Enrique Peña Nieto y la iglesia católica: el poder del clero
“Líder carismático, encantador de dinosaurios o Presidente impuesto, Enrique Peña Nieto forma parte de una generación de “jóvenes” priistas entre cuyos atributos destacan un cuidado personal extremo, adicción a la pantalla y habilidad para navegar en la indefinición”, cuenta el periodista Francisco Cruz en Los Golden Boys, libro recientemente en circulación que ahonda en los personajes clave del nuevo Jefe del Ejecutivo mexicano.
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“Al margen de cualquier lectura o calificativo que se les quiera dar —medio juniors soberbios, híbridos superficiales, metrosexuales conservadores, guapos sin sensibilidad o yuppies excluyentes—, tras este jet set de la política mexicana emerge el trasfondo de un grupo que arroja múltiples evidencias del regreso inquietante del Partido Revolucionario Institucional (PRI), acusado y acosado persistentemente de corromper, manipular elecciones, premiar la fidelidad, castigar a sus opositores y forjar, en cada sexenio, una camada de ‘poderosos’ millonarios”, agrega.
Convertido en una celebrity o un rock star, dice el periodista mexicano, “a Peña se le ha dado todo: la herencia de sangre de cinco ex gobernadores mexiquenses, el apoyo incondicional de Televisa a través de su propietario Emilio Azcárraga Jean, el auxilio de una clase empresarial desilusionada del Partido Acción Nacional (PAN), la protección inmoral de la Iglesia católica, el realineamiento de los viejos líderes sindicales y la repentina llegada de una actriz —Angélica Rivera Hurtado, La Gaviota—, a quien el Vaticano le sirvió de comparsa para declarar inexistente su matrimonio religioso con el productor José Alberto Sáenz Castro, mejor conocido como El Güero Castro”.
“La historia de su ascenso, tragedias, amores fallidos, infidelidades, hijos fuera del matrimonio, así como su incapacidad para explicar la causa de la muerte de su esposa, Mónica Pretelini Sáenz, se han difundido con prodigalidad. Y como una sombra, lo persigue la criminalización de movimientos sociales, entre las que destacan las múltiples violaciones a derechos humanos cometidas durante el operativo policial en Texcoco y San Salvador Atenco el 3 y 4 de mayo de 2006, hechos violentos que dejaron como saldo 47 mujeres detenidas y sometidas a tortura sexual, de las cuales 26 fueron víctimas de violación”, señala.
Cruz analiza, en este libro, al círculo cercano del nuevo Presidente:
Luis Videgaray Caso, María Elena Barrera Tapia, Miguel Ángel Osorio Chong, Felipe Enríquez Hernández, María Esther de Jesús Scherman Leaño, Luis Enrique Miranda Nava, Georgina Trujillo Zentella, Jesús Murillo Karam, Carolina Viggiano Austria, Ernesto de Lucas Hopkins, Mercedes del Carmen Guillén Vicente, Alfredo del Mazo González, Carlos Salinas y Arturo Montiel.
“A ese grupo del PRI —partido que nunca se fue y tampoco se transformó— se han sumado empresarios, ‘centauros’ —políticos-empresarios—, y jerarcas de la Iglesia católica mexicana. Y son ellos, todos con su pasado, quienes mejor ilustran la vida y obra del nuevo inquilino de Palacio Nacional”, señala.

“Los golden boys”, del periodista Francisco Cruz, lectura obligada para entender las estrechas relaciones de Enrique Peña Nieto y el Grupo Atlacomulco con el alto clero y los sectores más reaccionarios u ultraderechistas de la iglesia católica.
Por considerarlo de interés público, con autorización del autor y de su casa editorial, Planeta, publicamos a ustedes una parte de este Los Golden Boys, relativa al poder que tiene la iglesia católica dentro del nuevo gobierno…
Capítulo II El Papa de Atlacomulco… con la bendición de Dios
Las alianzas y lealtades han dado paso a especulaciones sobre si Peña pertenece a la masonería, a los Iluminati o al Opus Dei. La realidad —con tiento y mucho cuidado— es que el círculo de los nuevos Golden Boys se cerró en la cúpula de la Iglesia católica mexicana con otros Golden muy cercanos a Dios o los Golden de Dios. Desde 1942, ligado al gobierno estatal y al Grupo Atlacomulco en particular, cada periodo electoral es también una oportunidad para el clero, que defiende sus intereses e inclinaciones políticas.
