El regreso de la historia

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La historia está de regreso. Al menos eso pareciera que acontece en Baja California (aunque lo mismo aplica a escala federal), si nos percatamos de las políticas de las instituciones de gobierno encaminadas a vincular la historia con sus políticas culturales, educativas y cívicas.

Rogelio E. Ruiz Ríos / 4 Vientos

Cuando aludo al “regreso de la historia” lo hago de manera retórica, pues no es que anteriormente la historia se haya ido a algún lado o haya desaparecido en términos absolutos de la agenda pública y de los lenguajes políticos en el plano regional, sin embargo, es un hecho que con los sucesivos gobiernos locales surgidos del PAN, la historia en tanto forma intelectual de registrar, indagar y generar conocimiento y comprensión del pasado dejó de ser prioritaria y fue reducida o relegada en su importancia política, social y cultural.

Cierto es que se trató de una tendencia global, si contemplamos lo sucedido con la enseñanza y difusión del conocimiento historiográfico en los sistemas educativos en el orden internacional. El descarte de la historia de la agenda pública y de los programas educativos en tanto fenómeno global inició a fines del decenio de 1980 y se prolongó hasta fechas recientes como consecuencia de la imposición de criterios neoliberales.

El predominio global de las formaciones ideológicas con sentidos pragmáticos, cuantitativos, empíricos e inmediatistas afectaron al conjunto de las humanidades, y en menor grado, a las ciencias sociales. Entre las disciplinas humanísticas y sociales, la historia fue uno de los campos más vapuleados al considerársele una disciplina de escasa utilidad, cuestionada en su condición de cientificidad y sin señalada de carecer de aplicación en el devenir cotidiano.

El advenimiento del “nuevo orden mundial” trajo la hegemonía de ideas y actividades que priorizaron los mercados y la circulación global de bienes de consumo y de saberes técnicos. Los presupuestos destinados a las humanidades fueron adelgazados con severas repercusiones en las áreas de investigación, siempre costosas y sometidas a un duro escrutinio público. Las y los investigadores, profesores y estudiantes de historia y áreas afines experimentamos de modo directo estos recortes y atestiguamos el descrédito de nuestras disciplinas. En los programas educativos de varios países la enseñanza de la historia se redujo hasta el mínimo, e inclusive fue suprimida.

Los ataques a la historia como disciplina y forma de conocimiento y comprensión del pasado constituyen uno de los fenómenos característicos del “presentismo”.

El “presentismo” es una concepción académica empleada para definir el proceso vivido a partir del siglo XX notorio por la pérdida de importancia en los imaginarios sociales de las temporalidades pasadas y futuras frente a un tiempo presente denso, prolongado, omnisciente, fugaz, instantáneo, inasible de tan apresurado que es.

No toda responsabilidad por haber desplazado a la historia de la agenda pública y del horizonte cognitivo de la sociedad obedece a oscuras y anónimas fuerzas globales estructurantes en la vida de las personas, ya que también es menester indicar las acciones y voluntades individuales y grupales que condujeron a este estado de cosas. La supresión de la historia y de las humanidades del horizonte cultural de las sociedades fue realizada por grupos y personajes con el poder de tomar decisiones que afectaron al conjunto de la sociedad, a causa de su ignorancia, necedad y desdén hacia los conocimientos auxiliares en la explicación y comprensión de los componentes del mundo social.

El saldo de estas acciones negligentes ha sido la exclusión y marginación de las posibilidades de identificación, análisis y reflexión de aspectos cruciales en la vida de las personas como son la cultura, el arte, las relaciones con el pasado. En los hechos esto se reflejó en un esquema de gobernanza sin políticas concretas y eficaces hacia las artes, las humanidades y las ciencias sociales.

La historia, junto al resto de las humanidades y una parte de las ciencias sociales, se ocupan de aspectos existenciales de la vida de la gente, por eso su debilitamiento agudiza la apatía social, debilita los lazos solidarios y frena las aptitudes reflexivas que son indispensables para las evaluaciones, la toma de decisiones y los incentivos a la creatividad, que en conjunto conforman los aspectos fundamentales para generar iniciativas de cambios y transformaciones sociales que contribuyan a mejorar las condiciones de vida en el mundo.

Desde el punto de vista educativo, la supresión o repliegue de la enseñanza de la historia deja a las generaciones más jóvenes con una formación deficiente o nula en temas como los valores comunitarios; la solidaridad; el ejercicio del pensamiento profundo que permite ir más allá de lo inmediato; en el respeto a los semejantes, al planeta y a otras formas de vida; y propicia una percepción equivocada y tergiversada de la identidad propia y ajena, además de dificultar las capacidades para expresar con solvencia epistémica mediante conceptos y categorías analíticas frente a los problemas sociales. En suma, se limitan los horizontes de posibilidades y habilidades para poder comprender el mundo en su complejidad.

En el no tan lejano siglo XIX, la historia fue clasificada dentro de las “ciencias del espíritu” (lo espiritual tomado en un sentido filosófico), para ocuparse de cuestiones relacionadas con las emociones, los afectos, las percepciones, las representaciones, la forma y toma de conciencia, esto es, de interpretar el mundo de una manera experimentada, analítica y reflexiva. Aun así, el rol de la historia no se ha circunscrito al orden trascendental al haber tenido de igual modo usos más prácticos.

Es obvio que, excluidas las excepciones, los estudios de los historiadores no salvan vidas como ocurre con la investigación médica, ni ayudan a facilitar la vida material de las personas al crear dispositivos tecnológicos como sucede con las disciplinas computacionales, ni tampoco contribuyen a crear infraestructuras para solucionar problemas físicos como en el caso de las ingenierías.

