Indignidad compartida
Se siguen cometiendo actos de crueldad inaudita a todo lo largo y ancho de la república mexicana, a pesar de que el nuevo gobierno prometió que encararía la situación de manera diferente para dar mejores resultados.
Álvaro de Lachica / A los Cuatro Vientos
Más de seis meses han pasado y las cosas siguen igual, lo único que ha cambiado es la menor presencia de estos actos de barbarie en los medios de comunicación.
Ya sea el caso de dos mujeres adolescentes violadas y degolladas en el Estado de México el 24 de julio pasado, otras dos jovencitas en Tabasco que corrieron igual suerte o el triste caso del padre Nacho, robado y asesinado aquí en Ensenada. Pareciera que los mexicanos tenemos la característica de ser particularmente lábiles a los gérmenes de gran violencia para realizar actos de crueldad.
Estamos acostumbrados a ser testigos de violencias extremas, torturas, violaciones y humillaciones. A menudo la crueldad allí desplegada se nos presenta como espectáculo. Sin embargo, hay una crueldad que no satisface el morbo del espectador ni corteja sus valores, sino que lo confronta con sus hipocresías, sus miserias, sus mezquindades…
La historia de brutalidades parecen avecinadas en nuestra idiosincrasia; habría que explorar el resentimiento como una de las causas de esto, la herida histórica de ser un pueblo conquistado, donde además la desigualdad social ha sido estructural, un problema de raíces profundas; asimismo, nuestros cánceres como las burocracias corruptas, leyes que no se aplican, el desprecio arriba y abajo de cualquier norma. La crueldad se arraiga así en el autoritarismo, la mentira y la indiferencia prevalecientes en la cultura del mexicano.
Nuestra sociedad en su vida cotidiana está empapada de crueldad. Es como si este tipo de violencia desmedida tuviera una carta de naturalización con nosotros, de ensañamiento admitido o tolerado contra los más vulnerables. No hay nadie que cuestione el fenómeno de la bestialidad desatada en medio de la crisis de violencia delincuencial que vivimos.
Hay pesimismo, conformismo, indiferencia, como si fuera algo que no nos importara. Pero los torturadores, los sádicos extremos, como el famoso Z-40, no vinieron de otro país: surgieron de nuestra sociedad, para actuar con todo su resentimiento y su capacidad devastadora.
¿Y nos podemos preguntar por qué? ¿Será que la desigualdad y la injusticia han servido como caldo de cultivo, tanto en la impunidad y el desprecio a la ley en todas las clases sociales?
El espectáculo de la crueldad mexicana debería conmovernos y no sucede así.
En México, vivimos una espiral cruel, como una tobogán en donde el estado falla, el orden se desquicia y las víctimas se conforman con el símbolo atroz de una realidad fundada en la sangre derramada, el terror y el miedo; como si esto hubiera surgido de las propias sombras de nuestra historia y de nuestras raíces. En la guerra del narco, que nos ha atrapado en sus fauces a toda la sociedad mexicana, tiene como característica principal el terror y la crueldad.
¿Podría ser qué este ensañamiento del hombre contra el hombre representa una característica mexicana, hundida en raíces ancestrales, en su psicología colectiva agobiada por el resentimiento, en su historia, en sus mitos, en sus costumbres, engendrada en su economía de privilegios, desigualdad y corrupción?
Por eso, deberíamos desentrañar todos sus elementos. Es el laberinto de la crueldad. México es una sociedad cruel en su fondo y la crueldad está desatada ahora en la guerra y la explosión delictiva. Mientras no aceptemos esta realidad evidente, no sabremos si hay una salida a este inhumano laberinto.