El repaso de los (D)años: las crisis que nos heredaron y la utopía que olvidamos
“Es oficial: precio de la gasolina subirá… ¡otro 10%!”, “A partir de hoy suben las tarifas eléctricas”, “Reforma energética ha traído más daño que beneficios: Coparmex”, “Adeuda Veracruz 544mdp a Soriana por tarjetas que se entregaron en la campaña de EPN”, “Ricardo Anaya se da vida de lujo en EU”, “Desvíos de Duarte en Veracruz son históricos”, “Bombardeo a una escuela en Siria deja 22 niños y seis profesores muertos”.
Daniel Arellano Gutiérrez* / A los 4 Vientos
Como podrán darse cuenta, al igual que ha sucedido en los últimos meses (y años), las noticias de la semana pasada no muestran un escenario más agradable que el de hace diez, quince o cientos de días. Por el contrario, son una muestra perfecta del punto histórico en el que nos encontramos como sociedad mexicana y como humanidad, una etapa marcada por una crisis política, económica, climática y humana en todos los niveles sociales y globales. ¿El origen de tanto problema? La globalización y el capitalismo neoliberal, dos paradigmas que nos fueron heredados por las últimas décadas del milenio pasado.
Podemos comenzar mencionando que los millennials fuimos arrojados a un mundo partido en pedazos por el vacío ideológico que dejó la Guerra Fría. Algunos todavía no éramos ni concebidos cuando Carlos Salinas de Gortari ya estaba cometiendo su histórico fraude y rematando Telmex. Otros estábamos mirando El Chavo del 8 o Dragon Ball Z en el Canal 5 cuando Ernesto Zedillo condenaba nuestro futuro con la deuda nacional del FOBAPROA.
Pero bueno, ¿qué pasó? ¿Cómo terminamos así, tan endeudados, tan pobres, tan devaluados, tan desiguales? Analizar, describir y explicar los orígenes de las crisis actuales es una tarea colosal, por lo que en este texto nos enfocaremos únicamente en señalar algunos puntos importantes que como generación hemos descuidado y relegado al último lugar de nuestros temas de conversación, después del nuevo trending-topic, la película de Marvel de la semana y la canción, el meme y el video del mes: hablo, por supuesto, de la discusión y la práctica político-económica.
Cuando la generación de los 90’s apenas éramos unos críos, la Guerra Fría estaba llegando a su fin, con lo que terminaba medio siglo de un enfrentamiento cruento (y “a distancia”) entre el bloque socialista (cuyos máximos representantes fueron Cuba, China y la Unión Soviética) y el capitalista (liderado por los Estados Unidos y la actual Unión Europea). ¿Suena familiar? Seguramente habrán visto alguna de las infinitas películas norteamericanas donde el papel del villano lo interpretan los rusos, y los héroes (obviamente) son los norteamericanos. Bueno, ahí tienen una síntesis ficticia (y parcial) de lo que fue un combate ideológico de proporciones globales, que no pocas veces nos dejó al borde de la extinción como especie.
Pues bien, cae el muro de Berlín, el bloque capitalista se proclama como “vencedor”, y Estados Unidos proclama que ganó la “libertad” y la “democracia” (claro que no se menciona en los medios el Plan Cóndor ni la represión de todo movimiento juvenil de izquierda en latinoamérica). El discurso “triunfal” del capitalismo es acompañado por la “muerte de los grandes relatos”, por el “fin de la historia” y el vacío ideológico, un rasgo central de lo que será denominado como el periodo de la “posmodernidad”. Nos quedamos, pues, sin un gran ideal que seguir.
Aunado a lo anterior, la hegemonía cultural de Estados Unidos se abre paso a los viejos países socialistas, y gracias a la expansión del Internet y la globalización comenzamos conectarnos como humanidad de una manera nunca antes imaginada. Pasan diez años de la desaparición de la Unión Soviética y Estados Unidos crea un nuevo enemigo público: el terrorismo de medio oriente.
Bueno, basta de resúmenes, ahora aceleremos el tiempo hasta llegar al 2016 otra vez. Vemos las elecciones estadounidenses, donde ambos candidatos —Donald Trump y Hillary Clinton— son una broma de mal gusto cuyos debates son una muestra icónica de la podredumbre en la que se encuentra la “potencia mundial número uno”. Gane quien gane no importa, porque con ambos el mundo se enfrentará a un escenario caótico, y muy probablemente, bélico y violento.
Claro, si gana Trump la humanidad presenciará cómo la democracia se aniquiló a sí misma al poner al frente de una nación de tanto poder económico y político a un empresario déspota, misógino, xenófobo y con todas las cualidades propias de un dictador autoritario.
Volteemos a ver a México y las cosas no son muy distintas. A diestra y siniestra los políticos de PRI, PAN, PRD y sus partidos satélites comercian con nuestra miseria. Ahí tenemos a los gobernadores financiando inmuebles y ranchos privados con dinero del erario, a diputados y senadores legislando en favor de las corporaciones y en perjuicio de los intereses del pueblo, al presidente de la república rematando los bienes y recursos nacionales al mejor postor. Nuestros políticos no nos representan, nos roban, y ese axioma no hay mexicano que no lo conozca.