Si bien es cierto que, abiertamente, no puede participar en política y menos en los procesos electorales, la Iglesia católica tiene repartidos territorios y cargos que ayudan, de manera directa e indirecta, en las aspiraciones de los atlacomulquenses.
Cuando se ve bien hacia atrás, la de Peña representa la continuidad de las alianzas con la Iglesia más sectaria que se tejieron durante el gobierno de Isidro Fabela Alfaro.
Los masones creen que la historia les dará las herramientas para neutralizar al Opus Dei —“Obra de Dios”—, se niegan a ver que con Carlos Salinas se murió el anticlericalismo político mexicano, no aceptan que la Obra de Dios pertenece a otro extremo de la Iglesia católica y desdeñan aquellos señalamientos, bien fundamentados, de que, con sus recursos financieros, ésta tiene la capacidad de arrinconarlos, con todo y sus 33 grados, en donde quiera que se encuentren.
En otras palabras, se sorprenden cuando descubren que son enemigos ilustres y que la Iglesia mantiene vivo su rechazo a los masones Benito Juárez, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. El primero, porque a través de algunas medidas —entre ellas las leyes de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos, Lerdo de desamortización de los bienes de la Iglesia o sobre Libertad de Cultos, con la que la religión católica dejó de ser un monopolio o el único permitido, así como los decretos de supresión de festividades religiosas y exclaustración de monjas y frailes— logró la separación Iglesia-Estado.
A Obregón y Elías Calles la Iglesia no les perdona la persecución de curas y sus fieles, que devino en la Cristiada o Guerra Cristera. Hoy, como advierten algunos curas, fue una guerra no declarada, pero guerra al fin que propició un cisma y, por tanto, el debilitamiento del catolicismo, así como la consolidación de las sectas y grupos protestantes. Tampoco se olvida que, en forma arbitraria, los masones se atribuyeron las mayores construcciones de la antigüedad, como el Arca de Noé, la Torre de Babel, las Pirámides y el Templo de Salomón. Y que, según la historia, poseen secretos para destruir a la Iglesia católica.
Si bien su influencia disminuyó en forma alarmante a partir de la llegada de Miguel de la Madrid Hurtado a la Presidencia de la República el 1 diciembre de 1982, y hoy parecen más un fantasma en la vida política mexicana, los masones insisten en que son una organización secreta anticatólica —gnósticos, dicen algunos—, de orientación filosófica, con un código moral, templos, altares, jerarquía, ritos de iniciación y fúnebres, vestimentas para sus rituales, días festivos y oraciones propias.
En el Opus Dei —una secta extremista moderna fundada el 2 de octubre de 1928 por el cura español José María Escrivá de Balaguer, la cual fue impulsada y aprobada por el Vaticano— se tiene presente que, en el ritual de iniciación del grado 29 de la masonería, el iniciado pisa y escupe sobre un crucifijo, al que considera signo de destrucción y muerte oprobiosa, mientras en el del grado 30 (el Kadosh) se pisan la tiara papal y la corona real, como símbolo del repudio a su mayor enemigo, la Iglesia católica y el Estado.
Al margen de estas peligrosas enemistades se encuentra la relación entre Peña y los jerarcas de la Iglesia, la cual se fortalece cada año en el opulento fraccionamiento Bosque Real de Huixquilucan, donde Enrique llega para agasajar al poderoso arzobispo de la Iglesia católica apostólica ortodoxa de Antioquía en México, Antonio Chedraui Tanous. […] Por su parte, el llamado Golden Boy nunca ha negado su filia religiosa y aunque en Toluca, la capital mexiquense, circulan toda clase de rumores y versiones sobre la formación religiosa del gobernador, acercándolo unas veces a los Legionarios de Cristo y a doctrinas de cualquier denominación, incluso a la masonería, Peña nació y creció en el seno de un hogar indisolublemente ligado a la religión que le fue inculcada por su madre, María del Perpetuo Socorro Ofelia Nieto Sánchez, una de las fieles devotas de su natal Atlacomulco, y por su padre, el ex seminarista Gilberto Enrique Peña del Mazo.
