La indiferencia literaria ante la muerte
Lo cantó José Alfredo Jiménez, el cantautor por antonomasia de la psique mexicana, Por eso en León Guanajuato, la vida no vale nada.
Ramiro Padilla Atondo/ A los Cuatro Vientos
Esta canción aunque pueda sonar normal a los oídos de nosotros los mexicanos, educados en esta tradición fatalista, cuyo mito fundacional será de manera certera la caída de Tenochtitlán, a oídos de los europeos suena a barbarismo.
La literatura, fuente inagotable de realidades sociales, permite adentrarse en las profundidades de esto conocido como “el alma nacional”. Octavio Paz intentaría desentrañarla en el laberinto de la soledad diciendo que lo suyo era un ejercicio de imaginación crítica.
Una visión opuesta pero complementaria vendría entonces de Juan Rulfo. La muerte vista con desprecio a través de una serie de cuentos que ejemplifican nuestro tradicional desprecio por la muerte.
La dualidad Hispano- indígena puede arrojar algunas luces al respecto. La mitología moderna, llena de leyendas dice que para el hombre primitivo el tiempo no tiene sentido, mientras que para el hombre moderno es la muerte la que no tiene sentido (Roger Batra la jaula de la melancolía) esta contradicción (aun no resuelta por nosotros los mexicanos) funciona como un barniz, donde conviven diferentes etapas históricas en el mismo suelo (El pachuco y otros extremos Octavio Paz), en palabras de Weber, el campesino muere saciado de vivir mientras que para el hombre moderno la muerte es un hecho inexplicable.
Entender esta indiferencia ante la muerte, resultaría entonces congruente con la actitud clara de nuestros gobernantes, o una característica pre moderna.
Paul Westheim, autor de un interesante estudio sobre la calavera diría que:
“La carga Psíquica que da un tinte trágico a la existencia del hombre mexicano, hoy como hace dos o tres mil años, no es el temor por la muerte, sino la angustia vital, la conciencia de estar expuesto, y con insuficientes medios de defensa, a una existencia llena de peligros, llena de esencias demoniacas” (¿Suena conocido a los tiempos actuales?).

Retratando la capital mundial del asesinato. Foto: Julián Cardona
En la jaula de la melancolía, Roger Batra recordaría de manera puntual a uno de los personajes más entrañables de Rulfo, el inmortal Tanilo, de quien el mismo Rulfo diría, “Se alivió hasta de vivir”.
Esto podría explicarse de la misma manera desde las asimetrías entre el poderoso y el débil, al rico le tiene sin cuidado la muerte del pobre. O actualizándolo, al gobierno le tienen sin cuidado las muertes relacionadas con el narcotráfico, siempre y cuando estas muertes no pongan en peligro su poder. Los que mueren, aceptan de manera tácita que el estilo de vida que han escogido los llevará de manera rápida a la muerte, lo cual justifican de manera acertada diciendo: Más vale vivir un año como rey que cien como buey”, o cuya interpretación nos llevaría al ser mexicano primigenio explicado por Xavier Villaurrutia:

Muerte en tiempos del narco. Foto: Julián Cardona
“Aquí en México se tiene una gran facilidad para morir, que es más fuerte su atracción conforme mayor cantidad de sangre india tenemos en las venas (aquí discrepo) mientras más criollo se es, mayor temor le tenemos a la muerte”.
Y como lo menciona Batra al hablar de Rulfo, estos campesinos que habitan su mundo literario son un ejemplo.
El campesino Rulfiano es un ser marcado por la muerte, el acto de matar le parece intrascendente y cotidiano, un acontecimiento animal. Quizá el equivalente más cercano sería la paradoja que entraña un gobierno que “quiere” entrar a la modernidad, pero que a su vez sufre de una violencia pre moderna.
El cuento que ejemplifica mejor esta dualidad desprecio por la vida ajena- indiferencia por la mía Rulfiano es el inmortal ¡Diles que no me maten! Del llano en Llamas, cuyo audio se puede escuchar en la voz original de Rulfo en Youtube, aquí el link http://www.youtube.com/watch?v=tgD_gH_ExhY
Un viejo que mató al padre del coronel (quien lo va a fusilar) suplica por su vida ante la indiferencia de su hijo.
Un pleito de tierras termina con una explicación casi natural de los motivos que habrían llevado a matar a su vecino a machetazos. No conforme le clavaría una pica de buey ocasionándole una agonía atroz, de días.
Su posterior escape, su vida a salto de mata son consideradas una especie de expiación que al coronel tiene sin cuidado. Como telón de fondo, la revolución mexicana, que acabó con un poco más del 10 % de la población (entre uno y dos millones dicen algunas encuestas).
Roger Batra diría en este mismo ensayo:
“A muchos intelectuales les ha parecido fascinante un mundo donde los hombres no le tienen miedo a la muerte. ¿Y por qué no le tienen miedo? Detrás de esa máscara —Si es que es máscara— debe haber un antiguo secreto, una verdad ancestral perdida. La muerte pues sí tiene sentido, oculta algo que es necesario descifrar. Oculta el misterio del otro: Del que da testimonio que el mundo, como dice Cernuda, no es una feria demente ni un carnaval estúpido”.

