“Los Chuchos”, una polilla sexenal
El PRD en manos de Los Chuchos (Jesús Ortega y Jesús Zambrano) ha sido envilecido. Servirle de comparsa a un gobierno autoritario y al servicio de las trasnacionales y los cárteles del crimen en nada beneficia a los mexicanos de a pie.
Everardo Monroy Caracas/ A los Cuatro Vientos
Los Chuchos, en su afán de seguir en el candelabro del poder por el poder, se han convertido en los asesores favoritos de la camada que patrocina a Enrique Peña Nieto. Ortega fue el arquetipo del mal llamado Pacto por México que legitimó el ascenso político de un hombre construido por las televisoras, principalmente Televisa, y con dinero ilegitimo manchado con sangre mexicana.
Hasta el momento, los perredistas envilecidos desconocen el verdadero propósito de una izquierda democrática y revolucionaria. Lo que el PRD hace en la actualidad es ser parte de esa camarilla de burócratas que le trabajan a destajo a los consorcios trasnacionales y que tienen puestas sus garras en los recursos naturales del país, principalmente el petróleo, el agua y la energía eléctrica.
Los legisladores perredistas, maiceados con dinero público y privado, legitimaron con su voto y servilismo la venta de las playas mexicanas a extranjeros y les repartieron el espectro de las telecomunicaciones a cuatro o cinco familias que representan los intereses económicos de corporativos trasnacionales. Ahora van por la educación publica para privatizar la enseñanza media y superior y dejar que los banqueros sean los ganones.
Los poderes facticos que tanto daño causan al país, porque promueven el despojo de la riqueza natural de los mexicanos, tienen a su servicio a los principales partidos políticos que además son amamantados con el dinero público. Los 32 congresos locales, los dos mil 457 cabildos y el Congreso de la Unión, se han poblado de arribistas y apátridas que solo velan por sus intereses políticos y económicos y se encargan de repartirles migajas a los marginados y pobres. Hasta el momento no existe un municipio donde la organización social sea la base fundamental del crecimiento productivo o la defensa abierta a la corrupción, marginación, falta de empleo bien remunerado o mejoría sustancial de las familias asalariadas o de los pequeños y medianos comerciantes. Los alcaldes siguen repartiendo la obra pública bajo la consigna del diezmo y los gobernadores, supeditados al presidente de la republica en turno, no se cansan de macanear y reprimir la protesta social. De paso, alientan la presencia de la delincuencia común y la venta de drogas al menudeo.
Los Chuchos y sus gobernadores, principalmente aquellos que alentaron en alianza con el PAN –Guerrero, Puebla, Sinaloa y Oaxaca—en nada se distinguen a los gobiernos panistas o priistas. La corrupción y represión son algo común. También causa escozor comprobar que sus gobernadores jamás han alentado la creación de una cooperativa productiva o encabezado una marcha obrera o campesina o defendido públicamente, los recursos naturales de sus gobernados. Por el contrario, alientan la explotación irracional de las entrañas de la tierra (minería) o dejan en manos de trasnacionales la obra pública y endeudan mas a los estados. Viven desclasados, a pesar de decirse de izquierda, y permiten que sus policías sean penetradas por el crimen organizado y odien a sus iguales. De ahí que uno observa con tristeza, como unos jornaleros uniformados garrotean, gasean y hasta asesinan a sus iguales por órdenes de los burócratas sexenales.
Los Chuchos, caricatura de los socialdemócratas rusos, llevan una vida de lujo y de desvergüenza. Viajan por todo el país y el mundo con dinero público; comen y duermen con priistas y panistas sin ruborizarse y salpican de ignominia a un partido político, el PRD, que fue construido con la sangre y las lagrimas de miles de mexicanos pobres, principalmente del campo. Durante los comicios, ese ejercito de asalariados pobres, se formaban desde muy temprano para depositar su voto a favor de un candidato que se decía de izquierda y democrático. Al final, únicamente repetía la misma receta asistencialista, ideada en los ochenta por Carlos Salinas de Gortari, y ahora bautizada como Oportunidades. Nada trascendente. Las mismas despensas de 500 pesos que se reparten mensualmente por familia, son adquiridas en las grandes cadenas comerciales, las mismas que se han apropiado del presupuesto público y le lavan el dinero algunos delincuentes de cuello blanco.
Jesús Ortega y Jesús Zambrano jamás entenderán que estar acordes con la inversión privada amoral, lástima y destruye la unidad de miles de familias mexicanas. Han llenado de luto, tristeza excesiva y terror a los hogares de gente sencilla y productiva. Matan los sueños de niños y jóvenes de bien. Trabajarle a la ultraderecha es la traición más aberrante que puede hacer un hombre o una mujer que se diga de izquierda. Los neoliberales están consumiendo al país y poniendo a su sociedad al borde del suicidio. Las instituciones públicas, levantadas con la sangre de un millón de mexicanos que padeció los horrores de la guerra civil de 1910-1921, ahora son reductos de Wall Street y de mafiosos que les gusta nadar sin remordimientos en albercas de sangre y lágrimas. ¿Hasta cuando la verdadera izquierda democrática lo va a permitir?