LA QUINCENA DE LA CIENCIA: Premios Ig Nobel 2016, para morir de risa y reflexionar
Los premios Ig Nobel son para científicos duros, suaves y blandos, que nos hacen reír y luego pensar. Son otorgados por la revista Annals of Improbable Research (Crónicas de Investigaciones Improbables).
Joaquín Bohigas Bosch/ A los 4 Vientos
Estas son algunos de los diez premios otorgados en su Vigésimo Sexta Ceremonia Anual, celebrada el 22 de septiembre en la Universidad de Harvard. Dan para reír mucho y pensar más.
Trusas anticonceptivas para ratas y hombres
El Dr. Ahmed Shafik hizo dos cosas extraordinariamente raras para ganarse (post mortem) el Premio Ig Nobel en la categoría de Reproducción.
Empezó poniéndole trusas de poliéster, poliéster y algodón, algodón y lana, a 75 ratas macho. Después de 6 meses, evaluó la actividad sexual de cada uno de ellos y encontró que disminuyó apreciablemente en los que usaron las de poliéster. Atribuyó este resultado a que estas indujeron campos eléctricos en las estructuras “intrapeniles” de los ratas (1992, Contraception 45, 339).
En un segundo experimento (1993, European Urology 24, 275), 14 hombres usaron un suspensor de poliéster alrededor de su escroto durante un año. Mientras lo tuvieron puesto, se les redujo el tamaño de los testículos y dejaron de producir espermatozoides durante largos periodos. Obviamente, no hubo novias o esposas embarazadas.
Ya que les quitaron el suspensor, sus actividades sexuales regresaron a la normalidad y sus parejas quedaron embarazadas. El Dr. Ahmed concluyó que el suspensor de poliéster es un método anticonceptivo seguro, reversible, aceptable y barato para los hombres.
Después de todo, tenía sentido ponerle trusas a las ratas machos. Los suspensores de poliéster cuestan unos pocos dólares, pero no se venden en farmacias.
Pinocho, desde su niñez hasta su vejez
Cinco investigadores recibieron el Premio Ig Nobel en Psicología, por preguntarle a mil mentirosos de 6 a 77 años, cuantas mentiras habían dicho durante las últimas 24 horas. Luego los interrogaron para decidir si podían creerles o no (Debey et al. 2015, Acta Psychol 160, 58).
Lo que buscaban era ver si las personas se vuelven más o menos mentirosas a lo largo de su vida y, en segundo lugar, si su habilidad para mentir mejoraba o empeoraba con el tiempo.
Encontraron que la frecuencia y habilidad para decir mentiras mejora desde la infancia y alcanza niveles de excelencia en jóvenes adultos. Luego decimos menos mentiras y las que decimos empiezan a dar pena cuando nos acercamos al momento en que vamos a estirar la pata (los viejos no mienten, solo inventan memorias).
Los premiados no creen que estas diferencias se deben a que antes éramos más honestos. En su opinión, estos cambios no tienen que ver con la moralidad, sino con nuestras habilidades mentales.
Una advertencia. Cuatro de los cinco investigadores son jóvenes adultos ¿Será cierto lo que dicen? Y a continuación, un acertijo para protegerse de los mentirosos.
Vas a visitar a unos amigos que viven en un pueblo donde todos dicen la verdad. Te dijeron que vas a llegar a una bifurcación que te puede llevar a su pueblo o a otro en donde solo viven mentirosos. Pero olvidaron decirte qué camino tomar, aunque si te advirtieron que en la bifurcación hay una caseta con dos guías de turistas idénticamente vestidas, y que una de ellas es del pueblo de las mentirosas y la otra del de las honestas ¿Qué debes preguntarles para llegar al pueblo donde viven tus cuates? Una pregunta es suficiente.
La vida de un colector de moscas vivas (y muertas)
Los escritores suecos están de moda. Quizá porque desde su muy peculiar perspectiva describen personajes muy raros, como la chica medio loca que lleva un dragón tatuado y se madrea a todos los malos, o el abuelo centenario que se escapa del asilo y también se madrea a todos los malos.
El Premio Ig Nobel de Literatura fue a dar a manos de otro sueco, Fredrik Sjöberg, que en tres volúmenes describió el placer que le produce coleccionar moscas muertas y medio vivas. Su trilogía se titula “La senda de un colector de moscas” y se han traducido y vendido cientos de miles de copias del primer volumen, “La Trampa para Moscas”. Estoy por comprarlo.
