Las razas y el diálogo de civilizaciones
El Choque de Civilizaciones es asunto de ejércitos y mercenarios. El Diálogo de Civilizaciones es de libros y universitarios.
El racismo entre las naciones se da porque en el planeta hay razas.
Eugenio Guerrero Güemes / Observatorio Académico Universitario
Actualmente se ha alentado la cortesía de no soltar la palabra raza, sino señalar a los grupos como ¨etnias¨, ¨pueblos¨, ¨naciones indígenas¨, ¨tribus¨, ¨pobladores nativos¨, o distinguirlos por sus gentilicios. Tales vocablos son en el fondo eufemismos suavizantes, porque se mantiene el mismo trato diferencial que se usaba cuando les decían razas. Es la naturaleza humana la que condiciona a los pueblos a percibir el color de la piel, el grosor de los párpados y el tinte de los iris que cubren, la sinuosidad de los labios, la textura y color del pelo, los perfiles predominantes, el dibujo de las orejas, la elasticidad de los cuerpos; los aromas diferenciados, la altura promedio, los usos y costumbres, indumentaria y peinado. A partir de ahí, la gente arma conglomerados humanos en lotes que luego son llamados razas.
La convivencia hace que las naciones se observen y luego terminan por descubrir, inventar y endilgarse entre ellas mismas inferioridades, superioridades y rarezas que hacen que el mundo tenga razas desdeñables, admirables o curiosas. No sólo son agrupados los pueblos por similitudes sino también por regiones planetarias habitadas, lo que da por resultado a los árabes, los asiáticos, los africanos, los nórdicos, que siendo propiamente culturas, ya que abarcan multitud de razas, se compactan sus variadísimos aportes culturales empaquetándoles en un nombre envolvente. Separamos a los conjuntos humanos de esa manera y así nos quedamos con apreciaciones que, a su vez, son las raíces de los tipos especiales de racismo: el desdeñoso, el adulador o el compadecido y otros más. Además, las naciones extendidas en el horizonte variado, están cercadas por religiones y acotadas por idiomas y todas las razas, en cuanto la Antropología las descubre y exhibe, contribuyen a la cultura mundial.
Las características biológicas tanto como las culturales, son entregadas de una generación a la siguiente y si el grupo permanece más o menos aislado geográfica o socialmente, suelen considerarse esos rasgos como si fueran todos genéticamente transmitidos. La controvertida memoria racial entra en esa discusión interminable. Hay pues rasgos que se reconocen como resultado del troquel cultural, otros hereditarios por sangre y es difícil desentrañar o establecer la borrosa línea divisoria.
El racismo del tipo soberbio es el que mira desde lo alto y para no darle cabida, las razas tendrían que diluirse en el mestizaje cósmico mediante el sometimiento de los 7 mil millones de humanos a un vértigo de exogamia total. Mientras llega tal día algunos evitan, como ya vimos, utilizar términos raciales para describir los resultados de la endogamia.
Así alimentan la esperanza que el racismo implicado acabe a largo plazo educando a la población; es decir disipando su memoria racial, tal vez para sustituirla con una memoria planetaria. Otros, por su lado, se aferran a la práctica ¨higiénica¨ de no convivir con las razas sino, cuando menos, arrinconarlas. En Campo, California se aislaron a los norteamericanos de origen japonés, durante la II Guerra Mundial. En México subsiste la ingratitud con que se ultraja a las etnias. En Alemania los skin heads hacen tropelías contra los inmigrantes. Por otro lado, son los descendientes de los pueblos que se surtían inmisericordemente de mano de obra africana negra para sus labores físicas y recreativas, quienes practican, siglos después del saqueo humano, una actitud compensatoria (pero no arrepentida), de trato digno y evitan, en público, los términos racistas, aunque la chusma futbolera blanca no puede refrenarse.
Secularmente, las razas en las repúblicas donde no son mayoría tienen sus enclaves habitacionales. Otras en cambio, dominan sus horizontes. Ambas rumian sus resabios y bruñen sus virtudes y son identificadas precisamente por esos rencores madurados y también por sus bondades acicaladas. Luego muchas salen, las minoritarias y las mayoritarias, a campo abierto mundial cuando ceden al pregón de algunos eventos: Exposiciones de tecnologías, de artesanías, de cine, de literatura, de los ritos de la fertilidad (que encubiertos nos los hacen pasar como ¨Concursos de Belleza¨), de canto, de cocina, de tantas manifestaciones populares; pero las convocatorias de mayor fascinación global son, irrecusablemente, las de tipo deportivo.
Y aconteció que presenciar los campeonatos mundiales de la mayoría de los deportes, equivale a disfrutar las proezas de los africanos negros o sus descendientes que bajo distintas banderas compiten y se superan entre ellos mismos.
