Las viejas novedades de Zambrano
En mi anterior columna escribí que México necesita una reforma político-electoral con un marcado perfil ciudadano. Una reforma que dote de credibilidad a nuestro maltrecho sistema electoral, un cambio que modifique de raíz la relación entre política y sociedad, y que haga posible una ciudadanía activa. Una transformación que permita dejar atrás los viejos vicios y que represente un auténtico esfuerzo por renovar los asfixiantes parámetros de nuestra política. En síntesis, una reforma de fondo que otorgue más poder al ciudadano y que adopte un compromiso irrenunciable con las exigencias de la democracia moderna. Nada de eso se cumplirá porque nuestra transición se encuentra secuestrada y en un callejón sin salida.
Isidro H. Cisneros/ A los Cuatro Vientos
La historia es simple: como resultado de las reformas realizadas a la Constitución en materia electoral en 1990, el Congreso de la Unión expidió el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales y ordenó la creación del Instituto Federal Electoral, a fin de contar con una institución imparcial que diera certeza, transparencia y legalidad a las elecciones federales. Cuando nuevamente se impulsó una reforma para la ciudadanización del IFE entre 1993-1996, estaba convencido de que paulatinamente se establecería un cuarto poder ciudadano como contrapeso al apetito voraz de los partidos por el reparto de las instituciones. Nuestro proceso de cambio político necesitaba rumbo y dirección democrática.

Luis Carlos Ugalde, consejero presidente del IFE en la impugnada elección presidencial del 2006
La personalidad de los individuos marca radicalmente a las instituciones. Así ocurrió con las diferentes presidencias que ha tenido la autoridad electoral: unas impusieron su carácter independiente, otras arrastraron a la institución al laberinto de la incertidumbre, y otras más establecieron modelos de gestión que la llevaron a situaciones de sometimiento a los partidos.
Ahora, en el contexto de una nueva reforma electoral que plantea el renacimiento del IFE para poner límites a los poderes locales, los partidos han presentado una lista de posibles candidatos para conformar a la nueva autoridad electoral que se propone, y su análisis no deja lugar a la esperanza. Con muy raras excepciones, se encuentra integrada por empleados de los partidos y funcionarios en activo, por miembros de la rancia nomenclatura electoral que sin pena ni gloria pasan de un puesto al otro, por mediocres burócratas universitarios, por familiares de políticos cuestionados, y por antiguos consejeros electorales responsables en buena medida, del descrédito en que se encuentran los organismos locales electorales. Dichas propuestas solo anticipan el fracaso de la anunciada reforma electoral y la definitiva exclusión ciudadana. Esto sin abundar en el método de selección de los nuevos consejeros que será prácticamente por designación partidaria, dejando de lado no solo el análisis público de las competencias de cada individuo, sino los aspectos formales de la comparecencia y la exposición de motivaciones.
Si bien es cierto que nuestra partidocracia avanza confiscándole cada vez más poder al ciudadano, la responsabilidad mayor del actual retroceso recae en el denominado “principal partido de la izquierda”. Una concepción y una modalidad de la política que paradójicamente tendría que estar abriendo mayores espacios a la participación social. Convertido en el portador de un proyecto conservador, el partido que dirige Jesús Zambrano ha claudicado en su compromiso con los ciudadanos, reproduciendo las viejas dinámicas autoritarias de otros tiempos. Bajo el actual grupo dirigente, el PRD se ha transformado en una nueva derecha que le disputa a los partidos más antiguos la hegemonía de las prácticas clientelares y de manipulación. Lo nuevo no puede nacer de lo viejo. La derecha se ha posesionado no sólo del discurso político sino también del lenguaje común. En México se está desarrollando un proyecto que busca “reinventar” a la política para que todo siga igual. La derecha, nos recuerda Norberto Bobbio, tiende a la creación de sociedades cerradas de carácter excluyente. Una de las razones por las que actualmente en nuestro país existe una gran desorientación por cuanto se refiere a las ideas y las propuestas, depende del modo como se interpretan los desafíos de nuestra democratización política.
La izquierda ideologizada e inquieta de los últimos decenios del siglo pasado, fue sustituida por una nueva amalgama de intereses pragmáticos y burocráticos, alejados cada vez más de los fines que la inspiraron en sus inicios. El síndrome Zambrano representa la enfermedad terminal de esta izquierda, que observa anonadada e impotente las radicales transformaciones que caracterizan al orden mundial y las inciertas vías por las que transita nuestro peculiar modelo de cambio político. Las certidumbres abandonadas no han sido sustituidas por la duda democrática, sino por el faccionalismo y las componendas políticas. Mientras que el mundo gira a gran velocidad despojándose de sus viejas vestimentas, la llamada izquierda mexicana se presenta aferrada, con todas sus fuerzas, a sus viejos ropajes políticos esperando no ser arrastrada por la dinámica de la rotación. La reforma electoral aún no nace y ya está enferma, con el previsible resultado de que en México el ciclo de la ciudadanización electoral ha concluido.