La muerte en la sopa

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La dejaron sola, como el remoto día de sus años infantiles en que la abandonaron pegada a un biberón azucarado y las hormigas le devoraron las retinas.

 Enrique Lomas Urista/ A los 4 Vientos

La dejaron sola ante su sopa, ante ese trivial platillo en el que, sin proponérselo, aprendió a vaticinar la muerte.
-Siento tierra en la sopa -dijo un mal día y murió su gemela arrollada por el tren que se movió antes de que pudiera pasar medio cuerpo entre los vagones, en el camino de la escuela a la casa.
Luego, en el sabor terroso de otras sopas murió el tío Pancho, la prima Elvira y hasta la abuela, que pereció entre toses, cacahuates y maldiciones.
Por eso la dejaban cuando insistía, con la terquedad inexorable de la muerte, en comer su sopa.
Esta vez sintió un terrón grande y seco en la garganta y se apresuró a gritar que alguien moriría, cuando tropezó con una silla y su cara de mirada fija se proyectó contra el caldero de sopa, que no volverá a degustar jamás.

enrique lomas*Enrique Lomas Urista. Escritor y periodista originario de Torréon, Coahuila. Trabaja desde hace años en Chihuahua donde es corresponsal del periódico Reforma.

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