Legisladoras vs las mujeres
El terror de los feminicidios regresa a Chihuahua. La tragedia que provoca urticaria a gobernantes y políticos, y ensancha el camposanto de género.
Manuel Narváez Narváez/ A los Cuatro Vientos
Parece que el dolor que provocan los crímenes contra las mujeres por razones de su género, se empecina en arraigarse en nuestras tierras. Esas cicatrices abiertas que datan desde 1993 se alargan en el tiempo sin que nadie, con responsabilidad constitucional, aún del mismo género, sea capaz de contener el surco de sangre que va dejando a su paso el feminicidio; peor todavía, el desdén oficial por desaparecerlos de su discurso y la silente complicidad de las legisladoras, que no hacen sino profundizar la pena de los deudos de las víctimas que imploran una pizca de consuelo al menos, si se combatiera a la impunidad, que se pavonea sin distingo de color o credo.
Esta vez no voy a analizar las voluptuosas cifras de mujeres asesinadas en el estado de Chihuahua desde 1993, ni de la incompetencia de los gobernadores desde entonces para esclarecer los crímenes; tampoco voy a detenerme a escarbar en el perverso foso de cuál entidad del país encabeza hoy en día la lista negra donde se cometen más feminicidios; no, y no porque carezca de elementos para abordarlos, sino porque mi mayor preocupación es la falta de solidaridad de las propias mujeres con cargos de elección popular, que se han perdido en el glamour de la aristocracia política del congreso federal y los locales.
En las últimas semanas la sangre de mujeres asesinadas ha teñido de rojo el cielo de Chihuahua, como si las peticiones de bendición no fueran escuchadas. Si bien esta situación no ha alcanzado niveles de psicosis entre la población, sí se percibe la inquietud en las escuelas del nivel medio y superior, y en los barrios de clase baja y media baja.
En consonancia con lo anterior, la autoridad fiscalizadora toma estos hechos como cualquier crimen, pese a la incidencia particular en las últimas semanas. No quiere asumir con objetividad la situación, por el contrario, se ha ido desdibujando en declaraciones ajenas al profesionalismo que amerita su responsabilidad, lo que reduce la escasa credibilidad que tiene la institución investigadora.
Y si las circunstancias y las autoridades (preventivas e investigadoras) no muestran señales de alianza ciudadana, ni con la víctima, ni con los deudos de éstas, tampoco las legisladoras locales y federales por Chihuahua se interesan en la desgracia de las familias enlutadas. Eso sí, les va a faltar espacio en la cavidad bucal para llenarla de discursos con motivo del 8 de marzo.
Tampoco se trata de subirlas a un ring, porque demostrado está que los perdedores de siempre, es decir, la sociedad, no consigue siquiera un milímetro de avance para bien; pero es inconcebible tanto desdén y nula solidaridad de sus congéneres con las víctimas.
Qué ironía de la vida, pues aún tengo presente las batallas de mujeres que impulsaban la acción afirmativa, para alcanzar la paridad de género en los cargos de representación popular. De mujeres que buscaban la igualdad de oportunidades de desarrollo en todos los espacios públicos y privados de la vida; sin embargo, ahora que se ha reducido ostensiblemente la brecha entre mujeres y hombres en el congreso federal y los locales, ya no veo esos mismos ímpetus de luchar contra la desigualdad y los abusos por cuestiones de género, muy al contrario, las legisladoras de hoy fueron seducidas por las extravagancias, privilegios, prebendas y excesos que cuestionaban de los varones.
Las legisladoras de hoy, de cualquier corriente ideológica, se olvidaron de las tragedias que han vivido miles de mujeres asesinadas y de millones abandonadas a su suerte por su condición de género. Diputadas y senadoras no tienen memoria de que las curules y escaños que ocupan, están reservados para contar siempre con su solidaridad hacia ellas. Ellas se han perdido, torciendo la ruta de su historia, porque licuaron las banderas de la igualdad con las de la demagogia, pariendo el engendro de las cuotas de género envueltas en el celofán de los discursos huecos y la verborrea.
Mientras las legisladoras se preocupen más por su apariencia, por el bolso de marca y el corte de sus atuendos, las autoridades responsables de la prevención y las investigaciones, seguirán manipulando el escenario de la cruda realidad. Mientras las legisladores prioricen su tiempo en invertir sus escandalosos ingresos en chalets de lujo y en propiedades inmobiliarias, los asesinos y depredadores sexuales seguirán merodeando escuelas y hogares modestos. Mientras algunas mujeres sigan viendo a la política y los cargos públicos como la oportunidad para competir con los varones por los mismos vicios de éstos, la desigualdad continuará enseñoreándose en todo México.
El poder las emborrachó, por eso no tienen tiempo para atender las prioridades de sus congéneres. Se han convertido en cómplices silentes de los feminicidos. Ah, pero eso sí, ya tienen un mapa con la ruta de las lianas chapulinas de 2015, 2016 y 2018: candidaturas a la alcaldía, diputaciones locales, diputaciones federales, al gobierno del estado, o la senaduría. Todas, de ida o de vuelta, y que le hace si son por cuota, al cabo que ese sí es un logro de género.
Las muertas de ayer y las que van en el año no encontrarán paz eterna mientras no se dejen de armar las cruces de madera que se clavan en la tierra y en los corazones de la sociedad y sus deudos seguirán sufriendo la pérdida de sus mujeres, mientras no haya justicia.
P.D. No dirijo mi análisis a los distinguidos legisladores ni a los gobernantes, porque a ellos no les importa las penurias que padecen las mujeres en este país. Son su centro de atención sí, cuando hay elecciones.