Hombre muy religioso y conservador, al nuevo presidente de México se le puede ver en los onomásticos de monseñor Onésimo Cepeda Silva —ex obispo de Ecatepec— y en la sede de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), donde anualmente es recibido para compartir “el pan y la sal” con los obispos y cardenales de todo el país. También asiste a eventos católicos de alta sociedad entre los que destacan la ordenación como obispo de Atlacomulco de monseñor Juan Odilón Martínez García y su viaje a la Santa Sede para recibir las bendiciones papales.

La anulación del anterior matrimonio de Angélica Rivera para que pudiera contraer nupcias con el presidenciable Enrique Peña Nieto, fue obsequiada de inmediato por el Vaticano.
La buena relación con “dios” le sirvió para conseguir que, en mayo de 2009, se anulara el único obstáculo que le impedía contraer matrimonio con su entonces prometida Angélica Rivera; es decir, el matrimonio religioso de ésta con José Alberto Castro Sáenz.
El 27 de noviembre de 2010, Enrique Peña y Angélica Rivera recibieron la bendición frente al altar de la catedral toluqueña.
La visita de Peña a la Santa Sede —en la segunda semana de diciembre de 2009— sirvió para que reafirmara sus lazos con la jerarquía católica y reiterara devoción y filiación hacia el Opus Dei.
La relevancia de la Obra de Dios puede verse en el hecho de que su fundador, Escrivá de Balaguer, es parte del santoral católico desde el 6 de octubre de 2002. En otras palabras, fue canonizado no mucho tiempo después de su fallecimiento, el 26 de junio de 1975, a los 73 años de edad. […] Peña no pudo negar su cercanía con la secta de Escrivá de Balaguer. En ese viaje estuvo acompañado por el vicario regional del Opus Dei en México, monseñor Francisco Ugarte, y el presbítero Rodrigo Martínez, vicario y secretario del Opus Dei para el occidente del país. Además, se reunió con monseñor Tarcisio Pietro Evasio Bertone, secretario del Estado Vaticano y amigo personal de “El nuevo banquero de Dios”, Ettore Gotti Tedeschi, presidente del Instituto para las Obras de Religión o Banco del Vaticano y, por supuesto, soldado del Opus Dei.
En mayo de 2012, el Vaticano despediría bruscamente a su banquero, pero ésa es otra historia. Y logró charlar con el entonces presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano y presidente del Governatorato del mismo Estado, el cardenal Giovanni Lajolo, prominente opusdeísta.
Otro personaje que recibió al mandatario mexiquense fue el vicegobernador del Vaticano o segundo responsable en la administración del Estado, Carlo María Viganó, también relacionado con esta secta.
El encuentro con el cardenal Bertone —conocido ya como “Pedro el Romano” y “eventual sucesor de Benedicto XVI”— puede verse como una casualidad, pero éste es, desde 2006, secretario de Estado del Vaticano. En otras palabras, es el encargado de manejar todas las funciones políticas y diplomáticas de la ciudad del Vaticano y la Santa Sede, una especie de primer ministro. En 2007 recibió el papel de camarlengo, que en términos cristianos significa acompañar al Papa en su lecho de muerte. Él, y nadie más, será el responsable de confirmar y anunciar a las autoridades vaticanas el fallecimiento del Sumo Pontífice.
Apenas el 22 de marzo de 2011, Bertone mostró el esplendor de su poder al transferir, con visos de despido, a María Viganó, quien en 2011 envió al Papa una serie de cartas personales en las que denunciaba una red de corrupción, nepotismo y tráfico de influencias vinculados al otorgamiento de contratos a compañías externas al Vaticano, que encontró cuando asumió el cargo en 2009. […] Vistas desde la capital mexiquense, las situaciones de corrupción en el Vaticano parecen intrascendentes, pero a la muerte de Escrivá, el Opus Dei entendió que su apuesta estaba en los jóvenes estudiantes mexicanos, pues a través de ellos puede darse muy bien un encuentro inducido de Dios. Por eso decidió abrir escuelas de educación superior e instituciones de desarrollo, para reclutar a profesionales preparados en otras instituciones establecidas y de prestigio. Se afirma que Peña, egresado de la Universidad Panamericana, posee un juramento de lealtad y ayuda mutua con ese grupo.
El apoyo que las filas de la Obra y otros grupos de la ultraderecha católica brindan a Peña no son sólo protocolarios. Desde el inicio de su gestión como gobernador mexiquense fue asistente frecuente a los encuentros de la Conferencia del Episcopado Mexicano donde dictó conferencias, o en pláticas informales, muy alejadas de la condición laica del Estado mexicano.
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