Sjöberg recopiló casi toda su colección de 200 especies de moscas sin salir de una isla remota del mar Báltico. Ahí vivió durante diez años con su sufrida familia, en una casa medio abandonada, sin agua corriente y sin un trabajo permanente. No lo hubiera podido hacer en México o Estados Unidos. En la foto en que recibe el premio, Sjöberg no parece ser un loco. De hecho, tiene el aspecto de un sueco en serie: serio, rígido, aburrido, pacifista. Nada que ver con el abuelo o la loquita.
Nuestra debilidad por la charlatanería pedante
El Premio Ig Nobel de la Paz fue otorgado a investigadores que se preguntaron por qué tendemos a creer que hay profundas verdades filosóficas detrás de frases pedantes que no tienen sentido (Pennycook et al. 2015, Judgement and Decision Making 10, 549).
Hay frases huecas que rápidamente apreciamos que son puras pendejadas; “ni nos perjudica, ni nos beneficia, todo lo contrario”, “estamos ambos cuatro”, “sí es mi voz pero no soy yo”, “trabajamos las 24 horas del día y partes de la noche” o “cambiemos de raíz sin cambiar las raíces”.
Pero hay otras que son pendejadas, pero parecen perlas de la sabiduría; “su significado oculto transforma la belleza abstracta”, “destilados energéticos que favorecen su expresión corpórea”, “dieta armónica que nos lleva a la paz trascendental”, “sanación bioenergética”, “plenitud que tranquiliza a fenómenos infinitos” o “la naturaleza es un ecosistema de conciencia autorregulada”.
Los que articulan estas frases e imágenes, que se socializan con increíble facilidad, crean pantallas de humo y juegos de espejo, con la intención de sugerir que hay algo trascendental detrás de lo que dicen y muestran. No hace falta que mientan, porque lo que pretenden es impresionar para vender un producto, una idea o una versión de su persona.
Los científicos generaron frases pomposas al azar y le preguntaron a 300 estudiantes de la Universidad de Waterloo en Canadá, si estas frases sin sentido tenían un significado profundo. La cuarta parte contestó que sí. Luego hicieron lo mismo con las frases que circulan en las redes sociales (por ejemplo, “una salud infinita mediante la curación quántica”) y obtuvieron el mismo resultado.
Encontraron que los que se dejan engañar más fácilmente tienen menos habilidades cognitivas, peor educación, son más propensos a creer en medicina alternativa, conspiraciones y fenómenos paranormales, y están más inclinados a tener creencias religiosas. Nada nuevo. Siempre habrá alguien al que le podamos vender el Océano Pacífico.
Viviendo como un animal
El Premio Ig Nobel de Biología fue repartido entre Charles Foster y Thomas Thwaites. El primero por haber vivido en el campo pretendiendo ser una nutria, un tejon, un venado, una zorra y un pájaro. El segundo por haber construido un sistema prostético que le permitió moverse como y con las cabras de la montaña.
Por su inapreciable valor histórico, transcribo parte de lo que dijo Foster:
He vivido como un tejón en un agujero en un bosque de Gales, como una nutria en los ríos de Exmoor, como un zorro urbano hurgando en los cubos de basura del East End de Londres, como un ciervo en las tierras altas del oeste de Escocia y en Exmoor, y, más desmesuradamente, de manera rápida, oscilando entre Oxford y África Occidental [nota del traductor: creo que habla de su experiencia como pájaro]. Por ello se me concedió recientemente un Premio Ig Nobel por ‘logros que hacen reír a la gente, y luego pensar’. Es razonable preguntar por qué hice esto. Hay muchas respuestas. Una de ellas es que quería percibir paisajes con mayor precisión”.

Wearing his prosthetic, goat-like legs (and a crash helmet, just in case), Thomas Thwaites interacts with an alpine goat.
Tenemos por lo menos cinco sentidos. Por lo general utilizamos sólo uno de ellos – la visión. Es una pena. Estamos perdiendo el 80% de la información disponible sobre el mundo. Sospecho que a eso se debe gran parte de nuestra incertidumbre acerca de la clase de criaturas que somos, de nuestras crisis personales, y de la forma francamente psicopática con la que la mayoría de nosotros trata al mundo natural. Si tan sólo percibimos el 20% de algo, es poco probable que seamos capaces de establecer una relación apropiada con la naturaleza.”
No está del todo mal, ¿verdad?
Más en: www.improbable.com/category/ig-nobel/
* Joaquín Bohigas Bosch. Doctor en Ciencias. Físico-astrónomo. Investigador del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)