Hipócrates salvó al subcomandante Marco
El Subcomandante Marcos estuvo en Montreal para que le extrajeran una bala. El asunto era grave y fue necesario recorrer más de cuatrocientos kilómetros de pradera y bosque para internarse ilegalmente a territorio quebequense y ser atendido por un médico del Frente de Liberación de Quebec, el doctor Pierre Champlain.
Everardo Monroy Caracas/ A los Cuatro Vientos
El atentado ocurrió en la ciudad de Bangor, en el condado de Penobscot, al término de una asamblea con estibadores de un aserradero de Log Boom. Los Mano Negra, ultraderechistas de Massachusetts fueron los responsables. El noticiero matutino habló de siete muertos, veinticuatro heridos y dos desaparecidos. Ninguno de los asesinos fue identificado o detenido.
En el hospital San Joseph, el de la avenida Broadway –donde laboraba el doctor Champlain–, pudo practicarse la operación sin ser advertida por la policía. La bala había lesionado un riñón y el sangrado era profuso. En la habitación del responsable de la calefacción y la distribución de agua, un algeriano comunista, se asiló al guerrillero mexicano durante una semana.
Henry Burussa, a sus sesenta y nueve años, sabía lo que estaba en juego: su futura pensión y la libertad. Sin embargo, Loise Ferruso le pidió el favor y no pudo darle la espalda. La representante en Montreal del Frente de Liberación de Quebec, menuda y prudente, simpatizaba con el Frente Zapatista de Liberación Nacional e incluso, en enero de 1994, cuando los indígenas chiapanecos se levantaron en armas, ella tenía seis años y acompañó a su madre a los campamentos de Ocosingo. Mientras Pauline Ferruso participaba en las reuniones de trabajo con la comandancia general del FZLN, ella era protegida y alimentada por mujeres zapatistas tzeltales. Dos semanas permanecieron en esa zona intrincada, poblada de zancudos y hormigas depredadoras letales para los extranjeros nórdicos. Una o dos veces por semana comía carne de conejo.
El subcomandante Marcos, el eterno fumador de tabaco cubano, en dos ocasiones, sin el pasamontañas, pero con la pipa de caoba en la boca, jugueteó con Pauline e incluso la dibujó nadando en las aguas del rio Jatate. Nunca lo vio adusto o indiferente, sino hospitalario y risueño, de risa franca. Eran tiempos de guerra, pero los zapatistas, indígenas en su mayoría, amaban la vida en libertad y justicia y estaban dispuestos a morir por ella.
Loise buscó al doctor Champlain, un hombre encorvado, cetrino y de barba caprina. No era dado a debatir y cuando intervenía en la toma de decisiones finales, optaba por ponerse de pie y emitir un breve mensaje de aliento.
–Si estamos aquí, en este sótano poco iluminado, como catacumba cristiana, es porque somos un faro que debe iluminar a los nuevos patriotas…
Su impecable bata blanca siempre estaba presente y después de las maratónicas reuniones de los sábados, se daba tiempo para escuchar las lamentaciones de sus camaradas con problemas de salud. Incluso les regalaba medicamentos y los domingos hacia visitas domiciliarias en sus hogares. El subcomandante Marcos, durante su recuperación jugaba ajedrez con él e intercambiaba opiniones sobre la realidad política de Quebec y Canadá. El francés del guerrillero era aceptable por su pasión a Jean-Paul Sartre y Charles Baudelaire.
El asunto de los aserraderos en Quebec y Maine convenció al subcomandante Marcos de la importancia de organizar a los trabajadores en sindicatos para defender sus derechos. La mayoría de los asalariados eran indígenas, inmigrantes latinos y caribeños. Los maliseet, passamaquoddy, abenaki y penobscot optaban por vender su fuerza de trabajo en condiciones humillantes que enfrentaban ante los problemas de pobreza, alcoholismo y drogadicción.
El subcomandante Marcos, a invitación de John Saulis, uno de los jefes maliseer (los oradores perezosos, según su lengua), aceptó apoyar su causa y viajar de Chiapas a Maine en una avioneta. El cruce por tierra se hizo en Matamoros-Brownsville y el recorrido hacia Bangor fue en una Van tripulada por un indígena passamaquoddy (Los llenos de peces) que fumaba mariguana como chacuaco. Uno de sus ancestros de Nuevo Jersey había participado en la guerra civil de 1863-1867. Los passamaquoddis habían sembrado canoas de abedul por todo Maine y estos artesanos eran admirados y respetados en Quebec. El día del atentado, Kirk Doo murió protegiendo al subcomandante Marcos.
Por lo mismo, Loise Ferruso al enterarse de que Champlain era un agente infiltrado de la CIA, jamás logró descifrar la verdad histórica de ese hecho. El médico siempre apoyó la causa soberanista del Frente de Liberación de Quebec e incluso, la mayoría de patriotas le tenían estima y agradecimiento. Sin embargo, los cables filtrados por WikiLeaks evidenciaron que en la matanza perpetrada por los Manos Negra el galeno jugó un papel estratégico: les advirtió de la presencia del subcomandante Marcos en la asamblea.
La comandante Ramona, después de cambiarle la venda a su subalterno Marcos, quiso saber más de lo ocurrido en el hospital San Joseph y la respuesta en nada alteró el estado de ánimo de sus camaradas que bebían un poco de tesgüino, regalo de sus hermanos tarahumaras, y discutían los temas de la próxima asamblea en La Garrucha:
–Me salvó el juramento de Hipócrates…