Pero la pregunta persiste, ¿por qué? ¿Por qué son tan malos los políticos de todos lados? ¿Por qué les cuesta tanto trabajo hacer su labor sin corromperse, sin robar, sin venderse? ¿Por qué Estados Unidos sigue en guerra? ¿Por qué existe el conflicto en Siria? ¿Por qué hay 52 millones de pobres en México habiendo tanta riqueza en el país, y siendo el mexicano uno de los obreros más trabajadores de todo el mundo? ¿Por qué hay tanta desigualdad? Tanto a nivel local como nacional y global se multiplican los mismos fenómenos que nos han llevado a la crisis actual, el problema va de Pelayo a Kiko Vega, de Rajoy a Nicolás Maduro.
Pues bueno, estas preguntas concentran el argumento central de esta columna: el paradigma económico del neoliberalismo, última creación del capitalismo salvaje, que orilla a los individuos a comerse como lobos unos a otros. Desde que los gobiernos de todo el mundo le abrieron las puertas a esta corriente económica la misión de los políticos ha sido una: enriquecerse a costa de los gobernados, porque eso es precisamente lo que les dicta el modelo económico en turno.
El origen del problema está en el triunfo del capitalismo sobre el mundo contemporáneo, que trajó consigo una ola de valores individualistas y el desprecio de todo lo comunitario y lo no-rentable a nivel global, un proceso iniciado con la expansión del neoliberalismo en los últimos decenios del Siglo XX. La esencia del neoliberalismo es la de comercializarlo todo para el beneficio propio, y esto implica eliminar hasta el último espacio comunitario, despojar del último recurso, acabar con el último pueblo que se resista a la mecánica del capital. Es por eso que los gobiernos han perdido tanto terreno contra el mercado.
Sin embargo, la cuestión no se reduce a que haya ganado el capitalismo en el terreno político, sino que con la caída del bloque socialista ocurrió una tragedia mayor: la desilusión y la repulsión de un pensamiento alternativo y revolucionario. Así como cayó el muro, cayeron los frentes intelectuales de la izquierda socialista. Lo que hoy vemos como supuesto “socialismo” en China u otros países son rotundos fracasos de una utopía jamás alcanzada.
La utopía quedó enterrada bajo Britney Spears, los Smarthpones, MTV, y una infinidad de objetos que podrían señalarse y criticarse de la sociedad contemporánea. Dejamos, pues, de crear, de innovar un pensamiento que nunca estuvo terminado: el socialismo se quedó como una teoría inacabada, dejando a medias una reflexión inconclusa sobre cómo relacionarnos unos con otros de manera armónica.
Sí, nos dejamos crecer la barba como nunca, nos volvimos hipsters, retratamos toda nuestra vida en las redes sociales, nos tatuamos hasta los párpados, nos drogamos y escuchamos música rara, experimental y “pesada”, alcanzando con nuestros actos un narcisismo sin precedentes. Innovamos como generación pero en el terreno de las modas, de lo comercial, de lo pasajero, olvidando la importancia de innovar y promover el crecimiento espiritual, artístico e intelectual, ni hablar de la reflexión e intervención de la existencia misma y la vida política.
En medio de un estilo de vida sumido en el individualismo hedonista—de los Estados Unidos exportamos hasta los peores vicios y valores mercantilistas— y el ideal de querer gozarlo todo antes de morir —el YOLO nuestro de cada día, basado en la creencia derrotista de que tenemos que vivirlo y gozarlo todo antes del “inevitable” fin del mundo—, olvidamos el sueño de cambiar el mundo juntos bajo los ideales de la libertad, la justicia y la igualdad.
Y no exactamente porque fuera nuestra intención nacer con esta actitud nihilista y hedonista, sino porque la caída del muro de Berlín significó una ruptura en la lucha social a nivel global, dejándonos a los nuevos jóvenes desamparados, sin ídolos ni ideales políticos que seguir, sin hogar ideológico donde refugiarnos, sin un techo comunitario donde ampararnos de la depredación voraz de vender y comprarlo todo. Nos dejaron, pues, sin ideales que seguir para construir un mundo mejor para todos.
Este es, en resumidas cuentas, un esbozo general del origen de la apatía política juvenil y la vileza política de nuestros gobernantes, servidores privados a quienes la palabra “público” les resulta repulsiva. Quisiera cerrar esta columna proclamando A los 4 vientos que el futuro no está perdido. Todo momento histórico de crisis representa un área de oportunidad si se sabe aprovechar, incluso la victoria de Trump o de Hillary en Estados Unidos. Por todo el territorio mexicano se siente la presencia de una revolución latente. Hagamos de ésta coyuntura histórica una oportunidad para salir a poner en alto el título de seres humanos: seamos mejores, luchando juntos podemos hacer lo que sea. Volvamos a organizarnos.
* Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Baja California. Reportero y articulista de A los 4 Vientos. Interesado en el periodismo de investigación, la literatura, el estudio de las redes sociales y el desarrollo político del país.