Juan José Arreola y el Ajedrez

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“Lo que importa es llegar a la armonía perfecta” : Juan José Arreola

 Javier Vargas Pereira/ Cultura y Ajedrez*

 ”Yo no le he dedicado a la literatura ni la milésima parte de lo que le he dedicado al ajedrez”, aceptó en entrevista, en 1996, el escritor y ajedrecista Juan José Arreola (Zapotlán el Grande, 1918 – Guadalajara, diciembre 3 del 2001). Aunque siempre lamentó haber aprendido a jugarlo demasiado tarde, el autor de Varia invención, Confabulario, La Feria, Bestiario, Palindroma, entre otras obras clásicas, reconoció que el ajedrez fue el pasatiempo de su vida, más que la literatura, incluso.

Educador, ciclista, actor, tenista, orador, pimponista, poeta, editor y, sobre todo, ajedrecista, Juan José Arreola fue uno de los más destacados escritores de habla hispana en el siglo XX.

Posiblemente su vocación más trascendente fue la de educador. El también escritor jalisciense Juan Rulfo dijo: “Este hombre no nomás nos enseñó a escribir, primero nos enseñó a leer.” Como formador de varias generaciones de escritores, Arreola tenía una idea superior de lo que debe ser un educador: “Un formador de hombres, se propone la tarea más alta que es posible imaginar: intervenir en la formación de la conducta ajena mediante el ejemplo de la conducta propia. Y esto es más difícil que hallar hermosas maravillas técnicas”, decía.

Aunque a veces se sintió desgarrado por culpas y angustias metafísicas, Juan José Arreola fue un hombre esencialmente libre. El poeta argentino Jorge Luis Borges, también amante del ajedrez, dijo: “Creo descreer del libre albedrío, pero si me obligaran a cifrar a Juan José Arreola en una sola palabra que no fuera su propio nombre (y nada nos impide ese requisito), esa palabra, estoy seguro, sería libertad. Libertad de una ilimitada imaginación, regida por una lúcida inteligencia.”

Por supuesto que supo disfrutar las cosas buenas de la vida. Al respecto reconoció: “Pertenezco a ese orden de seres humanos que son dados al disfrute y a la sensualidad, al sentimiento frutal de la vida… Me considero más bien un gozador, un “vividor”… que crece, más que en la cultura libresca, en la cultura vital”.

“Mis mayores goces los he tenido en el tablero de ajedrez”: J.J. Arreola

También fue gran soñador; incluso soñó con ser campeón mundial de ajedrez. En entrevista con el también ajedrecista Alfredo Aldama, en marzo de 1974, confesó: “De niño yo soñaba que iba a ser torero o cosas así. Ahora, a veces, he vuelto a soñar… De pronto partiendo plaza, vestido de luces; luego haciendo giros extraordinarios de gimnasia; ganando un partido de tenis o derrotando a Mikhail Botvinnik o al gran Tigran Petrosian –al decir esto se ríe, acota Alfredo Aldama, precisamente con esa risa socarrona de los niños, como relamiéndose de que algunos de estos sueños, quizás el de ajedrez, se hubiera llegado a realizar. “Bueno,” continúa Arreola, “usted se imagina. ¡Soñándome campeón de esto y lo otro! Es una cosa tremenda, pero en mí ha sido constante.”

Es evidente que Juan José Arreola vivió con igual pasión la literatura y el ajedrez. Ambos desde la dimensión de lo imposible, de lo ilusorio. Lo imposible como ideal; lo ilusorio como lo que está más allá de la comprensión y de la capacidad humana y que, por lo mismo, vale la pena buscar. Todo indica que la de Arreola fue una búsqueda lúdica. Jugó con las palabras, jugó con la imaginación, jugó con la poesía y, sobre todo, jugó con el ajedrez.

Su pasión por el juego ciencia la manifestó de muchas maneras: en 1958 fundó la Casa del Lago del bosque de Chapultepec, donde creó talleres de cuento, poesía y ajedrez. Como promotor, auspició en 1962 la visita a México del entonces campeón mundial de ajedrez Tigran Petrosian y del subcampeón Paul Keres. En 1972 contribuyó a la unificación del ajedrez mexicano al refundar, junto con otros destacados jugadores de aquella época, la actual Federación Nacional de Ajedrez, FENAMAC. También fundó clubes y talleres. Diseñó y construyó piezas, tableros y mesas. Algunas de estas aun se conservan en los salones de la Escuela Nacional de Ajedrez, ESNAJ, calle Laurel número 33, Colonia Santa María La Ribera. Incluso utilizó el ajedrez para escribir. En una conversación con Vicente Leñero, reconoció: “mis mayores goces los he tenido en el tablero de ajedrez. Ahora que como ajedrecista debo decir que mis mejores juegos han sido fuera del tablero; cuando he logrado escribir algún pasaje de prosa que se parece a una serie de jugadas magistrales.”

