La escritura es una virtud en sí misma
De aquel “poeta maldito” de los años mozos que escandalizó a no pocos ensenadenses con el ejercicio de su libertad temprana en “Pandemónium”, primer libro de “antipoesía” (“De la vieja boca de la iglesia/ asoma un sapo aplastado/ sosteniendo sus tripas/ al paso de los niños que babean catecismos), al Rael Salvador de los “Obituarios intempestivos”, han llovido muchos libros.
Olga Alicia Aragón / La Jornada BC
Ensenada, 17 de junio.- Cuán gratificantes son los años cuando se traducen en plusvalía intelectual, artística y creativa, como ha sucedido a Rael. Imposible dejar de percibirlo. Pulidor de la palabra, es ya el escultor de varias obras.
El poeta y ensayista, editor puntilloso y generoso del suplemento cultural del periódico El Vigía, presentará el próximo lunes 22 de junio su más reciente libro de ensayos “Obituarios Intempestivos”, a las 17:00 horas en el Centro Cultural Tijuana (Cecut), en el marco de la Feria del Libro de Tijuana, a celebrarse del 19 al 28 de junio en su trigésima tercera edición en homenaje a los escritores Francisco Morales y Beatriz Espejo.
En esta gran fiesta literaria -como la definen Vianett Medina, presidenta de la Unión de Libreros; Jesús Flores Campbell, director del Instituto Municipal de Arte y Cultura; y Pedro Ochoa Palacio director general del Cecut-, se presentarán más de 100 libros y participarán más de 170 escritores invitados, entre ellos Rael Salvador.
Herandy Rojas, joven escritora, será quien comente este nuevo libro del autor al que define como un “existencialista tardío”, de discurso penetrante, con firmeza en su ética intelectual y dureza en su crítica literaria.
“Obituarios intempestivos”, ensayo que permite al escritor profundizar en las intensas vidas del escritor Albert Camus, al cantautor Facundo Cabral y la periodista Anna Politkóvskaya.
Rael ataca de nuevo
En su conversación con La Jornada Baja California, Rael Salvador enfatiza el nexo indisoluble entre la lectura y la creación poética. Y conforme avanza la entrevista, atrae el recuerdo de su primer maestro en las letras: el poeta Luis Pavía, a quien tanto quiso y de quién tanto aprendió.
Luis Pavía también admiró el arsenal cultural de su joven amigo y reconoció su talento y audacia. En las solapas de Pandemónium escribió:
“Más que publicar un libro, Rael realiza un ataque y en cada nueva escaramuza literaria busca incesante entre sus armas, a las más letales, a las más conflictivas, en esta lucha sin cuartel de los poetas por decir tantas cosas que callamos”.
–¿Cómo descubriste que percibes la realidad desde la poesía?
“Si uno se descubre al nacer a la vida, es seguro que el escritor se descubra a partir de la lectura. Si, como dice Facundo Cabral, escribir es una maravilla que provoca la lectura, la poesía es la anfitriona más cercana y seductora: la belleza que desnuda al lenguaje y lo arropa con la aurora de las metáforas, las mismas que enamoraron a Rimbaud y que, en la primera adolescencia, me obligaron a beber los líquidos tornasoles de mi propio cráneo humano, alegoría fundacional del pensamiento y la realidad”.

Rael con Facundo Cabral. Y en la fotografía principal, con el inmortal Eduardo Galeano (Fotos: cortesía del escritor).
— ¿Desde cuándo escribes literatura?
“Poesía, todo el tiempo. Palabras cinceladas por la paciencia, poco después. Cuando el ensayo irrumpe y lo anecdótico cotidiano encuentra la amabilidad del discurso, me apropio de un estilo, un tanto poético y de Quinta estación (la belleza de las cosas sórdidas), como lo quería Albucius Silus, maestro latino de la gracia y la imperfección, y así construyo mi literatura en los medios: el reportaje o la reseña, a través del dato duro y el color. Si el periodismo pasa, que la literatura quede. La escritura es una virtud en sí misma”.
–¿Rael es un seudónimo? ¿De dónde viene?
“Pareciera. El prefijo Ra, en egipcio, es Sol, y el sufijo El, en hebreo, denota o remarca la condición de dios. Así que vendría a quedar como Sol divino, Rey del cielo y otros tantos derivados que se me antojan de mal gusto. Y no le sumo el Salvador, pues te ofrecería una clase de teología de lo más impropia, dada mi condición de herética”.
— ¿Cómo cuantificas y calificas tus obras?
“Cuantificada en un quinteto de libros de poesía publicados y otros tantos compendios de ensayos circulando, considero que es mejor no calificarla, sino clarificarla. Desde los ejercicios de libertad temprana cifrados en Pandemónium (antipoesía), hasta la reciente edición de Obituarios Intempestivos, podría decir que la verticalidad de una categoría se deja vencer por una horizontalidad de un reconocimiento avalado por los lectores. No muchos, pero sí muy fieles y exigentes. Y no está de más reconocer, sin por ello pasar de poeta a profeta, que el mejor antologador de lo escrito que realmente vale la pena, y que sin restricción reconocemos los oficiantes de lo literario, es el tiempo. Muy pocas veces el creador es reconocido por sus cercanos, estando en vida”.
