la luz de la vida pública (o no en su gran mayoría). Hemos dotado de poder a la gente incorrecta ya desde hace tanto tiempo...
¿Dónde está la democracia si el país fue gobernado por el mismo partido durante setenta años?, ¿para qué sirvió entonces la revolución? La verdad es que la revolución sólo fue una guerra de intereses, todos se asesinaron los unos a los otros. El ideal de justicia de los caudillos fue prontamente olvidado. Sabemos que el movimiento fue promovido por los aristócratas mexicanos de la época. Esa es nuestra gente de “élite”, gente que vende a su patria. Y nuestro gobierno se construye a base de negligencia por las personas inadecuadas.Recordemos el incidente de la Casa Blanca, o el de Oceanografía, o la nueva ley anticorrupción…
¿Dónde están las voce de los mexicanos? Tristemente se apagaron solas, como en el ejemplo de los cangrejos… Recordemos el reciente incidente de Ayotzinapa y los 43 estudiantes desaparecidos. ¿Por qué las protestas sociales se concentran sólo en el sur de la república?…
Evidentemente aquí hay mano por parte de los alfas-más. ¿Qué va a pasar con Ayotzinapa? ¿Alguien recuerda lo de Atenco? ¿O “El halconazo” del Jueves de Corpus? Yo tengo la respuesta, y es que tristemente sufrirá lo que yo denomino “el efecto Tlatelolco”. ¿En qué consiste?, en la eliminación del rencor nacional, remplazándolo por un día más de “festividad”. Pasa a convertirse en un evento vanagloriado y sin análisis por parte de las futuras generaciones, donde no se sabe realmente qué fue lo que ocurrió. Y al final, sólo es una fecha más en el calendario para “recordar a México”... Ya no importa nada, dale fútbol y cerveza y a México se le olvida como por arte de magia: voilà, el poder del soma mexicano.
Pareciera que somos víctimas del flunitrazepam, conocido también como Rohypnol, o simplemente como “la droga de los violadores”... Y ya que estamos, hay que saber que un alfa-más es aquél superior a todo lo demás. Los líderes de los líderes.
¿Quiénes son entonces el equivalente a los beta? Tristemente no se trata de líderes de algún tipo, o al menos de alguna posición importante. Los beta poseen un nivel socioeconómico del C+; es decir, clase media alta.
¿Cuál es el perfil de una familia de este tipo?, veamos:
La mayoría de los jefes de familia de estos hogares tiene un nivel educativo de licenciatura y en algunas ocasiones cuentan solamente con educación preparatoria.
Destacan jefes de familia con algunas de las siguientes ocupaciones: empresarios de compañías pequeñas o medianas, gerentes o ejecutivos secundarios en empresas grandes o profesionistas independientes.
Esto nos ayuda a formarnos una idea. Pero… la moneda absolutamente afecta a este tipo de familias. Por lo tanto, podrían pasar a formar parte de la clase C- tan sólo en una década. ¿Por qué esto es alarmante? Porque no sólo ocurre esto en los betas, también con los gammas y los deltas (aunque con éstas últimas el tiempo de afectación es un tanto más largo).
¿Y los alfas regulares? Ellos perteneces al nivel socioeconómico A y B. ¿Cuál es el perfil?
En este segmento el Jefe de Familia tiene en promedio un nivel educativo de Licenciatura o mayor. Los jefes de familia de nivel AB se desempeñan como grandes o medianos empresarios (en el ramo industrial, comercial y de servicios); como gerentes, directores o destacados profesionistas. Normalmente laboran en importantes empresas del país o bien ejercen independientemente su profesión.
La diferencia con los alfa-más radica en que estos no tienen influencia política o nacional de ningún tipo. Las empresas internacionales en las que trabajan o son jefes de, suelen limitarse a franquicias sólo a nivel regional, o a nivel estatal. (y por nivel estatal me refiero a muy pocas franquicias en el estado y más concentradas a nivel regional). Y si son dueños de su propia empresa y no de franquicias extranjeras entonces su industria se concentra sólo a nivel regional y raras veces alcanza el nivel estatal. En resumen: se encuentran lejos de los alfa-más. El problema con estas familias es que se encuentran en el mayor riesgo de perder sus “imperios”; justamente por ser pequeños en el mundo de la industria. Con ellos basta tan sólo una mala decisión financiera o administrativa para que no puedan recuperarse de nuevo.
Como conclusión final puedo ofrecer lo siguiente:
El mexicano es dócil y orgulloso, inseguro e influenciable, con aspiraciones de grandeza de las que no está dispuesto a buscar si no se le presentan en la puerta de su casa. Adora obedecer, necesita un líder o un opresor dictatorial; no importa, con tal de que se le guíe. Se ha convertido en la herramienta perfecta y en el opresor por excelencia de sus compatriotas. Desprecia su patria, pues ningunea cualquier producto que se derive de esta (aunque luego diga estar orgulloso). Repudia la anomia y teme a lo diferente”.
