Fox, Duarte, Patricio… megalómanos puros
Víctor Orozco publicó un artículo de fondo replicando la bufonada de Vicente Fox al compararse con el presidente Benito Juárez. Su análisis se extiende a la trayectoria de la derecha mexicana, tocando tangencialmente la miseria intelectual que la caracteriza. Ahí nos habla de la época pronazi de José Vasconcelos y su visión del liberalismo mexicano; del Vasconcelos que alimentó los panfletos de la reacción política y los discursos de plazuela de la misma.
Jaime García Chávez/ A los Cuatro Vientos
En realidad, lo que Fox hizo, como buen mercadólogo de la Coca Cola, fue provocar para estar en los medios; obviamente que el fondo exhibe no tan sólo sus limitaciones personales en cuanto a conocimientos, sino también su adherencia a la basura ideológica de lo peor de la derecha que padece el país. Hace muchos años, cuando Fox empezaba a figurar, le leí una declaración en Ciudad Juárez que el periódico resaltó en ocho columnas, donde dijo que la Constitución “le valía madres”. Desde entonces me quedé con la impresión de que este guanajuatense representaba un filón del pensamiento fascistoide. El revuelo que hoy ha levantado, y que tan bien examina el historiador Orozco, es uno más de esos capítulos en los que un hombre miserable cobra notoriedad por exhibir una transgresión, que por lo demás la realiza porfiando de que generará más enconos basándose en las heridas nacionales de nuestra historia que aún no terminan de cicatrizar.
Fox se autoestima como un gran hombre y sabe que Juárez es un gigante (no lo estimo mitificado, sé de sus enormes defectos, de su excedido amor por el poder y otras debilidades que bien se describen en la novela de Eduardo Antonio Parra, Juárez, el rostro de piedra, de reciente factura) y por eso se compara con el oaxaqueño, con el único objetivo de presentarse como algo más grande. Vano propósito, porque la historia no está a merced de lo que los propios actores digan de sí mismos. Por esa vía hasta Victoriano Huerta o Augusto Pinochet podrían figurar como gigantes de la humanidad.
Este vicio de comparacionismo es en realidad una plaga de nuestros políticos, enfermos de grandeza, y para los cuales la única ruta de solución sería patrocinarles una buen cantidad de sesiones en algún diván de un psicoanalista, y ya en extremo, de algún buen discípulo de Lacan, de esos que Germán Dehesa decía que escuchaban tal cúmulo de estupideces que hasta se dormían un par de horas antes de hacerle indicaciones a los pacientes. Gozan tanto de hablar de su grandeza, que ni los rigurosos interrogatorios sobre el mullido diván los orillan a cierta modestia o autocontención. Sería buena causa una suscripción pública para pagarles psiquiatras a este tipo de personajes.
Y aquí paso a poner, para que no se diga que uno habla nomás por hablar, un par de ejemplos locales:

Patricio Martínez, exgobernador de Chihuahua (1998-2004), actualmente senador.
Patricio Martínez García, a la hora de encarar el juicio político congresional, termina su alegato diciendo que él, que había hecho una “obra enorme” por Chihuahua, debía morir como murió Julio César. ¿Pequeña la comparación escogida? Para nada. Su grandeza no podía caer en el rango de lo inmerecido, por ejemplo, respecto de algunos de los exgobernadores de Chihuahua. No, no. Escogió a Julio César, un gigante, y él obviamente un personaje digno de William Shakespeare. ¿Megalomanía pura? Sí.
El otro ejemplo es el de César Duarte encarnándose en Francisco Villa.

César Duarte, gobernador de Chihuahua
Tan ridículo es el parangón que hasta una descendiente del general, héroe de Zacatecas, le encontró parecido con el Centauro. Probablemente esta descendiente, por su edad o porque no haya sido beneficiada de la Fundación Helen Keller, no ve bien, porque si a esas vamos, más se parece físicamente a Obregón, uno de los homicidas intelectuales, o al famoso carnal Marcelo, el estupendo compañero de Tin-tan. Pero como eso no conviene, entonces las atocinadas carnes del cacique mayor, en un ensayo de taxidermia política, se le pegan al legendario cuerpo del revolucionario y guerrillero. El señor aspira a ser la reencarnación y, en extremis –otro caso para el diván– hasta de él mismo. ¿Megalomanía pura? Claro que sí.
De ahí que el estupendo artículo de Víctor Orozco le va a servir a todos aquellos que están atentos de nuestra historia, que no la ven como una falsificación ni como un instrumento para dar lustre a politicastros de hoy que, por cierto, si hubieran nacido antes de las respectivas épocas de Julio César o Villa, es previsible que hubieran sido sus adversarios.

El carnal Marcelo
En una lección de que por las vísperas se sacan los días, pero al revés, podemos decir que lo que estas personas –Fox, Martínez, Duarte– hacen hoy, tendríamos que adscribirlos a la antítesis de sus queridos seres históricos con los que, con nada de modestia, se comparan, sólo para tener una grandeza imaginaria con la que engañar a todos.
Por último, convengo con Orozco: cómo les haría bien a personas como Vicente Fox leer la obra de Patricia Galeana sobre el Tratado McLean-Ocampo. Pero es mucho pedirles. Ellos, si acaso, se encontraran con un libro en esta materia, o con superficiales panfletos, serían los peores de Vasconcelos o las historias de Joseph H. L. Schlarman, autor de México, tierra de volcanes, o los textos de Salvador Borrego.
Darles a Patricia Galeana es como darle de comer perlas a los puercos. Perdón porcinos.
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