El jamaiquino corre más rápido que el norteamericano. El holandés, anota más goles que el francés. Los corredores de Denver son más raudos que los de Nueva York. Aquel atleta es más fuerte que éste. No es raro que en esos ejemplos estemos emocionados por la competición entre africanos o su diáspora. Para ver la dimensión de su presencia, imaginemos un estadio, digamos de beisbol de la USA durante un juego de la llamada Serie Mundial, en el que mandáramos a la banca a los descendientes de negros africanos: puertorriqueños, jamaiquinos, dominicanos, panameños, hondureños, cubanos, venezolanos, afroamericanos ¿Con qué calidad de espectáculo nos quedaríamos?
En el verano del 2013 jugaron básquet los equipos representativos del Canadá y de Jamaica; por momentos en la cancha estaban botando las pelotas y surcando el aire ocho descendientes de africanos. Si los diéramos de baja en los encuentros mundiales de básquet, boxeo, volei, atletismo, fut soccer y americano, carreras pedestres… ¿Qué pasaría? Indudablemente que tendríamos héroes de otras razas, pero le faltaría algo a los podios de premiación: los acrobáticos y elegantes cuerpos africanos colgándose las medallas.
Puede documentarse fácilmente que los negros africanos y sus descendientes tienen entre ellos abundancia de logros mundiales de literatura, música, canto, paz y reconocimientos científicos; así como hay sajones, eslavos, iberoamericanos, caucásicos, asiáticos, arios y anglos que son atletas destacados. Aún así, la imagen mundial que se tiene de los africanos y sus descendientes es la de atletas de excelencia.
Aconteció también, que en épocas romanas imperiales las carreteras fueron tendidas y por ahí fluyeron El Derecho y El Latín; los acueductos, anfiteatros y las arenas para gladiadores y bestiarios. Durante el Medio Evo las catedrales albergaron la patrística y los castillos y universidades se elevaron. En esta época del XX y XXI se han aportado a las multitudes de todo el mundo los automóviles y el cine y los cultos paganos de ambos, los gigantescos centros comerciales y estadios deportivos, armamentos y la tecnología espacial y cibernética, los inmensos parques temáticos, así como los contaminantes outlets, chimeneas de las fábricas y comida chatarra; los deportes de extrema violencia, los héroes efímeros que viven sólo entre record y record.
Si bien tamaño logro planetario es acopio de todas las naciones, la USA se destaca como proveedor titánico. Todo su aporte colosal ha sido producto del aprovechamiento del tiempo y de su esfuerzo puritano ininterrumpido, virtudes excelentes que han sido puestas finalmente, por sus dirigentes WASP y ejércitos, al servicio arrogante de su democracia la que atestan por todo el mundo sin que haya solicitud legítima de por medio, con tal de engullirse el mercado mundial.
Entonces. Por los africanos negros se ha distendido, contraído y abultado el músculo; los anglo–sajones se han distinguido por el industrialismo, el negocio pertinaz y la imposición de la democracia; mientras que otras razas, que no hemos tratado aquí, se han definido por su desdén a los derechos de autor y otras más toman La Ley y La Lectura como agendas de guerras justas. Nosotros los iberoamericanos, ¿dónde estamos?
Por los africanos ha hablado el músculo, por los sajones el negocio, por otros la piratería marítima y por otros la cibernética y por otros más, los rencores religiosos. ¿Será el momento de reiterar que Por mi Raza Hablará el Espíritu?
¿A qué se refiere mi Raza? El Descubrimiento de América se festejaba como El Día de la Raza, luego pasó a ser, al salir de un doble paroxismo semántico, El Encuentro de Dos Mundos y el Día de la Hispanidad. Cuando se llamaba simplemente El Día de La Raza no podía referirse a ninguna de las civilizaciones que poblaban el vasto continente, sino a la que dio inicio tamaño Choque de Civilizaciones, que es precisamente la Iberoamericana, resultante del encontronazo de religiones, idiomas y organizaciones sociales, que para integrarse en un solo centro de voluntad y decisión, necesita una ficción rectora que aun está por asomarse en el horizonte.
El espíritu iberoamericano tiene tiempo en los umbrales del diálogo y está manifiesto en Bolívar, Vasconcelos, Morelos, Torrijos, Rulfo, Figueres, Cárdenas, Haya de la Torre, César Chávez, Castro, Evo, Marcos, García Márquez, Ortega, Martí, Ingenieros, Allende, pero el industrialismo frenético no deja de aturdir y amortiguar esas, nuestras voces, que finalmente imperarán sobre las naciones justo en el momento cuando el Negocio deje de ser el tábano, el afilado acicate mundial. Entonces el ecologista anglosajón procederá a recoger su tiradero consumista globalizado y empezarán los siglos del Espíritu. ¿Cuándo?
Para La Raza no hay prisa; Hay que darle Tiempo al Tiempo.
Nota: La Geografía ha dividido al África en la desértica región norteña del Sahara y la región húmeda al sur del desierto. Cuando decimos africanos negros nos referimos a los centenares de grupos de pobladores de la zona sur del continente. En todo el continente coexisten mil lenguas y dialectos utilizados, cada uno de ellos por un grupo racial que puede tener millones de hablantes y otros apenas un centenar; todos aportan una deslumbrante complejidad al Diálogo de Civilizaciones. En estas páginas sólo se distingue el África Negra del África del Sahara.