–¿Nunca nació en ti el deseo de salir de Ensenada a explorar otros mundos?
“Vengo de la alegría de vagar y, sobre todo, de dar la vuelta al día en ochenta mundos, como lo recomendaba Cortázar. De joven viajé mucho: mochila al hombro y en el camino, o como coordinador de programas culturales (SEP), lo que me permitió estar cerca de intelectuales que devoraron las extensiones del planeta: Eduardo Galeano, Texeiro, Facundo Cabral, Juan Gelman, Efraín Bartolomé, Jaime López, etc., puro pata de perro. De hecho, ahora que trabajo un documento sobre Jim Morrison (Nadie entra vivo por la puerta de la muerte), donde la emulsión misma del origen de las estrellas es la salvaje belleza de su libertad, recordaba que en los años 80 estuve en Santa Mónica, en Los Ángeles, California, con mi amigo el fotógrafo Héctor García Mejía, y recorrimos las huellas poéticas de Jim dejadas a la luz de la Luna, y así llegamos al mítico London Fog. Lo demás es una fiesta íntima, que reacomodo en este ensayo biográfico”.
–¿Cómo conjugas el quehacer poético y el ser maestro?
“En lo poético soy como un niño grande, huérfano, que el erotismo no colma. No soy maestro: soy lo que queda de un poeta dentro de la educación. No vivo de acuerdo a mis ingresos, sino de acuerdo a mis medios emocionales. Y esa intensidad me la brinda la pulsación del arte. Y del arte, y sus múltiples disciplinas, escojo la que más me asienta: la literatura. Y de ella prefiero su etapa inicial o primigenia: la lectura. Y, sin más, esa es mi riqueza, mi activo personal, mi solvencia en la vida. Lo demás, herramientas y garfios para el hundimiento de la humanidad simuladora”.
–¿Qué motivó la escritura de “Obituarios intempestivos”? ¿Cuáles vértices unen a estos personajes: Albert Camus, Facundo Cabral y Anna Politkóvskaya?
“He seguido acuciosamente el rastro de los tres; he leído sus obras, entendido alguno de sus conceptos, explotado parte de sus filosofías. No conocí a Camus personalmente, ni a Politkóvskaya, sino sólo a través de sus escritos, pero sí llegué a convivir con Facundo Cabral: una serie de entrevistas que se desbordaron más allá de la cabalidad, dejándome la enseñanza del contacto directo a través de la cultura de los libros. Después de sus muertes intempestivas, no he cejado de interesarme e indagar en las novedades, ya sean reconstrucciones artísticas o humanísticas, que mantienen vivo su legado en el presente. Obituarios intempestivos intenta alimentar esa llama. En el caso de Camus, en un mundo donde el sueño estéril de los hombres es más sagrado que la fortaleza de los marginados, ni su mejor enemigo, Jean-Paul Sartre, le deseaba la muerte; lo mismo puedo decir de Anna Politkóvskaya, que ante la lucidez acuciosa de sus reportajes periodísticos, los estériles lacayos del régimen, carentes de creatividad alguna y uniformados por la brutalidad de la complacencia, decidieron entregar la cabeza de Anna como dulce regalo en el cumpleaños de Putin, el 6 de junio de 2006, día del atroz crimen. Cabral, tiro en la frente, que no merecía ni había buscado, aguijonea la conciencia de la humanidad, y lo hace con la resaca del absurdo que había propuesto Albert Camus y en el que él mimo habría de ver su destino”.
–¿Cuánto aporta y cuánto resta a tu trabajo literario dedicar tiempo y esfuerzo a la edición del suplemento cultural Palabra?
“La función de editor literario de Palabra, es fascinante: un equipo de trabajo, no de primer nivel, pero sí muy interesado en lo que hace, una barra de colaboradores que ya quisiera tener cualquier medio que se precie de darle un espacio a la manifestación artística y, sobre todo, una prensa funcionando al servicio del interés cultural. Nuestra idea de enriquecer el escenario cultural de Baja California, especialmente, Ensenada, se cumple con estas premisas. Lo decía Ferrero, y a mi me gusta y consuela repetirlo: La cultura ayuda a un pueblo a luchar con las palabras antes que con las armas. Cuando refiero este estatus de suplemento cultural, no hablo de la felicidad de la adaptación, amiga humana de la complacencia, sino del ejercicio crítico, y eso aporta al quehacer literario, no resta.
–Si tuvieses el poder de decidir qué hacer el resto de tu vida, a partir de este momento, ¿qué harías?
“No tanto decidir, sino discernir lo bueno de lo malo, lo útil de lo innecesario, y así, como lo proclamaba Sócrates, actuar en consecuencia”.
Rael Salvador concluyó la entrevista con un llamado de conciencia y solidaridad que debiera mover el piso a los amantes de la literatura. “Como otros animales en extinción, los bello de los escritores salvajes está por terminar”.