LOS PERROS GUARDIANES: Enemigo de la Humanidad. El espectáculo de Mario Vargas Llosa

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“Si el hombre fracasa en conciliar la
justicia y la libertad, fracasa en todo”.
Albert Camus.

 Rael Salvador* / A los 4 Vientos

La posición de falsario surge cuando se intenta defender, a copa y pluma, desde la posición de un liberal de derecha, lo indefendible de un Estado en vertiginosa decadencia, que levanta cínicamente sus banderas a la “democracia” en un perfumado aire de cadáveres.

Me refiero al modelo capital que promociona la invasión y el crimen, el espionaje y la delación, la mediación de la sangre y las torturas como esquema, ese “enemigo de la humanidad” que  bien hace en aludir el autor de “Conversación en La Catedral”, es decir los Estados Unidos de Norteamérica.

Con los méritos siempre en deuda, 15577501_1276029022435632_393086385_nVargas Llosa intenta la denostación brillante en contra del fundador de WikiLeaks por medio de la afrenta áspera, rebajada a rancia posición política: su defensa de la sociedad abierta, de pensador liberal anglosajón –eso sí, siguiendo las tesis de Karl Popper–, termina por alimentar de papilla ácida la hipocresía de las sociedades del espectáculo, que tanto le da literariamente por demoler: “Yo soy un escritor conflictivo, tomo posiciones incómodas, me equivoque o no siempre digo lo que me parecen las cosas”.

Con evidente falta de rigor y blandiendo argumentos que sólo al extremo correspondiente paladean sus correligionarios, intentando la polémica inmediata y la refrenda mediática de sus ideas, se hace eco de su artículo titulado “Julian Assange en el balcón”.

Mala fortuna, su encomienda rebota en la esquina del escritorio. El marco del “balcón” no corresponde a su cancha literaria.

La variopinta mezcla de conceptos: “diplomáticos”, de “Derecho Internacional”, de “razones de Estado”, de “arresto sexual”, cobijado por su muy particular interpretación de “Libertad de expresión”, Vargas Llosa no contiene y arremete de igual manera contra el “desgarbado” –desvargado, se leería mejor– australiano como de los regímenes de Cuba, Venezuela y Ecuador, quien además, insiste en su desmemoria occidental, “ha perpetrado los peores atropellos contra la prensa en América Latina”.

Pero Varguitas parece olvidarse totalmente del peso de los delitos de lesa humanidad que su archipiélago de naciones democráticas, seguidas muy de cerca por sus séquitos militares, armadas fuerzas que ejercen el yugo sanguinario contra quienes no piensan y comulgan con su voraz modelo de consumo. 

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Aquí la barbarie con “rostro humano”, que el autor de “La ciudad y los perros” no menciona, pero que valdría la pena traer a la mesa: el soldado Manning, quien en un acto de honor a la verdad revela la porquería oculta del El Pentágono en 260 mil documentos clasificados sobre la conflagraciones de Afganistán e Irak, poniendo en entredicho, una vez más, las ocupaciones “de guerra” que mantiene el ícono de la democracia en otras naciones.

Al soldado Bradley Manning, de apenas una veintena de años, se le acusa, como lo leímos en la prensa occidental, de haber robado documentos secretos, donde se revelan las carnicerías y abusos llevados a cabo diariamente por los batallones contra la población, entre ellos vídeos específicos que muestran matanzas de civiles, niños, discapacitados y periodistas en Irak y Afganistán (los cuales pueden verificarse en la página de Internet: http://wikileaks.org/), y es juzgado, por traición a la patria, con cadena perpetuo o pena capital, lo que también le espera a Julian Assange.
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Tras las revelaciones de Wikileaks –empresa Web, para publicación anónima de documentos secretos o delicados, y lugar donde se cuestionan grandes “verdades” oficiales–, la nobleza de espíritu de todo occidente brilla (así como ahora en Alepo) por su total ausencia.

         No está en cuestión si sabíamos o no de dichos crímenes –pues de ellos tenemos registro en el ejercicio del periodismo independiente, con sus reporteros asesinados–, sino la constatación de que aquello que no se publicó en su momento, que fue ninguneado por la prensa oficial y controlado por el ejercito norteamericano o, en su arrogante defecto, por la diplomacia internacional.

         “El mayor abuso –declara Assange– es la guerra contada por los periodistas. Periodistas que participan en la creación de guerras a través de su falta de cuestionamiento, su falta de integridad y su cobarde peloteo a las fuentes gubernamentales”.

El Premio Nobel de Literatura, en sus diatriba con el fundador de WikiLeaks, debería de recordarnos que la palabra no es el terreno fértil de los hechos.

O bien, como escritores –de derecha a izquierda–, podemos avalar nuestro “contrato verbal” sólo en la administración justa de la realidad, jamás del lado de ideologías chapuceras, cargando los dados como truhán literario.

raelart@hotmail.comrael

 

*Existencialista tardío, Rael Salvador es poeta, escritor y periodista.


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