No obstante, la historia posee vertientes como la Cliometría que establece patrones, series y tendencias estadísticas de largo alcance fundamentales para entender y explicar comportamientos económicos y demográficos; desde la historia de las ciencias y de las ideas ha generado información y construido las trayectorias de los paradigmas científicos y las formas de hacer ciencia en distintas épocas, que sirven de punto de partida y orientación en las indagaciones de prácticamente todas las disciplinas científicas; y cumple además una función pedagógica para las nuevas generaciones al ayudar a establecer “roles modelo”, que por medio de estudios biográficos o prosopográficos nutren los programas educativos y cívicos con los que se forma a la futura ciudanía desde los niveles escolares básicos.

Los ejemplos mencionados ilustran el indefectible talante interdisciplinario de la historia. Y así como la medicina no es sólo un tema de incumbencia para los médicos, ni las ingenierías lo son para los ingenieros, la historia no es exclusiva de los historiadores. Sin embargo, tanto la medicina, las ingenierías y la historia, cuentan con profesionales entrenados y preparados para tener pericia, pertinencia y solvencia teórica y técnica en los saberes que les dan esa identidad disciplinaria para asumirse como médicos, ingenieros o historiadores. Por eso, aunque observemos que es plausible el “regreso de la historia” en los ámbitos institucionales en Baja California, y lo repetimos también a escala nacional, la concepción de la historia compartida por las autoridades y de una considerable parte de quienes las asesoran, necesitan de historiadores con formación académica que les apoyen para emitir opiniones actualizadas, informadas con pertinencia sobre el estado actual que guarda la disciplina histórica y la variada riqueza y posibilidades de los conocimientos que las recientes tendencias producen.

Cabe hacer una advertencia aquí a partir del señalamiento de la historiadora argentina Amelia Galletti acerca de que en el presente la historia se ha vuelto “un campo disponible y opinable, del cual todos parecieran hacer <<uso>> como si fuese un territorio liberado de aduanas.”

Por supuesto que la respuesta no va encaminada a excluir a cronistas, profesores normalistas y otros historiadores aficionados, autodidactas, o cualquier otra persona, de su participación como asesores, organizadores o consultores sobre los temas relativos al conocimiento histórico, por el contrario, lo que se requiere es la inclusión e interacción de estos personajes con historiadores de perfiles académicos competentes que atiendan y entiendan los giros que hoy día sacude a la historiografía. Es prudente y obligatorio observar que mientras en una parte considerable del mundo la historiografía se desplaza hacia estimulantes y plurales propuestas y enfoques dirigidos a contribuir a solucionar problemas como el cambio climático, el resurgimiento de las posturas intolerantes, la violencia exacerbada y el estancamiento de los sistemas democráticos, en Baja California seguimos estacionados en una caricatura del siglo XIX.

Incluso en nuestras universidades se continúa enseñando y planteando la enseñanza de la historia con perspectivas que datan de hace 40 o 30 años.

Un factor considerable que ha abonado a esta situación se debe al anquilosamiento epistémico de las y los historiadores académicos, así como a su falta de interés por participar en asuntos de la agenda pública debido a la apatía hacia asuntos del tiempo presente acicateado por el temor de contravenir a las personas y grupos con poder político, económico y social.

A esto se suma la mayor atención brindada por autoridades de todos los niveles y campos sociales, políticos, económicos y culturales a los historiadores autodidactas, cronistas y aficionados por encima de la opinión de las y los profesionales de la historia. Valga la ocasión para citar de nueva cuenta a Amelia Galletti cuando indica que si bien “el pasado es patrimonio de todos porque es una construcción colectiva”, “la historia como reconstrucción de ese devenir, es función de los historiadores.”

Hay que evitar caer en la reproducción del modelo historiográfico identificado como “historia oficial” e “historia de bronce”, el cual se mimetiza con facilidad con las premisas de la historia pública y los contenidos de las memorias hegemónicas postuladas por una pluralidad de actores sociales.

A menudo este es el tipo de historia que ha servido a los propósitos pedagógicos de los estados nacionales.

Esta perspectiva de la historia engloba dos características principales: 1) reivindica el legado de ciertos hechos o personajes para ayudar a legitimar un estatus quo, al tiempo que excluyen otros no identificados o útiles con los proyectos políticos y económicos impulsados desde sectores hegemónicos; 2) valida y promueve de manera exclusiva ciertas interpretaciones del pasado desde una concepción positivista que apela al rigor y precisión de las fuentes documentales en las que sustentan los datos que dan fe de los hechos del pasado defendidos como verdad histórica y por lo tanto, objetiva.

Nuestra sociedad está urgida de confeccionar una forma de historia que contribuya a superar la extrema violencia que nos afecta, los problemas de deterioro ambiental, de corrupción sistemática, de vacíos legales, de ausencia del Estado en diversas áreas, de descrédito de las instituciones políticas, de desigualdad, injusticia y deterioro de las más elementales normas de convivencia colectiva. Alguna vez, en ocasión de otros contextos, la poeta Olvido García Valdés recomendó: “Pensar la historia buscando la esperanza”. Nuestro presente demanda emprender una historia por esa vía.

Doctor y Maestro en Historia por el Colegio de Michoacán. Director del Instituto de Investigaciones Históricas de la UABC para el periodo 2015-2019 y actual investigador de la institución. Miembro de las redes de Historia del Tiempo de la UABC, y de Estudios Históricos del Noroeste de México. También es un destacado conferencista, académico, tallerista, ensayista y seminarista. A los 4 Vientos agradece al Doctor Ruiz su invaluable y generosa participación en nuestro selecto grupo de articulistas.


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