En recuerdo de sus madres…El Proyecto La Esperanza
Unos nunca la conocieron. Otros eran demasiado pequeños para poder recordarla ahora. Unos más, la recuerdan como hubieran querido que fuera, o la imaginan como la ven en sus sueños. A los menos, les tocó verla salir por la puerta de su casa, pero nunca vieron a su madre regresar.
Servando Pineda Jaimes/ A los Cuatro Vientos
Pero todos, todas, tienen su foto en algún lugar de su casa… o en el lugar donde viven, que al final y como quiera que sea, es su casa. Son los niños y las niñas del Proyecto La Esperanza. Aquellos hijos e hijas de las que el mundo conoce despectivamente como Las Muertas de Juárez, un estigma tan denigrante que trata de esconder la verdadera tragedia. No son muertas, son crímenes, son asesinatos de mujeres, de madres de familia, de hijas, esposas, hermanas, tías o sobrinas. Mujeres a las que se les arrancó la vida. Madres de familia que salieron de su casa en busca de trabajo para poder mantener a sus hijos y que ya nunca volvieron.
A unas las encontraron. Sus cuerpos mancillados, fueron arrojados como basura a lotes baldíos. Otras, nunca más se volvió a saber de ellas… como si se las hubiera tragado el desierto. De ese desierto al que se aferran sus familiares para que en algún momento y a la hora que sea, aparezcan sus hijas o esposas o madres, como salidas de la tierra… pero eso, tal vez nunca suceda.
Eso no lo saben sus hijos, esos que quedaron al cuidado de la abuela cuando ellas desaparecieron, cuando les arrancaron la vida cruelmente. Ahora ellos, ellas, tienen sus fotos en un altar en la sala de su casa. Así las quieren recordar, así les rinden homenaje a sus madres ausentes.
Saben que las asesinaron o que las desaparecieron, pero aún así y de manera más que sorprendente, no guardan rencor en sus almas. Prefieren prepararse y buscar una vida mejor, distinta a la que tuvieron sus madres o sus hermanas.
Es el Proyecto La Esperanza, un programa que lleva a cabo la organización no gubernamental Nuestras Hijas de Regreso a Casa, que nació justamente cuando comenzaron a desaparecer mujeres en esta ciudad. Fundada por las maestras Norma Andrade y Marisela Ortiz, cuando la hija de la primera, Lilia Alejandra, fue raptada al momento en que salía de la maquila donde a sus escasos 17 años tenía que trabajar para mantener a sus dos pequeños hijos: Kaleb y Jade. No sólo trabajaba, sino además intentaba terminar sus estudios de preparatoria. Alumna de Marisela Ortiz, Lilia Alejandra fue secuestrada frente a decenas de personas que cuando fueron interrogadas, dijeron no haber visto nada. Ante el dolor de su amiga Norma, Marisela decidió unirse a ella para iniciar una búsqueda desesperada de Lilia Alejandra, cuyo cuerpo aparecería una semana más tarde, violada, mutilada y salvajemente asesinada en un lote cercano a la avenida Tecnológico, casi esquina con la prolongación de la avenida Ejército Nacional. Como una broma cruel de sus asesinos, fue secuestrada un 14 de febrero, “Día del Amor y la Amistad”.
Y luego aparecieron otras, y otras más, hasta que el dolor y la indignación se desbordaron, al punto que familiares y amistades de esas mujeres decidieron fundar Nuestras Hijas de Regreso a Casa, un nombre lleno de esperanza.
Años de lucha han pasado, ninguna de las desaparecidas en este esquema ha regresado a casa. A otras madres les han entregado los huesos de sus hijas. Unas familias tienen un lugar donde llorarlas, la gran mayoría no.
Pero la vida sigue.
Y sus hijos e hijas tuvieron que quedar al cuidado de sus abuelas, de sus tías, o de algún otro familiar. Otros quedaron en el desamparo total, huérfanos, y como únicos familiares… los amigos que pudieron encontrar en la calle. Y sólo el recuerdo vago de su madre a quien le lloraban de cuando en cuando, entre carrujo y carrujo o chemo y chemo.
Entre sus tragedias, seguramente vagamente recordaban que según decían las abuelas: cuando una madre muere joven va al cielo, y desde ahí cuida a sus hijas, a sus hijos.
Quién sabe si eso sea cierto, pero el Proyecto La Esperanza nace justamente para ayudar a esos niños y niñas que perdieron a sus madres a las que, en muchos casos, nunca las conocieron y sólo recuerdos vagos guardan de ellas.
Por medio del arte y la cultura este proyecto busca abrirles un mejor camino. Lo mismo danzan, que han aprendido a pintar o conocen las bases de la fotografía o buscan dar rienda suelta a su creatividad a través de la escritura. Cada verano, reciben cursos donde experimentan con alguna disciplina de las bellas artes, pero también avanzan en su recuperación espiritual y emocional. Aprenden a no guardar rencor en sus corazones, a mantener alejado de su alma algún escondido deseo de venganza.
Y ahí los tiene cada verano. Pintando como imaginan que sería su madre. Fotografiando lo más bello de Juárez. Uno pensaría que ante tanto dolor en sus almas desearían capturar una imagen de esta ciudad que les arrebató lo más preciado para ellos: su madre, y de paso, su infancia. Pero no, sus fotos retratan lo bello. Atardeceres hermosos, los rostros de sus abuelas, de sus hermanos. Murales que adornan el Museo de San Agustín, los murales de La Esperanza, donde no pasa inadvertido ningún detalle, por minúsculo que parezca. Así, en el enorme mural aparece la ciudad y su cerro emblemático con su leyenda: Lee la Biblia. De inmediato algunos protestan. Para ellos, el concepto de Dios les es muy ajeno. ¿Un Dios que les arrebató de esa forma a sus madres? Quieren que no aparezca. Otros se aferran a esas tres palabras. Los más se imponen sobre los menos. La leyenda no aparece. ¿Quién se atreve a juzgarlos? Desde luego que no todo es así. Curiosamente su tragedia la plasman en el taller de escritura:
“Cuando asesinaron a mi mamá, aprendí que la vida se puede acabar en un segundo, aprendí a valorar lo que tengo, aprendí que tenía que ser fuerte por mi hermana y por mí“. D.C.
Unos pocos están a punto de graduarse de la Universidad. Otras, aún a sus escasos años ya son madres y se aferran a sus hijos para que no vivan lo que ellas sufrieron. Que crezcan con su madre y su padre. No en la abundancia, porque son pobres, muy pobres, pero aún así se aferran al proyecto porque es una forma de saber que, desafortunadamente no son los únicos que han vivido esta tragedia en nuestra ciudad. Y ahí lloran y recuerdan a sus madres, pero también crean y se acercan a la pintura, a la fotografía, la danza, la música, la literatura y la escritura. Porque saben que aún en su tragedia, un mundo mejor es posible, y que ellos pueden impulsar otra cultura, una donde no exista la violencia, porque ellos son los niños y las niñas de la esperanza.
Son la luz en el desierto que se comió a sus madres…
Para conocer más:
http://nuestrashijasderegresoacasa.blogspot.com/
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http://www.facebook.com/PROYECTOLAESPERANZA
https://www.facebook.com/MARISELAORTIZnhdrc
https://twitter.com/#!/MariselaOrtizR
www.radiofem.net
Tráiler del Proyecto La Esperanza (trabajo con niños y niñas familiares de mujeres asesinadas y desaparecidas):
http://www.youtube.com/watch?v=LjLRIDps6PY
*Servando Pineda Jaimes. Periodista, escritor, ensayista y catedrático de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.