LOS PERROS GUARDIANES: La sonrisa de Erasmo
Las fuentes de Carlos Fuentes
Me complace la cordialidad de autores que escriben sobre lo que leen, que tocan con su pluma el corazón de otras obras.
“Lee y conducirás, no leas y serás conducido”
Santa Teresa de Jesús
Rael Salvador*/ A los 4 vientos
Carlos Fuentes (1928-2012), ensayista literario, refrendó con su muerte la eternidad viva de su Ars lectorum: “Cada lector crea su libro, traduciendo el acto finito de escribir en el acto infinito de leer”.
Metamorfoseado ya en libro, lo que continúa es la elocuente inmortalidad retórica, que se asemeja al centelleo de la antorcha: los ciegos encontrarán calor en el cantar de su llama, los videntes revelaciones en la oscuridad que se descubre como luz.
De ahí, la polaridad con los que la tradición abona algunas deudas históricas: la manera particular de estancarnos en la cómoda locura a la que pertenecemos o de encontrar los replanteamientos de la existencia en la iluminación, así incineremos en ello la corruptible carne de la vida en el intenso fulgor del ángel.
Unos tejerán la mortaja del miedo y se envuelven en el escudo de las normas, cerrazón de los preceptos, inferioridad que cifra la sumisión en obediencia insana; otros, como Don Quijote o Henry Miller o el mismo Cortázar, realizarán el pulso de la existencia en la aventura de lo leído.
“El hombre se transforma en la medida de todas las cosas, pero descubre que su libertad es inseparable de su soledad”, especifica el autor de Aura, arañando con luminiscencia segura algunas sombras de la sinrazón.

“Los hijos de los personajes más notables y renombrados suelen resultar calamitosos para la comunidad”: Erasmo de Róterdam
Evocada históricamente por Horacio y reafirmada por Erasmo, en el capítulo 10 de La gran novela Latinoamericana, titulado: “Julio Cortazar y la sonrisa de Erasmo”, Fuentes nos lleva al mediterráneo Egeo y nos convida de la “locura serena de un griego” que, en su alienado imaginario real, «estaba tan loco que se pasaba los días en medio de un teatro, riendo, aplaudiendo y divirtiéndose, porque creía que una obra se estaba representando en el escenario vacío. Cuando el teatro fue cerrado y el loco expulsado, éste reclamó: “No me habeís curado de mi locura; pero habeís destruido mi placer y la ilusión de mi felicidad”.»
Hijos de Erasmo, mucho abunda en las grandes esperanzas, que elogiamos nuestra locura desmedida: “Todos los demás animales –alegará el natural de Rotterdam– se contentan con sus limitaciones naturales. Sólo el hombre trata de dar un paso más allá”.
Leer a Carlos Fuentes quizá me ha significado la razón y la sinrazón de comportarme como alguno de sus protagonistas o su propia personae, ser un poco él y ellos, igualar en alguna medida la tradición libresca huyendo del prejuicio, atinándole quizá al descreimiento inhumano, para sufragar algo –pienso en mis propias letras– al crecimiento humano.
En la hora definitiva, cuando Fuentes cesó su tinta, Federico Reyes Heroles afirmó: “El quehacer de un escritor es ampliar el alma para poder sentir más y mejor, y poder poner esos sentimientos en negro sobre blanco, atraparlos en palabras”.
Por eso Dickens, por eso Flaubert, por eso Kafka, por eso esta felicidad rebelde que nace desde Cervantes, desde la Mancha de la literatura.
*Existencialista tardío, Rael Salvador es poeta, escritor y periodista. raelart@hotmail.com