Historia para qué, en días de barbarie
Réquiem: Ningún cielo extranjero me protegía. Ningún ala extraña escudaba mi rostro. Me erigí como testigo de un destino común, superviviente de ese tiempo, de ese lugar.
Anna Ajmátova
Conviene empezar a preguntarnos ¿quiénes asumirán la tarea de volver historias estas memorias desgarradas, cómo se encargarán de transformar en recuerdos este cúmulo de olvidos, de qué moral se investirán para atender este conjunto de omisiones, de dónde obtendrán la prudencia necesaria para hurgar en los testimonios que han dejado las dolorosas huellas, y encima de todo aún les quedará pudor para estar ufanos de la asepsia de sus métodos, hallarán la resignación suficiente para llenar formatos e informes de sus investigaciones?

Monumento La Cruz de Clavos, frente al Palacio de Gobierno en Chihuahua capital, al a la memoria de las mujeres y activistxs muertxs y desaparecidxs a lo largo y ancho de todo el país (Cortesía)
Rogelio E. Ruiz Ríos* / 4 Vientos / Ilustración principal: Guernica (1937), de Pablo Picaso.
¿Cuándo acordaremos el consenso para fechar el inicio de esta barbarie?, ¿y cómo la nombraremos? ¿acaso “el periodo violento”, la “era del exterminio” o como llana y punzante descripción el “baño de sangre”? En una sociedad que ha hecho de la tragedia folclor, en un país que ha convertido sus desgracias en gestas épicas, es enorme el riesgo de dejar a la deriva la barbarie actual en la infinitud del tiempo.
El carecer de una temporalidad específica que aprehenda esta barbarie implica mitificarla lo que perpetúa la postura pasiva e indolente que ahora nos marca. Las situaciones abismales sin periodizar son cubiertos por la brumosa incertidumbre de si en realidad sucedieron o no. La intensidad brutal con que nos llegan y se recrean las memorias disruptivas amerita ser confrontada con la arrogante serenidad reflexiva que presume la historia. La barbarie que transcurre ante nuestros ojos requiere de una temporalidad, ubicar con precisión los espacios donde acontece para iniciar su criba a través del cedazo cínico de las y los historiadores. Sólo de esta manera podremos algún día conciliar nuestra barbarie y eventualmente, perdonarnos. Y si un día esas historias que conducen al perdón transmutaran en un réquiem, habría que esperar que se hiciera buena poesía de ello.
Otro día un joven lingüista exponía acerca de los usos temporales en lengua rarámuri. Con tono serio puntualizaba sobre los giros temporales, refería cómo cierto vocablo expresar un pasado concreto, uno más se emplea para señalar un pasado que además entraña un consejo o da una lección extraída de la experiencia, uno distinto designa un pasado que no acaba de transcurrir, y más allá otro indica un pasado remoto, tan remoto que se torna incierto, mítico, sin posibilidad de compromiso para dar fe y constancia de que efectivamente ocurrió.
Debemos establecer un punto de arranque, los principios del declive, reconociendo en ello un ejercicio arbitrario, la voluntad omnisciente y omnipotente que brinda cierto estatus de demiurgo a quienes escriben las historias. El ejercicio arbitrario de fechar, de nombrar, de situar, inoportuno y en apariencia fútil, nos previene de la esquizofrenia o de caer en cuadros esquizoides, un destino que una sociedad que se desangra a niveles de catástrofe está obligada a evadir.

Memorial para activistas asesinados (Cortesía).
El crimen de Norma Corona Sapién aconteció cuando todavía este país era capaz de conmocionarse y sacudirse por u acto tan brutal. Norma defendía los derechos humanos y esa actividad, esa actitud ante la vida le valió ser acribillada. Su ejecución llegó por órdenes de un comandante de la policía federal al servicio de narcotraficantes, de esos mismos hombres glorificados en corridos pródigos en alabanzas de su virilidad y valentía. La lista de mujeres ejecutadas que le siguen suma miles, a muchas de ellas ni un nombre podemos darles. En el caso de Norma, una biblioteca, un corrido y un memorial se erigen en su memoria.
¿Cuántos memoriales nos falta todavía por construir? Es la mexicana una sociedad que ha engendrado a sus propios verdugos. El exterminio no proviene del exterior ni de un extraño enemigo que profana el suelo soberano para secuestrar, violar, esclavizar, matar a hijas, hermanas, madres, esposas, abuelas, amigas, compañeras. A los exterminadores los topamos en las aceras, nos cruzamos con ellos en los semáforos, en las terminales, en los centros comerciales, en los bares, en la calle, en la escuela, en las redes sociales.
La fría placa en memoria de Marisela Escobedo está situada en el lugar donde fue asesinada: a las puertas del “palacio de gobierno” en Chihuahua. La contradicción indigna: ¿palacio, gobierno? Es inmoral e insoportable llevar una vida palaciega de gobernante mientras tiene lugar el exterminio de la mitad de la población. Unos metros más allá, un segundo palacio se levanta y recorta el horizonte: ahí reposa literalmente la justicia
¿Dónde estamos los historiadores ante la pavorosa realidad que nos atraviesa? ¿Estamos conscientes siquiera de la magnitud de los sucesos, enterados acaso, siquiera preocupados? ¿Es legítimo seguir el camino de un puñado de aristócratas que en nombre de la disciplina siguen entretenidos en cultivar también una vida palaciega agrupados en instituciones y academias obsoletas, caducas, entregados a investigaciones y conferencias sobre temas anodinos que solo interesan a pequeños círculos de becarios y coleccionistas de anécdotas y “buenas costumbres”?

Placa en el palacio de gobierno en Chihuahua capital (Cortesía)
¿Estamos contentos con que algunos de estos señores galardonados hayan hecho de la etiqueta de historia sinónimo de hipocresía? ¿Se reduce nuestro rol a formar parte o ser objeto de homenajes que honran la lealtad y genuflexión a quienes se turnan en el poder?, ¿Sigue siendo la historia fuente de esperanza?, ¿para qué, para quiénes?
Es probable que el registro de los seres vivos y de sus relaciones entre sí y con las cosas en las dimensiones de espacio/tiempo contribuya a la reflexión, el aprendizaje, el conocimiento, e incluso a otorgar consuelo y confort para quienes pugnan por un mundo más justo, equitativo, armonioso, sustentable.
Quizá la principal función de la historia radique en ayudar a convertir el olvido en perdón y no viceversa, en recordarnos el valor social de la empatía y la comprensión. En cambio, compete a la memoria mantener latente los reclamos de justicia, escarbar en el olvido para traer al presente su materia.
Juntas, historia y memoria, dan sentido y cohesión a las ideas de comunidad al recordarnos la vergüenza propia, hacen soportable el dolor y suturan heridas permitiendo escapar el grito que nuestros pasados y presentes incuban, dando forma y cauce a los temores y deseos que en el futuro se atisban.
*Doctor y Maestro en Historia por el Colegio de Michoacán. Director del Instituto de Investigaciones Históricas de la UABC para el periodo 2015-2019 y actual investigador de la institución. Miembro de las redes de Historia del Tiempo de la UABC, y de Estudios Históricos del Noroeste de México. También es un destacado conferencista, académico, tallerista, ensayista y seminarista. A los 4 Vientos agradece al Doctor Ruiz su invaluable y generosa participación en nuestro selecto grupo de articulistas.