Elefantes grises

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Le pediré al lector que amablemente lea el siguiente párrafo, sin saltarse un solo renglón. Por el bien del punto que se tratará de discutir.

Luis Cuauhtémoc Treviño* /A los 4 Vientos

Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises.  ¿Elefantes grises? Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes, elefantes, elefantes grises. Elefantes grises, grises. Grises, grises elefantes grises. Grises elefantes grises, elefantes grises elefantes, grises, grises elefantes. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes grises. Elefantes, elefantes, elefantes… grises, grises elefantes grises… ¿Grises elefantes? ¡Elefantes grises!

Elefantes grises caminaban entre grises nieblas. Nieblas grises caminaban entre elefantes.
Son grises los humos de las chimeneas. Los elefantes caminan.

La palabra elefante y su palabra que le describía han perdido significado. Trate ahora de repetir la palabra en su mente sin que ésta suene tan siquiera algo extraña, de hecho, ya sonaba extraño el sólo utilizarlas en oraciones con diferente contexto y semántica o sintaxis. Esto es debido a que el cerebro se ha sobresaturado con la información, y de pronto ha pasado a dejar de considerarla relevante. Es curioso cómo las palabras pueden perder el significado por el mero acto de utilizarlas.

¿Son las palabras algo en sí?, ¿o adquieren esas propiedades por el hecho de usarlas como las usamos y no usarlas como no se usan? Solemos determinar un único y solo significado para la palabra en particular que se escucha, porque es lo que ya se representa por el sistema de imágenes que crea la mente como una representación analógica de lo que es la palabra; es decir, una botella es una botella.

De todas maneras, el significado de las cosas puede diluirse entre el mismo desarrollo de un discurso, o si se quiere, de una conversación.

Ello es incluso más evidente dentro de los soliloquios colectivos de los niños, que no efectúan como tal una comunicación efectiva, pues expresan sus ideas para sí mismos, y poseen una somera interacción con los otros niños, por ellos pensar que todos piensan lo que él piense, ya que lo que piensa es lo único que se sabe que se piensa. No significa esto que el niño no pueda reconocer estructuras (ya sea sociales, etc.), simplemente las comprende, comprende los sistemas, pero no puede crearlos por sí mismo, y es por esto que su pensamiento es totalmente egocéntrico. Por tal carácter de su discurso las palabras pierden entonces su significado, por la diferencia de apropiación de conceptos que representa la imaginería mental de cada niño (ya sea quinestésica, auditiva, gustativa, visual o táctil). Porque es la idiosincrasia que engloba la experiencia que conlleva el experimentar un estímulo cualquiera. Es por esto que es en el niño donde se observaría más fácilmente la dilución del significado.

¿Es diferente acaso en el adulto? No lo es ni el adolescente, pues tiene todavía pensamiento egocéntrico con tintes pseudo-mesiánicos, ¿por qué habría de serlo en el adulto? Nunca dejamos atrás aquel esquema de pensamiento egocéntrico, aunque ya con menor medida del artificialismo, finalismo o animismo; es decir, ya no se le concederían propiedades antropocéntricas a las cosas o conceptos como tal, pero se le concederían propiedades egoístas yóicas, pues es por nosotros mismos que sabemos lo que significa el significado de algo, no obstante que nuestra opinión fuese adquirida mediante el discurso de otra persona.

De pronto ya no suena tan extraño decir la oración del principio, ¿o no?: “elefantes grises, grises elefantes”. ¿Y estará bien de nuevo sólo porque ya no nos hemos saturado de su significación?

Las grises pieles son la coraza de la indecisión en los cuernos de marfil de la falsa seguridad, y elefante ejerce su grisura con su piel, porque el elefante gris, es gris por aparentar no serlo; sin embargo, denota lo contrario, porque es en su grisura que oculta la manera en que muestra su color negado, y ya tiemblan las tierras por donde pisa… pero ellas a él le retiemblan, y él camina grismente asustado con su piel que le cubre…

¿Estaría bien ahora si la imaginería mental visiona una suerte de elefante asustado caminando por el horizonte soleado? Probablemente no. ¿Ha perdido entonces el elefante su propiedad sustantiva como elefante y su propiedad adjetiva como gris? ¿Es o no el elefante gris?, ¿o es, el elefante, gris? Es el elefante gris. Es, el elefante, gris. Es el elefante, gris. Gris. Gris. Gris. Se siente ahora tan diferente cada oración, aunque la idea de éstas sea la misma en todas, pero de cierta manera ya no lo es, porque lo es ahora en sí misma su propia manera de las otras, aunque todas sean la misma y a la vez no lo sean… ¿Qué sería entonces el significado sin un significante, pero ¿qué sería un significante sin un significado? ¿Seguiría teniendo un valor intrínseco?

Digamos que existe una tribu de aborígenes que no ha tenido contacto con la civilización en muchos, muchos años; pero que de alguna manera existe alguien que es capaz de comprender el idioma de este particular grupo de personas. Digamos que este intérprete se lleva a uno de ellos a la gran ciudad, y mientras caminan y hablan en la lengua del foráneo, un semáforo peatonal se vuelve en rojo, y el hombre despistado sigue caminando. Nunca en su vida vio una de esas cosas que llaman semáforos, así que para él no es un significante, y por lo tanto no lo puede dotar de significado. Pero, ¿y si su significado fuera otro, y su significante fuese el mismo? ¿Qué valor tienen, pues, las palabras, si podemos dotarles de la connotación que deseemos, cuando lo deseemos? Aun así, no se ha de invalidar la sintaxis de una lengua, por ejemplo, pues sigue teniendo un valor intrínseco sólo para sí misma…

