Las distracciones de la ideología
Mucho ha sonado el tema del supuesto plagio en que incurrió el presidente, tanto que no debemos buscar mucho para encontrar las más diversas críticas a la minimización del problema en que buena parte de la opinión pública incurrió, particularmente en las primeras horas tras la publicación del reportaje que dio cuenta de ello.
Alfredo García Galindo/ A los 4 Vientos
Así, hubo periodistas, personajes famosos y políticos que expresaron frases ciertamente anodinas que giraban en torno a la idea: “pues quizás estuvo mal pero para qué tanto escándalo”.
No obstante, también existe otro perfil peculiar de personas cuya actitud ha sido ambivalente: aquellas que inicialmente se unieron a la ridiculización del reportaje realizado por el equipo de Carmen Aristegui y que posteriormente terminaron por firmar la petición de que la Universidad Panamericana retire el título de abogado al presidente Peña Nieto.
El origen de esta conducta contradictoria puede obedecer a un hecho particular: para estas personas resultó en un principio más importante quién estaba dando a conocer el asunto que la naturaleza del mismo. Es por ello que las cuentas en redes sociales de los tradicionales enemigos de la periodista se engalanaron de nuevo con el tipo de memes, gifs y frases con los que normalmente la vituperan.
Uno de esos gifs incluso se adelantó a la que sería la explicación dada por el vocero de la presidencia, pues ridiculiza a Carmen Aristegui por el hecho de que la gran noticia esperada resultara en que simplemente “EPN no usó comillas en su tesis”.
El caso es que ahora que el escarnio contra Peña Nieto se ha vuelto en pocos días una norma, ahora sí muchos de esos enemigos declarados de Aristegui incluso reproducen artículos que expresan cómo la ruptura de la legalidad y de la decencia ciudadana se ha convertido en parte de nuestra cultura. Es decir, el efecto de una multitud que avanza hacia una dirección les ha dado el valor de sumarse para evitar que se les tome por cínicos o indolentes”.
Como puede verse, la aversión de muchas personas hacia la periodista constata un hecho muy perceptible: a menudo la dureza de las convicciones y de las filias hace que el argumento ad hominem [1] se arraigue a tal grado en nuestra conciencia, que incluso la conveniencia de un buen juicio frente a lo cuestionable queda supeditada al color de nuestros desprecios.
Es lo que puede ejemplificarse con el papel peculiar de Carmen Aristegui; parece como si la mayor parte del público que fija su atención en ella tuviera la obligación de asumir una posición irreductible. Si por un lado existe una gran cantidad de personas que se refieren a ella como un adalid de la democracia, al grado de proponer (desatinadamente, según mi opinión) que compita por la presidencia, por otro lado están estas personas que vituperan (a menudo con el dejo de un odio poco disimulado) cada acción suya calificándola de amarillista, farsante, pseudoperiodista o agente de Andrés Manuel López Obrador.
En fin, y como arriba decíamos, en un medio de semejante petrificación de las certezas, el riesgo ha quedado expuesto con el caso referido: La percepción de lo éticamente inadmisible, a menudo queda ensombrecida por los odios cultivados por nuestros prejuicios.
[1] Argumento ad hominem: falacia que consiste en que se califica el mensaje no por su contenido sino por quién es la persona que lo emite.