El Recuento de los daños
En el recuento de daños en Oaxaca, está quedando al descubierto que la llamada reforma educativa, no es más que un apretón de tuercas a los maestros en el aspecto laboral, pero que está provocando que el país se voltee patas pa’ arriba.
Álvaro De Lachica y Bonilla
La reforma ni siquiera pretende cambiar el sistema educativo del país, solamente recuerda a los maestros que para justificar este título deben merecerlo y que las prebendas sacadas a fuerza de gobiernos priistas y panistas también, se van a ir eliminando tarde que temprano.
Los peleoneros maestros que son los menos, pero que suman miles, están reclamando un atropello desproporcionado que hasta ocasionó que ocho personas perdieran la vida este pasado fin de semana en el estado de Oaxaca. Pero los buenos maestros que son los más, desaparecen frente a la avalancha de los enjundiosos profes protestantes, pero no para ser mejores maestros, sino para servir intereses políticos turbios que no llevarán el país necesariamente, hacía el bienestar ni hacía una mejor educación.
La figura del maestro puede ser la del héroe oprimido que se juega todo por la justicia; o el zángano violento y revoltoso que se resiste a perder sus privilegios. Pareciera no haber lugar para los grises, desaparece un posible centro.
Hoy son los maestros, antes fueron los electricistas, el petróleo o quienes protestaron el fraude electoral. La pugna en turno se transforma, pero la tensión se mantiene: los civilizados y los brutos, rudos contra técnicos, los progresistas y los mochos, los patriotas y los vendidos. Escoja usted su equipo, el fondo es el mismo: una polarización silenciosa pero efectiva como la hiedra que de a poco sube, el veneno que invade.
La reforma simplificó el problema en el magisterio y supuso que un magisterio mejor preparado (o mejor evaluado), por ese hecho, iba a mejorar la calidad de todo el sistema. El factor que aporta el profesor en el aprendizaje no es menor pero es muchísimo menor que el que aportan, por ejemplo, la desigualdad, el desastre en los planes y programas de estudio y la centralización del proceso.
Si miramos la educación, desde el cristal de la desigualdad, pues el acceso a ella, está sesgado por condiciones económicas y no está logrando romper con el paradigma “origen-destino”, donde padres con postgrado tienen hijos en licenciatura y padres sin instrucción tienen hijos que no terminan primaria.
En un país donde más de la mitad son pobres (CONEVAL), se tiene el peor salario mínimo en términos de poder adquisitivo en América Latina (OIT) y donde en los últimos 20 años el PIB per cápita creció menos de 1%, mientras que la fortuna de los 16 mexicanos más ricos se multiplicó cinco veces (CEPAL), hay un deterioro profundo. Habrá que volver la vista abajo, pues el suelo se agrieta y se rompe mientras unos y otros se consumen en el rencor de señalarse mutuamente en la superficie…
Si, como menciono líneas arriba, México, se está volviendo de cabeza, miremos: el domingo 5 de este mes, millones salieron a las calles para decirle al gobierno, a los partidos políticos y a sus patrocinadores de la iniciativa privada, mediante su voto, que quieren un cambio contra más de lo mismo.
Estos días pasados, en varias ciudades del país, médicos y enfermeras (y algunos pacientes) salieron a manifestarse en contra de la centralización de los sistemas de salud en nuestro país, que podría dejar sin empleo a miles de trabajadores del sector salud y arrojar a la muerte o la privatización, a los enfermos… Hace un par de semanas, el país es testigo de miles de maestros que salen a la calle a manifestarse en contra de la reforma educativa, bloqueando calles, carreteras y abarrotando plazas públicas, hasta llegar a la tragedia de Oaxaca.…
Pero igual, salen a la calle, (aunque con traje y corbata) empresarios para manifestarse contra los políticos que no quieren aprobar un nuevo sistema. Sí juntamos todos estos reclamos, veremos que el origen del problema, no es la educación, la inseguridad, el desempleo, la ausencia de salud, sino la profunda desigualdad social que nos divide en tres grandes sectores: los muchos pobres que apenas tienen para comer; los pocos ricos, (entre ellos los políticos) que acaparan toda la riqueza; y una clase media apachurrada, que puede fácil caer al rango de pobre y muy difícil alcanzar el nivel de rico.
Y toda esta mezcla explosiva en medio de corrupción, impunidad y simulación de los gobiernos, los partidos y los patrocinadores privados, puede provocar que la sangre pueda llegar al río.
Dejemos pues, de discutir, que para eso somos muy buenos los mexicanos. Rápido nos agarramos a trompadas y descalificaciones. Empecemos a debatir, a poner sobre la mesa el grave y mayor problema de México, que es la desigualdad social, donde unos pocos tienen todo; y los muchos, casi ya no tienen nada. Hagámoslo ya. Mañana podría ser muy tarde.
El primer síntoma ya se dio. La gente está afuera, en las calles, manifestándose, mientras adentro de los palacios, se escucha decir: “¿Los de afuera tienen hambre? Denles las sobras de los pasteles”…