LOS PERROS GUARDIANES: Los hijos de los días. Eduardo Galeano, la casa del saber

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“La única forma de educación obligatoria es la experiencia”.

Anónimo.

 Rael Salvador* / A los 4 vientos

Como si persiguiera un sueño, cada cierto tiempo voy a la casa de Galeano.

Esa casa es siempre su nuevo libro.

Él vive en sus libros, como los peces nadan o los pájaros se cagan en las estatuas: de los héroes, los conquistadores, los santos y otros personajes públicos.

Invasores que se erigen como conquistadores; héroes de principios cuestionables; santos con aureolas de guano deslumbrante; personajes públicos, de dudosa o maltrecha reputación, que llevan siempre el uniforme para los negocios: el saco y la corbata.

A diferencia de lo anterior, los libros son siempre monumentos que crecen hacia adentro.

Quizá ahí radique su importancia: amplían el alma, agudizando nuestras miras

Noviciado que nos lleva primero –como rémoras y garcetas– a montarnos sobre hombros de gigantes, para luego ser nosotros mismos esos gigantes.

Dos Grandes: Galeano y Benedetti, siempre presentes (Cortesía)

¿Se ha dado de otra forma el conocimiento? ¿Se ha legado la sabiduría sin ser inicialmente ésta un escalón o un libro que se pone para ascender a otras cosas, a otras épocas, a otras dimensiones, a otros mundos o a otras casas?

Me gusta decir que la lección de Galeano es la claridad.

     Claridad en forma de comprensión.

Perla que se amasa con la harina del saber y, más adelante, uno muerde… encontrándose con el aprendizaje.

     Con el delicioso sabor del entendimiento.

     Es decir, la claridad y la lucidez, que es lo mismo que abogar por el discernimiento.

     El aprendizaje es como una perla, una galleta o una catedral de pensamientos.

     De la claridad se aprende: el sabor, el color, el calor, el olor…

     Del aprendizaje, construimos.

Galeano con Serrat y Sabina (Cortesía),

Galeano nos invita siempre a construir.

Cada palabra suya es un suave ladrillo de levedad que, encontrándose con otras palabras –sobre todo de espuma y música–, construyen una casa etérea.

Una casa donde se puede volar, navegar, vagar, viajar, bogar, trasladarse, te(letra)nsportarse…

Este libro de Eduardo Galeano lleva como título Los hijos de los días (Siglo XXI Editores), es un calendario que posee la memoria como fecha de partida y como fecha de llegada, un almanaque literario que, día tras día, narra nuestro paso por el tiempo, la enorme caminata de acontecimientos que, como hombres y mujeres, hemos legado como Historia y como historias.

Tomaré la página de hoy, abril 24, ofreciendo ejemplo:

Galeano y Poniatowska, en febrero de 2011 (Cortesía).

            El peligro de publicar

            “En el año 2004, el gobierno de Guatemala quebrantó por una vez la tradición de impunidad del poder, y oficialmente reconoció que Myrna Mack había sido asesinada por orden de la presidencia del país.

            Myrna había cometido una búsqueda prohibida. A pesar de las amenazas, se había metido en las selvas y las montañas donde deambulaban, exiliados en su propio país, los indígenas que habían sobrevivido a las matanzas militares. Y había recogido sus voces.

            En 1989, en un congreso de ciencias sociales, un antropólogo de los Estados Unidos se había quejado de la presión de las universidades que obligaban a producir continuamente:

            “–En mi país –dijo–, si no publicas estás muerto.

            Y Myrna dijo:

            –En mi país, estás muerto si publicas.

            Ella publicó.

            La mataron a puñalada”.

            *Escritor, profesor y periodista, autor de los libros Obituarios intempestivos, Ensenada, instrucciones para hacer fuego con el mar y Claridad & Cortesía. raelart@hotmail.com 


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