La ilusión de la academia

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En la búsqueda del conocimiento, nos hemos encerrado involuntariamente en un recuadro cuasi-dogmático y totalmente empirista, que priva aquella dialéctica tan necesaria para la generación del conocimiento.

Luis Cuauhtémoc Treviño/ A los 4 Vientos

Hemos academizado hasta el arte, y le hemos inyectado con las normas que ahora todos seguimos para la justificación del conocimiento. El método científico, el empirismo, el positivismo… Tan criticado que es hoy el reduccionismo, por ejemplo, del sensualismo francés en la psicología. Y pensar que nos estamos limitando de igual forma hasta hoy.

Incluso hemos de guillotinar aquella pieza de arte que fue esculpida precisamente por ello, por amor al arte. ¿Desde cuándo un dibujo necesitó de un marco teórico para justificar su existencia? Bueno, aparentemente con el triunfo de la ciencia.

Algún día, si seguimos como hasta ahora, cualquier diálogo amistoso se tornará en una discusión infinita, en donde tendremos que argumentar el porqué de la utilización de cada una de nuestras palabras. Imaginen: un lugar donde eres desacreditado por el hecho de acomodar mal un adverbio, o donde, de igual forma, eres relegado por el mero hecho de sustantivar cuando no es debido. ¿Necesitaremos, acaso, en algún futuro, fundamentar el lenguaje coloquial y los modismos? Suena ridículo, pero así es como se observa desde una perspectiva ajena.

Es cierto que el ceñirse a estos métodos y filosofías del conocimiento nos ha traído hasta donde estamos, pero también lo ha hecho lo contrario. Por ejemplo, el biólogo Bruce H. Lipton fue atrozmente perseguido y condenado casi al ostracismo académico por promover la idea de la nueva biología, una donde no todo estuviese dictaminado completamente de antemano por el ADN: la epigenética. Hoy en día, después de tanto linchamiento, es que siguen teniendo impacto sus ideas, desde la biología hasta la psicología.

“Creo que la evolución de la civilización está ocurriendo ahora. Un cuerpo humano está hecho de 50 trillones de células, el ser es una comunidad. Pasé de científico agnóstico a místico. Me enseñaron que los genes controlan la vida, que en ellos se inscriben todas nuestras capacidades y características, pero es falso”: Bruce Lipton.

Hemos de ser siempre tan sensualistas, materialistas… ¿Qué diría el querido lector si le propongo olvidarse de tan estricto margen intelectual? Esto no significa que promuevo el libertinaje pseudointelectualoide (¿y qué?, ¿acaso seré ahora criticado por la “mala utilización del lenguaje”? Incluso si esto me ayuda a enfatizar y transmitir una idea, incluso aunque esto se encuentre en itálicas), sino que propongo una inclusión intelectual más amplia.

Podemos compararlo, quizás, en una de sus ramificaciones más generales, con el academicismo estadounidense: completamente sencillo. Es pragmático. Hemos de leer un texto de origen anglosajón y comprenderemos sin problemas el contenido general y parte de la idea que intenta transmitir, sin caer en espacios ambiguos ni llenos de confusión. En cambio, en lugares como México hemos adoptado la divinización del intelectual, y los hemos (y se han encerrado a sí mismos) en una cúpula, un castillo flotante donde nadie más puede acceder… Aunque esto no significa que todos los demás estén libres de pecar de ello, ni tampoco que si hurgamos lo suficiente veremos el mismo fenómeno en todas partes.

Reitero: no es que promueva el caos, y que busque ese ostracismo del que hablé. Solamente reclamo un cese al cierre de fronteras en el que nos hemos encerrado. Es como si de pronto se levantara el tan sonado muro de Trump. Lo que haría, en vez de acabar con la “sobrepoblación extranjera”, de hecho, la aumentaría. Suena paradójico, pero lo que en realidad podría pasar es el freno repentino en el flujo de inmigración. Qué problema, ¿o no? Ahora en lugar de ir y venir se quedan allí, y la deportación no puede cubrir a tantos millones de casos. Al final se verían obligados a ser inclusivos, o como mínimo, regresar al status quo…

academicista

Aquí podemos extrapolar nuevamente. Estamos generando un cuello de botella. Sí, la ciencia provee. Sí, la ciencia ayuda. Pero, ¿de qué nos sirve si generamos miedo hacia ella? Es por esto que surgen los fenómenos tan conocidos del escrutinio hacia los intelectuales por parte de las masas, porque (hablando de forma global, general) gustamos de ridiculizar a terceros por no saber lo que sabemos, y pavonearnos presumiendo nuestros puestos. Tan sólo hay que ver a México, en donde la transición de los presidentes generales a los presidentes licenciados es tan tajante. ¿Y qué hace el presidente licenciado? Tan sólo hay que ver a Salinas, y ni tan atrás, a Duarte… ¿Será que es este el génesis de la condena que cargamos los preguntones y los reflexivos? ¿Y si esto es autoinmune? ¿Qué tal que los mismos sabiondos son los que eliminan otros sabiondos? Por supuesto, nunca apoyamos el conocimiento. Todos deben llegar allí como les sea posible, en un entorno donde carecen de los medios, y donde son recriminados por no poseerlos.

“No lees, no sirves”, “si no piensas estorbas”. Esto lo digo parafraseando los dichos típicos de los catedráticos frustrados, que desquitan su tensión académica en el aprendiz neófito. Me refiero a quienes gustan de herir y pisotear el orgullo de quien no es capaz de formular un buen marco teórico. ¡¿Y cómo podría hacerlo?, si nadie se ha molestado en enseñarle!

Por ahí se dice que para romper las reglas del cine hay que conocerlas a la perfección. Puedo reducir mi punto en ello. Y puedo expandirlo proponiendo la inclusión del no “iluminado”. ¿No decía Platón en su alegoría de la caverna que la función del filósofo era iluminar al ignorante?, pero, ¿no decía también que las ideas existen independientemente de nosotros? Si todos podemos acceder a las mismas ideas, ¿entonces por qué no todos tenemos el mismo conocimiento? Quizás es porque hemos seguido todos caminos diferentes en ese mundo de las ideas, y nos hacen falta diferentes guías.

Si nos volvemos empiristas, entonces podemos quedarnos atorados en la discusión infantil en donde nadie puede estar en lo cierto porque todos vivimos cosas diferentes; si nos hacemos positivistas entonces nos quedamos como un mal perdedor o como el niño rico que cambia las reglas cuando no quiere perder…

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¿Qué hay que ser entonces?, ¿eclécticos? No tengo idea. Pero mientras  la expresión artística no se libre de estos estigmas no veremos, por lo menos, que hemos avanzado un poco. Por supuesto, un buen fundamento siempre es bien recibido. ¿Pero qué pasa cuando las piezas de arte son más fundamento que arte? Entonces tenemos el tan odiado “arte moderno”…

luis-cuauhtemoc-trevino*Luis Cuauhtémoc Treviño. Estudiante de Psicología de la  Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), ensayista y escritor. Habla francés e inglés, está cursando actualmente alemán y portugués.


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