Líderes indígenas que asistieron a la V Cumbre de Pueblos indígenas Abya Yalas, en respaldo a los derechos de los pueblos aborígenes, caminan por ciudad de Panamá. Foto: Mauricio Dueñas/ EFE

Pero ni siquiera haría falta deformar tanto el sentido o el contexto de una palabra dentro de una implicación verbal y no verbal: Significado. Esa palabra por si misma se tiene comúnmente asociada con la propiedad de poseer algún rasgo que le proporcione manera de identificación; sin embargo, un significado no sólo puede ser un significado porque signifique algo, sino porque ya lo ha hecho; eso ha significado. Y aún más profundo, un significado puede ser aquél que significa significando (como gerundio) o habiéndolo hecho con anterioridad. Son las palabras tan ambiguas por sí mismas, y lo son aún más en conjunto con otras…

¿Importará entonces en mayor medida la pragmática del lenguaje (la utilidad que se le da al usarse), la metáfora, la sintaxis o el contexto de éste? Quizás importan todos y ninguno a la vez, pues una palabra es una palabra en el momento que se reconoce como tal, y por lo tanto se le permite convertirse en significante; pero todo esto contiene una connotación transubjetiva, pues así es la comunicación. Y posee esta cualidad en el sentido de que trasciende al sujeto, pero no le trasciende sin antes adueñarse de él por completo, pues la mera mención de una palabra evoca un espectro emocional de la misma. Importaría más, entonces, este espectro que el significado racional que se le atribuya, pues ultimadamente es el primero quien sobresaldría más durante el intercambio de la información; es decir, la comunicación. Y es en ese momento cuando el significado de una palabra ya no importa tanto como el espectro emocional que en el individuo despierta su imaginería mental de la palabra, pues es el espectro el que ultimadamente es recibido por quien escucha la información que se le comunica; bien es sabido que el lenguaje no verbal (e inclusive el tono y no el contenido) es el que más importancia recibe. Y a su vez, un significado no tendría que ser puramente racional, en el sentido de que el individuo debe interpretarlo con palabras que se hablan por medio de una voz interna, pues, como explicaba, una imagen puede ser quinestésica, olfativa…

El elefante como ser místico en la cultura de la  India. Foto: Espacio Literario

En el sentido último de las cosas, el significado de las cosas puede ser la sensación que despierta la percepción de los sentidos (sentidos fisiológicos) y no una frase como tal. Aunque, al estar ligados tanto con el sentido fisiológico, entonces terminarían derivando en la emoción, y lo que significa esta emoción. ¿Somos emoción solamente? Ni siquiera puede saberse si primero se viene la reacción biológica y después la emoción o viceversa; algunos creen en la realimentación corporal, como reforzador de una emoción que surge primero, y otros creen que el cuerpo primero se prepara y en consecuencia se siente la emoción, por lo que sería ilógico tratar de discutirlo en esta pequeña reflexión.

¿Cuál es entonces el sentido último de las cosas? ¿Podemos ser tan partitivos y descomponer las cosas en sus elementos?, ¿o debemos reconocer que al separarlos el sentido último se diluye entre las partes? La Gestalt refuerza este último punto, pero también la Gestalt es una de las ramas menos respetadas de la psicología, y, sin embargo, ha contribuido bastante dentro del campo de la percepción.

¿Será el todo más que la suma de sus partes? ¿Debemos tener una visión holística?

Bueno, podemos decir que, para gritar, se involucran el cerebelo, que le da la fuerza al grito, la protuberancia, que a través de los pares craneales permiten la expresión o movimiento facial. Podemos decir que para leer son activadas la corteza visual y el área de Wernicke. Podemos decir que para trabajar efectivamente en equipo la ínsula juega un papel importante, siendo parte del cerebro social. Podemos decir que para escribir participa la corteza motora izquierda, el cerebelo para la fuerza de los movimientos gruesos, que la corteza somática nos permite sentir el lápiz, que los ganglios basales nos permiten ejercer los movimientos finos, que el hemisferio derecho nos permite darle temporalidad a lo que escribamos, a su vez que se activan las áreas del lenguaje en el hemisferio izquierdo… etc., etc., etc… pero, ¿dónde queda la sensación última de la escritura? Quizás se necesite escribir para experimentar y comprender completamente lo que es el escribir, pero no necesariamente tendría que ser toda una postura completamente empirista, pues ello sería peligroso, no. Simplemente reconocer que hay aspectos de la realidad que no pueden comprenderse mediante la fragmentación, aunque esto sería anticientífico, ¿o no?

Quiero que alguien me diga cuánta cantidad de dopamina o serotonina necesito para pensar específicamente en la palabra “elefante”. Vaya, pero ahora resulta que el cerebro procesa igual el amor que la adicción a la cocaína. ¿Es esto ambiguo? Por supuesto. Pero no significa que deba abandonarse el conocimiento por fragmentación de las partes ni el conocimiento por la contemplación del todo. Fragmentar las partes sería como hacer una película; en el encuadre de la cámara sale lo que se quiere que salga, pero si se para uno en el mismo lugar y ya no lo ve a través de una cámara, entonces verá algo diferente, pero, aun así, sería técnicamente lo mismo…

Es cierto que ejercemos, o aprendemos a ejercer, una comunicación efectiva a lo largo del desarrollo cognoscitivo, tomando en cuenta factores biológicos de igual forma.

Pero… quizás, y sólo quizás, todos nos quedemos para siempre atrapados en nuestros eternos soliloquios, que a veces podrán ser en conjunto, y podrán no serlo en otras ocasiones… Estemos solos, pero estémoslo juntos.

luis-cuauhtemoc-trevino*Luis Cuauhtémoc Treviño. Estudiante de Psicología de la  Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), ensayista y escritor. Habla francés e inglés, está cursando actualmente alemán y portugués.

 


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