Formas en la atmósfera: el arte residual en Alex Bazán*
“La escultura no consiste en el simple labrado
de la forma, sino el labrado de su efecto”: John Ruskin.
En el espectáculo del mundo, uno recoge piedras porque sabe que son gritos del pasado, estelas de un desahogo interno que modela la corteza terrestre en hojarasca geológica.
Rael Salvador/ A los 4 Vientos
En ese mismo paisaje, uno hunde su infancia en el barro porque reconoce que el ser se inscribe, primero, en la liquidez amniótica de la ingravidez, para posteriormente plantar su alma en la pesada gravidez de la Tierra.

Alex Bazán inaugura este miércoles 29 de marzo, a las 12:00 horas, la exposición escultórica Strato, en el Espacio Alternativo de lo Contemporáneo, en la Universidad Autónoma de Baja California.
Uno escala árboles porque la ola del crepúsculo nos alza en su frondosidad, llamarada que se extiende desde los dominios de la raíz, para obsequiarnos frutos que, en manos del escultor Alex Bazán (Ensenada, 1983), se encuadernan en sugerencias y apariencias: lectura sedimentada en hundimientos y grietas, mordiscos, incineraciones y huellas de golpes dactilares.
Platón nos inscribe en esa tradición: “El hombre es una planta celeste, lo que significa que es como un árbol invertido, cuyas raíces tienden hacia el cielo y las ramas hacia el suelo”. Visones que se hermanan, dos lenguajes donde la forma y el contenido son uno. Y, sin lugar a duda, si se manejan estos elementos, se maneja lo eterno.
La maleabilidad innata y consustancial, en su fragua tectónica –negro hogar de los escultores y los héroes herreros–, flujos y reflujos que obsequian las maravillas de formas y deformaciones, constituye la exquisita armonía de rupturas y fragmentaciones de todos los horizontes.
Redimensionar el orden natural del planeta es parte de la creatividad de Bazán: corporizar fractales, hélices que se incrementan en bucles de estratos, tornillos en una progresión de circunvoluciones dantescas, carapachos en la tentación de lo famélico, vulvas de profundidad fosilizada (flautas matrices), nautilus eco-ascendentes, almejas que frecuentan sueños, un indeterminado espectro de sombras mendicantes… “El lado activo del infinito”, en palabras de Don Juan Matus.
La pedrería de diversa densidad, la madera pulida por la saliva del tiempo, el barro acongojado de las riveras, así como la indomable lumbre sin amaestrar, son vestigios de un mar arriba, un Everest de exoesqueletos donde las caracolas soplan el polvo de estrellas que reintegra nuestra inmortalidad al Universo.
El artista, a partir de su disminución divina de elementos –aguatierra o piedrárbol– encuentra el símil de una perfección que condesciende y pacta con el todo: sinfonías del vacío, sorda plegaria de eructos estelares, barricada ambulante de astros en la entropía de la incomprensión, infracciones a la razón científica cuando las convulsiones concatenan espejos de agujeros negros en la noche infinita…
Observo la obra y evoco el arquetipo de El árbol de la vida, mito fundacional que conecta al cielo con el ultramundo, dimensión donde se hornean las filosofías y religiones del hombre. Pareciera que la justificación de Alex Bazán es, en la fuga que vertebra la armonía, la cueva y el laberinto: la ascendencia de las formas –en el pulimentado sueño de Brancusi– y la profundidad de los renacimientos, iniciaciones lumínicas –“donde la escultura es la lámpara de la pintura”, en palabras de Miguel Ángel–, tesoros en el espacio-tiempo de algunas culturas ancestrales.
Si el material del Alex Bazán, escultor de lo residual, surge de la intervención de la maquinaria industrial o de los detritos de la solidificación cósmica, la aventura sagrada de sus analogías artísticas es patente de una materialización metafórica, metonímica: la trasnominación de un estado nebular que se reconstruye desde lo imaginario a lo simbólico, apropiándose del espacio y la atmósfera, abriéndonos caminos para el entendimiento de lo intuitivo en lo real.
*Existencialista tardío, Rael Salvador es poeta, escritor y periodista.
raelart@hotmail.com