Podemos recurrir a “La psicología del mexicano” de Rogelio Díaz Guerrero para poder explicar algunos otros aspectos importantes de las familias mexicanas.
Lo primero que Díaz Guerrero hace menester en enfatizar como si se tratase de lo que podemos considerar como “la frase primordial del libro”, y en general de los resultados que arrojó su investigación, es que el mexicano por naturaleza antepondrá a la familia antes que cualquier otra cosa; por regla general se enfatiza casi con mano de hierro la obediencia hacia los padres. Algo que se debe recalcar es la mención de que “entre más baja sea la clase social mayor es la actitud de obediencia”. Influyendo esto de manera directa con la personalidad del mexicano.
Acto seguido, Díaz Guerrero nos arroja los ocho tipos de mexicano que existen (que en lo personal me suena como juego de lotería), mencionaré algunos que considero importantes:
El afectuoso: que se arraiga al núcleo familiar y no es capaz de afrontar las cosas en soledad. (Ya saben, el típico mexicano que para todo recurre a su madre y la necesita presente en cada momento para no sentirse incompleto, inseguro ni asustado…)
El rebelde: se les consideran ingobernables por sus padres, agresivos, dominantes e impulsivos; con un alta capacidad intelectual y habilidad de lectura.
El íntegro: se les considera afectuosos y rebeldes si se requiere, son optimistas.
El corrupto: es pesimista y fatalista, obediente por conveniencia y carácter, se desarrolla en el medio machista. Aquí quizá podríamos decir que actúa por “las enseñanzas del buen Albert Bandura” y profetiza el aprendizaje vicario por excelencia.
Otro de los aspectos primordiales y reiterados dentro del libro es la recurrente afirmación sobre la supremacía del rol del padre dentro del núcleo familiar en lo que se refiere a autoridad y teniendo a la madre como la máxima figura de afecto. Podría definirse como el pilar sentimental del núcleo. Un núcleo donde la crianza típica (según la especificación del libro) dicta que es casi imprescindible que el primer hijo sea varón y el segundo mujer. Los hombres por su parte recibiendo la crianza de macho con actividades “rudas” y rígidas tomando al padre como modelo. Y el principal auto-sacrificio de la madre por criar a las hijas hacia la realización de las labores domésticas.
Según las afirmaciones del libro de Díaz Guerrero, la crianza de la mujer la lleva a la “perfecta realización” de sus actividades como “toda una dama” y esperar hasta encontrar a su “hombre ideal”. De ahí que surge la figura modelo de la madre mexicana, que no escatima en recursos para el cumplimiento y satisfacción de los gustos y necesidades de su esposo, principalmente.
En el caso de los hijos, se dicta que deberán obedientes y sumisos, relacionando esta conducta con “el respeto hacia los mayores” ya que en caso contrario se empleará la reprimenda física de “considerarse necesario”.
Hoy en día considero que este esquema sigue muy presente, y esto podría aclarar la semilla del porqué el mexicano es tan sumiso. Vivimos en una cultura jerárquica que establece delimitaciones por definición. Un lugar donde el respeto nunca debe ganarse, donde más bien debe ir de cajón tan sólo por la edad. Un lugar donde uno debe aguantarse las imposiciones de los demás tan sólo por ser un señor, o una señora, o un abuelo… Pero, ¿y qué si te humillan? Lo importante es verse bien, ¿o no?
México debería aprender, madurar, dejar de ser aquél adolescente impulsivo del comercio. Pues no reconoce que trabajando sus propios recursos puede llegar lejos: somos uno de los países megadiversos en el mundo, tenemos grandes reservas de petróleo (que desgraciadamente nos deshacemos de él), muchos tipos de ecosistemas y de climas. Tenemos mar por ambos lados de la república, tenemos grandes talentos emergentes (que abandonan el país al ver que no se les da oportunidad alguna en su propia patria).
México es maravilloso, basto, grande. Sólo tiene un inconveniente: los mexicanos. Y por ello no podemos permitirnos ser presos de posturas tan conservadoras, como lo es el hecho de que parece, por ejemplo, que vivimos atrapados todavía en un contexto literal (sin interpretación de la figurativa) del neoplatonismo de la roma imperial… ¿Tanto nos hemos detenido?
*Luis Cuauhtémoc Treviño. Estudiante de Psicología de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), ensayista y escritor. Habla francés e inglés, está cursando actualmente alemán y portugués.