La muerte de Ernesto Pérez

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Estoy solo en esta maldita cama con el cuello cercenado sin poder hablar. Tuve que ser desnudado y sedado, como un cerdo. Así me sentí.

Everardo Monroy Caracas/ A los Cuatro Vientos

Ella está en la sala contigua, con mis hijos mayores y el ministro de gobernación, como un zopilote a punto de devorarme.

No soy nada. Estoy aquí, porque un médico militar me lo sugirió. Cáncer o no, el miedo es otro. El general Gutiérrez asegura que quieren asesinarme. Mis adversarios están en todos lados. Hasta mis mujeres me odian.

Dios bendito, sácame de este silencio. Tardaré en hablar y eso me preocupa.

Los hombres del partido y de la DEA siguen actuando a mis espaldas. Lo del petróleo me tiene aquí, en cama, causando lástima. El país es un cementerio por el maldito petróleo.

“Usted debe cuidarse”, me dijo el embajador yanqui por teléfono. “Lo quieren asesinar”.

No olvido el día que iba a abordar el helicóptero y detectaron el explosivo. Eso me informó el Estado Mayor Presidencial. Mi familia también está en riesgo. Soy un prisionero de mis propias debilidades y ahora esto: una cirugía en el cuello con advertencia de mortal.

Hace quince años las cosas eran distintas. Vestirme de mujer sin miedo me daba poder y placer. También tomarme una copa de ron con una prostituta. Vanessa no está aquí y tanto que hice por ella. O Martell y su gran habilidad de bailarme a mis espaldas y decirme al oído que me amaba. Tiempos perdidos por mi ambición de servir sin entender que soy un reo de los negocios extranjeros. Nada valgo. Es como aquella película de Iron Man donde el terrorista árabe en realidad es un títere de un corporativo trasnacional. Así me siento.

El doctor que me operó no perdió la sonrisa mientras me sedaban. Tal vez estoy sano y soy sacrificable. Me han demostrado que ellos son los propietarios de mi miedo. Nada puedo hacer, hasta Aspillare, el hijo puta de la televisora más importante de México, me tiene de los guevos con ese estúpido video. Ser hombre con mente de mujer debilita. Estoy perdido. Durante cinco años seré una puta al servicio del dinero, los vicios y el odio.

Nunca lo entenderé por qué no soy patriota, sino un pelele del imperio, aunque no me arrepiento.

¿Cuál es el lado optimista de esto? Lo pienso. Sí, sí… soy un presidente y tengo libertad mientras no me meta con ellos. Viajo, bebo y puedo darme el lujo de tener a todas las actrices o actores mexicanos a mi servicio.

paciente sedadoSin embargo, soy un estúpido. ¿Por qué le hice bronca al judío Salim? Este hijo de la chingada es el títere del Saliere, el Orejón, y yo haciéndome el desmemoriado y aquí estoy: en una cama de hospital, desnudo, entubado y sin hablar. La lección fue clara: no tengo el poder que supuse. El yanqui de la embajada fue honesto al advertirme que estaba en Los Pinos por un solo objetivo, el de servirle a los Estados Unidos… Nunca me dijo que “Mexicanos” o para los Latinoamericanos… Pendejo de mi…

Mis hijos jamás entenderán que fui su padre, sino un medio para no pagar en las discotecas y cogerse a las muchachitas o muchachitos de su edad. En eso reside el poder y así lo he entendido. Mi tío, el artífice de mi carrera política, siempre me advirtió que uno está en el carro de la revolución por el deseo de quienes invierten, no de los miserables. Hasta me regaló la novela de Víctor Hugo. “Has tu dinero, disfrútalo y conviértete en ciudadano del mundo. El poder público o privado te da ese derecho. Olvídate de esta miserable colonia yanqui llamada México. Aquí sembramos miserables para que se maten entre ellos y, claro, consuman y sueñen con los personajes inventados en la televisión o el cine”.

Ni siquiera estoy enterado de lo que ocurre en el exterior. Me han hecho creer que la crítica enferma. Lo importante, repiten, es que trabaje de acuerdo a los compromisos asumidos en campaña y tienen razón. Meterme en el pellejo de los muertos de hambre, simplemente destruyo lo que me motivó a llegar a esta cama: la ambición y el resentimiento. Tampoco necesité controlar a la izquierda burocrática de este país, los yanquis hicieron ese trabajo. Todo tiene un precio y es pagable. El loquito de mi ex adversario electoral al final de cuentas es un equilibrio, es utilizable por mis patrocinadores para darles más miedo a los inversionistas extranjeros. Entre él y los capos el miedo está garantizado. Así funciona el sistema, sobre todo cuando tenemos a los bolcheviques chavistas en Centro y Sudamérica. Malditos comunistas.

Ansío sentir a Martell, escucharlo, tener su lengua reptando en la mía, mintiéndome, porque estoy seguro que me era infiel, como la mujer que ahora tengo de esposa. Me ha perdido el respeto porque es la telenovela que nos inventaron.

En fin, en dos o tres días, según me han dicho, estaré de regreso en Los Pinos y seguiré mi vida como Presidente. El terror de morir será la mejor arma de mis enemigos, pero no importa porque hice historia y mi familia, los Pérez-Cerda, trascenderán aunque en mi tumba nadie me lleve un ramo de flores, es el destino de los estadistas al servicio de un imperio inteligente y letal.  Soy un soldado del imperio, como mis antecesores y eso me enorgullece.

Alguien ha entrado y yo no puedo abrir los ojos, pero escucho sus pasos y mi respiración… Tengo miedo…

everardo-monroy*Everardo Monroy Caracas. Periodista y escritor veracruzano. Fundador del periódico Uno más uno. Ha sido reportero en El Diario de Chihuahua y El Diario de Juárez, El Universal, Diario de Nogales, El Sol de Acapulco, El Sol de Chilpancingo, El Diario de Morelos, La Opinión de Torreón y La República en Chiapas, también de las revistas Proceso y Día Siete. Es autor de los libros Ansia de Poder, Nostalgia del Poder,El Difícil camino del poder, Tepoztlán: Cuadrónomo extraterrestre, La Ira del Tepozteco, El Quinto día del séptimo mes, Complot Chihuahua: Matar al gobernador y Fusilados. Actualmente radica en Toronto, Canadá. Correo electrónico: huayacocotla@hotmail.com

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