LOS PERROS GUARDIANES: Simpatías por Merlí
Cervezas de la filosofía salvaje con un cincuentón looser
Ejercer la filosofía en estos tiempos de efervescencia tecnológica y humanismo aciago, es dar por hecho que hemos alcanzado un estado “superior de sociedad” y que los servicios de los amantes de la sabiduría son innecesarios, inútiles y, un poco más allá de eso, sospechosos.
Rael Salvador / A los 4 vientos
Ahora que Netflix ha tomado el control del ocio, observo con beneplácito la figura del aristotélico profesor Merlí Bergeron (interpretado por Francesc Orella), estereotipo de grandes ideales y evidentes sueños de fracaso, ir de bandazos con viejos sofistas ilustres y transmitir saberes a esa especie de caricatura juvenil del nihilismo escolar, que son su clientela, mientras alecciona a un amplio sector heterogéneo a través de la pantalla chica y el pensamiento grande.
Se trata de “Merlí”, serie catalana dirigida por Eduard Cortés. Pero es del libro de Héctor Lozano, “Cuando fuimos los peripatéticos. La novela de Merlí” (Planeta, 2018), del que quiero hablarles.
Parafraseando al poeta Juan Carlos Mestre, se los diré de la siguiente manera: Quien no haya visto a Merlí que se levante, yo se los voy a contar, cerrar los ojos. Imaginad que la filosofía, como un Sócrates desbocado, se hubiera volteado de espalda y levantado la toga…
¿Acaso no es éste un excelente principio? ¡Claro que sí! Porque como decía Wittgenstein, la filosofía del presente no puede ser como “una vieja que pierde continuamente todo y debe buscar a cada momento; ahora, las gafas; después, las llaves”, etcétera.
“La filosofía sirve para reflexionar sobre el ser humano y para cuestionar las cosas –como lo refrenda Merlí en esa su primera clase de bachillerato–. Quizá por eso quieren cargársela, les parece peligrosa. ¡Y ustedes están dormidos! Quiero que estén atentos a lo que pasa a su alrededor. Prepárense para asumir las dudas y las contradicciones de la vida y para aprender de las derrotas. Yo sé algo acerca de este tema, ayer mismo me echaron del piso que tenía alquilado y ahora tengo que vivir con mi madre”.
La novela que Lozano dedica a Merlí, a partir de los sentimientos de su hijo Bruno Bergeron, guarda un profundo gratitud a la materia, porque la filosofía, además de mantener viva la memoria y activo el pensamiento, por decirlo de alguna forma, contribuye a un mundo menos injusto y más libre, aportando la experiencia de los hechos como un legado a una existencia universalmente plena.
Y eso es lo que hace Bruno, narrarle a su pequeña hermana Mina, que no conoció a su padre, quiénes eran los peripatéticos, esos adolescentes abrumados y alumnos maravillosos de aquel aristotélico profesor Merlí Bergeron, quien reivindica el valor del maestro «que enseña porque ama lo que hace, “ama la sabiduría”, y además logra transmitírselo a sus alumnos a los cuales no los ve como enemigos ni como números, sino como un grupo de personas que quieren aprender a pensar por sí mismo».
“Los primeros amores, las fiestas desenfrenadas, el sexo, los estudios, el miedo al futuro, las relaciones familiares, las amistades”, se restablecen en una digna purificación de eventos cuando entran en contacto con los saberes prácticos de la filosofía.
Estos muchachos, que eran como espadas clavadas a una pared, recibieron la mayor lección de su vida: Merlí los arrancó de la piedra y les abrió los ojos.
“Cuando fuimos los peripatéticos…” obliga al repaso visual. ¿Aquellos que vieron la serie recordarán este pasaje: «Iván, sé que estás escuchando al otro lado. A partir de ahora, soy tu profesor particular. ¿Me abres? Como sólo obtuvo un silencio por respuesta, Merlí se sentó en el suelo del rellano a esperar…. y a esperar… Merlí le iba contando a Iván lo primero que le venía a la cabeza. ¿Y qué es lo primero que tiene en mente un profesor de filosofía? Filosofadas…
–Cuando Diógenes era esclavo, su dueño le preguntó: “¿Qué es lo que sabes hacer mejor?”. Y él le contestó: “Yo sé mandar, y te ordeno que me liberes”. Entonces, su dueño le concedió la libertad y lo convirtió en tutor de sus hijos. Se hizo otro largo silencio. (…) Escuchó ruidos en la puerta. Pudo ver cómo se abría muy lentamente, con miedo, sólo unos centímetros, lo justo para que Merlí pudiera ver una mirada perdida, una cicatriz que cruzaba el lado de una cara oscura y un pelo largo y sucio que tapaban unos ojos: los de Iván, el peripatético que faltaba».
Simpatías por Merlí: cervezas de la filosofía salvaje con ese viejo cincuentón looser, de mi edad y de mi condición, tan bueno enseñando como seduciendo a una mujer.
Hay que mencionar el momento que detona la revelación del poema colectivo (Erótica Troya), donde Bruno se siente tan avergonzado que va directamente a contarle al profesor Albert que su novia Laia y Merlí recitan juntos en francés el Cogito ergo sum de Descartes… Golpes en el pasillo del instituto por un trivial asunto de faldas.
“Intercambiamos una sonrisa tierna y nos quedamos en silencio –reflexiona Bruno–. Los dos habíamos acabado con una herida en el labio y un libro en la mano. Nos unían la sangre y las letras, Mina. Las dos grandes herencias que hemos recibido de papá”.
Así es, cuando te gusta alguien y lo haces sonreír, tienes la sensación de recibir el mejor de los regalos.