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Mientras las campanadas marcaban las doce, un joven escapó por la ventana del castillo.

César Navagómez/ El Cuento

A la mañana siguiente, la princesita llamó a sus heraldos y —tras entregarles la prenda por la que sería reconocido—, les encargó la misión de buscar por el reino al plebeyo con el que había compartido las horas de esa noche fantástica.

Fue una labor extremadamente difícil para los emisarios, sobre todo si se toma en cuenta que el preservativo no estaba lubricado.

 


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