Colgados. Revolución Mexicana 1910-1917
Así pues “La indiferencia ante la muerte” del mexicano es una invención de la cultura moderna. Tiene por tanto una existencia y una historia en los espacios de la mitología y del simbolismo de la sociedad contemporánea.
Esta fascinación que se potencia con los nuevos medios que dan información en tiempo real, representan un voto renovado por esta cultura de la muerte, tan de moda en nuestros tiempos.
También podría explicarse por la primigenia intención de regresar al paraíso perdido. Los campesinos han perdido su ser, involucrados de manera involuntaria (gracias a la doctrina del progreso surgida de la sociedad industrial) Y los que aún quedan miran con recelo los efectos de esta.
Para Samuel Ramos y sus seguidores, el mexicano es un ser sin sentido, que lo niega todo sin razón alguna, que carece de principios, que desconfía de todos y que desprecia las ideas.
Y esta reflexión tiene sentido cuando muchos de los aspectos de la vida mexicana parecen atrapados en la “petrificación” profusamente mencionada por Octavio Paz. Po eso Ramos se pregunta angustiado:
Pero entonces ¿Por qué vive el mexicano? Puede vivir porque lleva una existencia irreflexiva y sin futuro. Es esta falta de reflexión la que aniquila la empatía. Si mueren, mueren “ellos”, representan la otredad. También esta indiferencia puede nutrirse del fatalismo, que es una concepción de vida bastante arraigada en la psique del mexicano.

Colgados. la narcoguerra en el México de hoy.
El fatalismo entonces permea muchos aspectos de la vida del mexicano. Paz diría que la orfandad religiosa de los primeros pobladores de Mesoamérica, tendría su respuesta en el camino hacia la salvación ofrecido por los españoles. Aunque esta religión tuviese a su vez este componente fatalista que ofrece la vida después de la muerte. No es de extrañar entonces que esta construcción cultural perviva en los nuevos señores de la violencia, religiosos a su manera y algunas veces cercanos a los círculos eclesiásticos. Porque esta creencia en una vida después de la muerte juega un rol importante en la toma de decisiones a la hora de jalar el gatillo. O morir a manos de otros. Solo basta con arrepentirse para alcanzar el bienestar celestial.
Hay una clara continuidad entre aquella violencia emanada de la revolución y esta surgida del narco. Sus similitudes serían sobre todo la imposición de un poder por la fuerza de las armas. Ambas violencias lideradas por caudillos (aunque no sé si la acepción caudillo pueda ser la adecuada para el jefe de un cártel) que reclaman vida y muerte en los territorios que ocupan.

Espiral de violencia en Ciudad Juárez. Foto: Getty Images
Ambos tienen hombres leales dispuestos a sacrificar la vida por él, aunque esta no sea una característica netamente mexicana. La muerte en estos días ha sido elevada a la categoría de deidad. Ya tiene su propio culto. Y al parecer la violencia cumple determinados ciclos. 1810, 1910, 2006 a la fecha. Esta explicación reside en el hecho de que los mexicanos seamos propensos a ella por ciertas características culturales.
Una seguidilla de gobiernos miopes que se han encargado de alejarse de aquellos a quienes fingen gobernar, y esta violencia que encuentra entre los mexicanos este extraño placer de morir por nada, con una indiferencia supina.

Santa Muerte ( Angelero)
La literatura ha sido fuente inagotable de explicaciones acerca de estos fenómenos. El problema es que somos un país donde la literatura también ha sido tratada con indiferencia. Quizá muerte y literatura sigan caminando de la mano hasta el fin de los tiempos.
Lo más seguro es que ese sea su destino. Y surgirán nuevas explicaciones para decir lo mismo. La muerte nos vale madre.
*Ramiro Padilla Atondo. Ensenadense. Autor de los libros de cuentos A tres pasos de la línea, traducido al inglés; Esperando la muerte y la novela Días de Agosto. En ensayo ha publicado La verdad fraccionada y Poder, sociedad e imagen. Colabora para para los suplementos culturales Palabra del Vigía, Identidad del Mexicano y las revistas Espiral y Volante, también para los portales Sinembargo, Grado cero de Guerrero, Camaleón político, Sdp noticias, El cuervo de orange y Péndulo de Chiapas.