Siempre concibió al ajedrez como un auxiliar para la educación: En entrevista para la revista Gambito, en mayo de 1986, dijo: “El ajedrez es una gran disciplina para los niños que van a ser luego adolescentes y después adultos… Yo tengo para mí y lo vuelvo a decir y ojalá me escucharan, que el ajedrez es la invención más bella, que va más allá de la capacidad humana. Ni la matemática estelar me parece comparable al ajedrez, porque finalmente ésta se puede someter a leyes y a reglas. Con el ajedrez, continúa Arreola, sigue siendo libre todo lo que es su capacidad de acción, de defensa, de ataque…”.

En el libro, “Memoria y olvido, vida de Juan José Arreola contadaa Fernando del Paso”, el maestro admite: “Por el ajedrez era yo capaz de dejarlo todo. El ajedrez me hacía olvidar mis grandes penas de amor. El momento en que negras y blancas están en su lugar, y mi adversario juega peón cuatro rey, o yo, si abro la partida, en ese momento se detiene el mundo para mí, y todo el espacio del universo se contrae hasta medir ocho casillas por ocho. El tiempo también deja de existir, a menos, claro, que se juegue con reloj reglamentario. Llegué a jugar simultáneas, en una escuela Normal de Zapotlan, yo contra quince adversarios. Gané catorce partidas y empaté una. Como jugador, he sido inestable. Unas veces juego de maravilla, otras pésimo. No tengo una gran memoria para el ajedrez, teniéndola como la tengo, para la literatura. Soy, mas bien, un jugador inventivo.”

Como jugador Arreola no se consideraba bueno. En la mencionada conversación con Vicente Leñero, dijo: “Puedo decir que no soy un ajedrecista bueno, pero sí un ajedrecista famoso. Como presidente de la Federación Mexicana de Ajedrez coadyuvé a unir los dos bandos en que estaba dividido nuestro ajedrez nacional… Ahora sé que voy a contar en la historia del ajedrez en México, no como jugador, sino como componedor de un entuerto. Eso me basta.”

Bestiario, jugada maestra del literato

Desde la reflexión, el maestro jalisciense concluyó que la literatura y el ajedrez son imposibles para el hombre. En entrevista realizada en 1996, comentó: “Pronto me di cuenta de dos cosas: de que la literatura y el ajedrez son imposibles. Cuando digo literatura me refiero a la literatura real y auténtica, que lo mismo es que dijera poesía. La poesía es imposible para el hombre, está más allá de su capacidad. Pablo Neruda, el trato con él, el trato con otros poetas, siempre me dieron esa medida: de que no podían con la poesía y que los poetas que tratan de controlar la poesía o el poema simplemente están perdidos. Entonces agarré de pronto la idea de que el ajedrez es el único juego que vale la pena jugar porque nos sobrepasa, como las piezas de Shakespeare, las novelas de Dostoievski o los más grandes poetas de la humanidad que han hecho algo que se acerca a lo imposible, pero todos se quedan en el umbral.

Me di cuenta de que el ajedrez es imposible para el hombre, está más allá de su alcance. Las posibilidades de movimientos que se pueden hacer son verdaderas monstruosidades.

Los grandes jugadores son personas capaces de inspiración, de caer en el trance de la inspiración. Ven de pronto una serie de posibilidades embargados de ese trance de inspiración que es por completo semejante a la creación artística. Por eso se dice que hay partidas que son tan perfectas como cuartetos de Beethoven, como tríos, como dúos, que es la maravilla de cabalgar una jugada tras otra. Pero el que está dominado por esa fuerza superior como es la inspiración…, es que es increíble, se da en el arte, y se da en el ajedrez de manera casi comprensible, porque como en el ajedrez podemos analizar la partida a posteriori; en cambio en un poema se necesita ser un crítico excepcional para poder analizar un poema, pero en una partida a veces se ve el momento en que se va entrando a una posición ganadora. Y aquí viene lo que a mi me gusta recordar, lo que se llama la nutrición de las pequeñas ventajas. Una pequeña ventaja de espacio, de posición, un tiempo; lo difícil que es entender lo que es un tiempo en ajedrez. Hay veces en que se pueden perder tiempos, hay que perderlos, y hay veces en que la ganancia de un tiempo es capital. También eso ocurre en la obra de arte, en el poema. En cuanto el poeta, sin darse cuenta, supremamente advierte que el poema va por allí y que va a desembocar así y que las palabras tienen que ordenarse, las frases, las estrofas, como en la partida que tiende al equilibrio y a la armonía. Todo se va ordenando en la partida magistral.”

