Judas
La cucaracha desparramó sus pasos sobra la soga que Judas preparó para suicidarse. Con sus patitas irreverentes rascó los hilillos con olor a muerte del mecate, pero regresó con premura a la viga del techo cuando el muchacho frunció el ahogo contra su cuello.
Enrique Lomas Urista/ A los 4 Vientos
Al caer el banco los ojos de Judas buscaron refugio en la oscuridad profunda de la eternidad, pero la soga pagó su traición con traición y lo derribó de espaldas sobre la vida.
Judas adolescente boqueó para recuperar el aliento, pero sobre su lengua sintió el impacto del insecto de marras que parecía más decidido que él para morir en el intento. Escupió al escarabajo que parecía repetir sus propias acciones y tras recuperarse del asco buscó al impertinente agresor.
Como en un espejo a escala, el joven indígena se reflejó en el insecto y por primera vez en la vida supo de la compasión y de un poco de ternura. El animalito giraba sobre su eje en un afán similar por morir, pero el casi-niño lo incorporó sobre su palma para observar sus desplazamientos.
Igual que él, el insecto se veía cansado de huir. Igual que él, la cucaracha no conocía su origen y tampoco su destino.
Acercó el rostro al insecto para inquirirlo acerca de algo indescifrable, cuando de reojo vio la daga ensangrentada que una noche antes inyectó a su hermano durante una pesadilla de alcohol que no lograba recordar: el pueblo gritó su nombre y lo maldijo una vez más, como en la pila bautismal que lo condenó a arrastrase como un traidor, sin serlo.
La resaca del homicidio le clavaba sus colmillos de culpabilidad, pero no lograba recordar nada.
La cucaracha blandió sus antenas y el joven reconoció la señal como una aprobación inequívoca para entregarse, para enfrentar a las leyes de los blancos y seguir su destino inexorable.
Tomó a la cucaracha en su mano y corrió con emoción hacia su destino en reclusión. Tomó la daga asesina y la apretó con fuerza, hasta que su sangre se mezcló con la de su hermano muerto.
Al llegar a su celda recordó al insecto, abrió su puño y su recién llegada alegría trocó en tristeza extrema al ver a la cucaracha reducida a una masa maloliente. Entonces entendió la fatalidad de su sino y emprendió el camino de regreso, el que tuvo en un día remoto, cuando nadie lo llamaba Judas, o traidor, o asesino; pero esta vez tomó una soga resistente, la ató a un barrote y saltó al vacío, no sin antes voltear al techo para asegurarse de no matar a nadie más.