Los recién paridos del exilio

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En la escuela de francés hay más de seiscientos alumnos y de lunes a viernes nos encajonan en una veintena de salones decorados con dos largos pizarrones, pupitres, una computadora y un reproductor de “cidis” y cassetes. Un salón es atendido por dos maestros y durante siete horas, casi continuas, cada cosa, cada sentimiento, cada olor y sabor asume un nuevo nombre. Poco a poco, nuestra lengua materna queda segregada y deja de ser el arma eficiente para futuras batallas laborales.

Everardo Monroy Caracas*/ A los Cuatro Vientos

Los artículos, pronombres, sustantivos comunes, adjetivos, verbos y números, resurgen de una manera sorprendente y los profesores asumen el papel de padres amorosos que nos enseñan a balbucir nuestras primeras palabras de bebes avejentados: “Je veux de l’eau, j’ai faim, J’ai un mal de tête, j’ai froid, j’ai la chaleur, je veux dors, etc …” (quiero agua, tengo hambre, me duele la cabeza, tengo frio, tengo calor, quiero dormir, etcétera…).

A Canadá, Estados Unidos y diversos países europeos están emigrando millones de seres humanos acicateados por las crisis económicas en la era neoliberalismo; quizá la más grande migración en la historia de la humanidad, después de la era glacial.

Y además, lo que antes tenía sentido ante nuestros ojos y lo contemplábamos ensimismados por la fuerza de su belleza natural, en Montreal se tuerce y asume un significado diferente. La noche, al perder su asociación con el lenguaje materno, deja de tener ese valor romántico. Ahora es “la nuit” y difícilmente puede conmovernos. Hasta las estrellas, esos puntitos luminosos que observaba panza arriba en el “Llano grande” de Huayacocotla, ahora me parecen más lejanas y extrañas. Aquí les dicen “l’étoiles” (letual, se pronuncia).

Nuestros tutores, por desgracia, no nos enseñan a amar a nuestros semejantes, como ocurre en algunos hogares mexicanos. No, en Montreal, la educación se centra a ser buenos trabajadores asalariados, reproducir los valores individualistas de sobrevivencia y relacionar el éxito personal con la cantidad de dinero que acumules. “L’argent achète le bonheur”. (El dinero compra la felicidad), nos comenta un maestro que anhela ser actor de cine.

Por ejemplo, en dos semanas habrán exámenes y el profesor Jacques Moore nos advirtió: “En esta ocasión tendrán que armar seis monólogos de dos minutos cada uno: 1.- Una conversación en un restaurante. 2.-Ir de compras en una tienda de electrodomésticos. 3.-Una conversación telefónica con algún compañero de trabajo. 4.-Una conversación al solicitar empleo. 5.-Una conversación en un banco para abrir una cuenta de ahorros o crédito. 6.-Una conversación en una clínica de salud”.

Sin embargo, insistió:

–Tienen que saber llenar los formularios para cuando soliciten un empleo…

En ningún momento intentó hacernos sentir que Canadá tenía un pasado histórico glorioso, que dentro de su sociedad existen las bellas artes, que hay artistas plásticos, escultores, poetas, filósofos, escritores, cantantes, compositores, deportistas, revolucionarios patriotas, etcétera. Esta parte interesante de Quebec quedaba descartada. Ni siquiera aludía el nombre de algún periódico o programa de televisión interesante.

Nos robotizaban para perpetuar el negocio, la especulación y el consumismo.

Recuerdo que el primer día que me presenté al salón y la maestra pasó lista, sentí ansiedad y tristeza. Se trataba de un parto no deseado y yo era ese producto. Todos tuvimos que autobautizarnos y colocar nuestro nombre en un trozo de cartulina. De esa manera, los maestros lograrían identificarnos. Después de cuatro meses de aquel incidente, los 23 alumnos ya logramos intercambiar algunas oraciones en francés y ahondar un poco en nuestros sentimientos. Eso me conmueve, porque todos concluyen que al terminar su francesación obtendrán un buen empleo y la felicidad retornará a sus hogares. Su sueño de progreso económico les impide racionalizar su realidad actual: antes que ellos, miles y miles de auténticos quebequianos esperan su turno para obtener los mejores puestos de trabajo. Nosotros estamos condenados a insertarnos en el submundo laboral, el de los once dólares la hora y sin derecho a alguna prestación digna.

También hay una máxima que se les olvida y es tan real como la laptop donde escribo: “Au Canada, pendant dix ans, les nouveau immigrants doivent payer le droit du plancher”.(En Canadá, durante diez años, los nuevos inmigrantes deberán pagar su derecho de piso). Esto significa que en una década tenemos que tragar basura y orgullo antes de desarrollar la profesión u oficio que obtuvimos en nuestros respectivos países.

Por lo mismo, he conocido a médicos, enfermeras, abogados, periodistas, ingenieros, mecánicos, etcétera, limpiando pisos, empacando frutas y verduras y mal comiendo porque el dinero que reciben se lo destinan a la sobrevivencia y educación de sus hijos. Algunos, por no decir la mayoría, llegan a laborar hasta catorce horas diarias. Su túnel de vida aún es muy oscuro.

Ahora entiendo porque los inmigrantes que llegan a vencer las adversidades y tuvieron que domesticarse para lograrlo, ahora son déspotas, autoritarios, egoístas, apolíticos e incultos. Tienen poca sensibilidad para tratar a sus paisanos y si pueden explotarlos lo hacen con un cinismo desmedido, confiando que Dios les dará salvación y perdón por asistir cada domingo a la iglesia de su preferencia.  “Dieu est généreux et nous pardonner nos erreurs”. (Dios es generoso y perdonará nuestros errores), repiten después de cada oración.

Por lo pronto, me emociona saber que en un par de meses podré leer en su lengua original, la novela La Nausea (La Nausée), del filósofo existencialista Jean Paul Sartre. Gracias a mi hija Paula tengo una edición soviética de 1938. Vale la pena el sacrificio. Mis compañeros de aula no lo saben, pero algún día, y lo espero de corazón, logren acercarse a las ideas luminosas y liberadoras de este filosofo marxista del siglo XX. Es de lo mejorcito que parió Francia durante la primera guerra mundial. “Jusqu’à la victoire toujours, La patrie ou la mort, nous vaincrons”. (Hasta la victoria siempre, patria o muerte, venceremos).

 *Periodista y escritor, originario de Huayacocotla, Veracruz, México. Es fundador del periódico Uno mas uno y laboró como reportero en los diarios El Diario de Chihuahua y Ciudad Juárez, El Universal, Diario de Nogales, El Sol de Acapulco, El Sol de Chilpancingo, El Diario de Morelos, La Opinión de Torreón, La República en Chiapas y de las revistas Proceso y Día Siete. Es autor de los libros Ansia de Poder, Nostalgia del Poder, El Difícil Camino del Poder, Tepoztlán: Cuadrónomo Extraterrestre, La Ira del Tepozteco, El Quinto Día del Séptimo mes, Complot Chihuahua: Matar al Gobernador, y Fusilados. Actualmente radica en Toronto, Canadá.

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