Juan José Arreola vivía las victorias sobre el tablero como una afirmación de la personalidad; las derrotas, como un desconcierto, una conmoción. Dijo: “Lo primero que le puedo decir es que no me siento cansado aunque haya jugado mucho, pero si pierdo, soy un hombre aniquilado, agotado. Entonces la sensación de ganar en ajedrez es una de las mejores afirmaciones de la personalidad… Pero cuando pierdo siento que el mundo deja de ser estable. Estas habitaciones que usted ve sólidas, haga de cuentas que pierden su solidez y se bambolean o por lo menos pierden la horizontal y se salen de cuadro. Hay un desconcierto y ese desconcierto se origina en que el eje de la personalidad ha sido conmovido, ha sido alterado.”

 

La pasión por el ajedrez y por la vida

A abordar el tema de la intuición nos respondió con un gesto de entusiasmo: “¡Aquí dijo usted la palabra! Deme su mano. Yo sigo jugando todavía al ajedrez todos los días. Como ve, aquí está la mesa de ajedrez. En realidad el que me ha importado siempre más es el hombre de intuición, el hombre de la imaginación, el hombre que de pronto ve la posición y sintetiza y halla la jugada clave, la que deshace toda la estructura del adversario. Y de pronto se produce en esas partidas tan complejas una idea de tablas, y la idea de tablas ha sido generadora en mí de toda una serie de pensamientos. La única finalidad de una partida de ajedrez es hacer tablas. Que los dos jueguen tan bien que la partida tenga que ser irremediablemente tablas”.

Y de ello extrae un apotegma, una sentencia: “Si no quieres perder, nunca trates de ganar; si quieres ganar, resígnate a perder. Lo que importa es llegar a la armonía perfecta y la armonía perfecta (en ajedrez) es el jaque perpetuo o aquel punto de la partida en que ya no se puede hacer nada por parte de ninguno de los dos, en que ninguno puede agredir al otro. Es el momento de la perfección. Tienes que jugar para llegar finalmente a tablas. Teológicamente también. En el mundo cristiano católico nuestra vida debe ser tablas. Debemos hacer tablas con Dios, debemos hacer tablas con el prójimo, debemos hacer tablas al final de nuestra vida”.Esta ocurrencia, que más que un apotegma ajedrecístico parece una paradoja, conlleva la idea de la perfección. Teóricamente, la partida de ajedrez perfecta sería aquella que no tuviera error, lo que, como todo buen ajedrecista sabe, es casi, casi imposible.

También concibió el ajedrez como un duelo. En entrevista con Sergio Jaber, revista Gambito, mayo de 1986, dijo: “El ajedrez es un duelo y la única cosa que vale en la vida es el duelo, no el duelo de dolor, qué preciosa ambivalencia en el término, sino al duelo de dos seres caballerosos que se enfrentan uno al otro. Sin embargo, en “Telemaquia”, escribió: “donde quiera que hay un duelo, estaré de parte del que cae… Espectador a la fuerza, veo a los contendientes que inician la lucha y quiero estar de parte de ninguno. Porque yo también soy dos: el que pega y el que recibe las bofetadas. El hombre contra el hombre. ¿Alguien quiere apostar? Señoras y señores: no hay salvación. En nosotros se está perdiendo la partida. El Diablo juega ahora las piezas blancas.”

Así jugaba

Partida disputada en 1957 con el maestro internacional Armando Acevedo. Las blancas impiden el enroque de las negras, concentran sus fuerzas en el flanco de dama y, de manera sorpresiva, sacrifican una torre para ganar material y la partida.

Blancas: Juan José Arreola

Negras: Armando Acevedo

México, DF, 1957

Apertura Giuco Piano

1. e4 e5 2. Cf3 Cc6 3. Ac4 Ac5 4. c3 Cf6 5. d4 exd4 6. cxd4 Ab4+ 7. Cc3 Cxe4 8. 0-0 Cxc3 9. bxc3 Axc3 10. Aa3 d6 11. Tc1 Aa5 12. Da4 d5 13. Ab5 Ab6 14. Tfe1+ Ae6 (Diagrama) 15. Txc6! rinden negras.

 *Javier Vargas Pereira. Es periodista especializado en ajedrez y temas culturales. En Chile, su país natal, fue dirigente estudiantil universitario en la década de los 60, profesor de Filosofía en el Liceo Coeducacional de Parral y Consejero de Asuntos Juveniles del presidente Salvador Allende Gossens (1970-973). En México, donde reside desde 1975, ha sido librero, editor y ajedrecista por afición.
Texto publicado por el autor en su blog Cultura y Ajedrez: http://javiervargaspereira.blogspot.mx/2008/11/juan-jos-arreola-y-el-ajedrez.html

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