EL NOVEDOSO -¡NI TAN NOVEDOSO!- “JUEGO DEL CALAMAR”
El novedoso – ni tan novedoso- juego del calamar, sería la frase que seguramente esbozara ese locutor de frecuencia estatal de apellido Macalpin. Ese juego fue dado a conocer a nivel mundial -junto con otros más- en la plataforma Netflix, sorprendiendo todo mundo por el ingenio de mezclar la inocencia de un juego infantil contextualizado con el tema de ultra violencia.

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Osvaldo Medina Olvera* / 4 Vientos / Foto destacada: Facebook
La imaginación de Anthony Burgess, reflejada en celuloide por el director de cine Stanley Kubrick, quedaron cortas en la novela y la película LA NARANJA MECÁNICA ([1]), si bien es cierto que ésta cinta, en su momento, nos llevó a criminólogos y sociólogos a abrir nuestra mente y forma de pensar sobre el tema del origen de la violencia, entre otros temas que se derivaron de esa producción fílmica.
En cambio, la exitosa serie de EL JUEGO DEL CALAMAR penetró en la mente del público, pues se comprende el patrón en el que el contexto de algunas películas, corresponda o deba adaptarse a nuestra cotidiana realidad.
El discernimiento de las reglas del conjunto de juegos de esa serie ha quedado grabado en la mente del público y permite a algunos sociólogos, o al menos a algunos estudiosos de los fenómenos sociales, considerar que no es distinto el juego a nuestra realidad democrática.
Ciertamente, esto último no es motivo de análisis en este documento pues mi punto de vista versa sobre un aspecto criminológico de nuestra realidad social: la delincuencia organizada y las políticas públicas para su combate.
Recordemos las reglas que fueron impuestas en la serie: Regla 1: El jugador no puede dejar de jugar. Regla 2: El jugador que se niegue a jugar será eliminado. Regla 3: Los juegos terminarán si así lo acuerda la mayoría.
Luego, comprendamos lo que la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Trasnacional y sus protocolos, define como “grupo delictivo organizado”, de la que se desprende el concepto de delincuencia organizada adaptada a cada país:
Por “grupo delictivo organizado” se entenderá un grupo estructurado de tres o más personas que exista durante cierto tiempo y que actúe concertadamente con el propósito de cometer uno o más delitos graves o delitos tipificados con arreglo a la presente Convención con miras a obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de orden material ([2]).

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Un poco de historia nos hará recordará que la delincuencia organizada de hace cuatro décadas o más, no significaba una preocupación de la policía o la política y mucho menos de la sociedad.
En aquellas épocas se atendía a la sociedad por la afectación por delitos más o menos comunes y en muchos casos se trataban de conocidos criminales por la policía y especializados sin mayor organización.
Hay un recomendable documental que ilustra esa realidad y se titula “Los ladrones viejos” ([3]), documento que me ha sido de gran utilidad en ocasiones para ilustrar a mis dos o tres alumnos de criminología.
Por aquel entonces, el universo que componía la incipiente delincuencia organizada era muy reducido y poco conocido, al grado que los nombres de sus activos sonaban más a leyenda, a ficción, que a historias reales. Surgen de ahí los corridos en los que se contaban historias extraordinarias o, si se quiere, más allá de lo ordinario.
Las historias de esos actores eran temas de conversaciones de asombro e incluso tema para un corrido bien entonado cual juglar, por el mero pretexto de no dejar pasar al olvido lo ocurrido.
Pero quien ha seguido la serie del calamar, puede apreciar que nuestra realidad nos dice que al día de hoy esas reglas se ajustan y aplican a la perfección.
Y es que tanto la serie de juegos -que es la trama de la serie-, como el que trágicamente nos envuelve en la realidad nacional, tienen su propia fuerza motriz que radica en la ambición, la avaricia en su más completo contexto de pecado capital.

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Nuestra realidad nacional, indudablemente ha superado la ficción plasmada en la mencionada serie.
Reflexión aparte, resulta curioso el que nos sintamos tan impactados en un primer momento, por la crueldad y crudeza de la violencia plasmada en una ficción de celuloide, y que en cambio, la muerte que nos rodea como vecinos nos parece tan lejana y tan ajena.
Y es que una nos llega a nuestros hogares a través de lo que en algún momento alguien dio por llamar “la caja idiota” (la televisión).
La otra violencia no nos llega a impactar a pesar que se dé muerte a un vecino a escasamente una cuadra lejos de nuestro hogar.
En la serie se muestra la atracción al juego cuyo ingrediente motriz es la ambición y no la pobreza o la miseria temporal o permanente.
Como en nuestro día a día, la serie descubre nuestra ansiedad y su placebo que esa necesidad de consumir y aparentar ser lo que el resto del mundo espera de nosotros, cuando en realidad dejamos de percatarnos de que somos las víctimas del bombardeo diario con esos modelos o estereotipos que vemos a través de los diversos medios: para la ropa, para el perfume, el auto y hasta la mujer, que es sutilmente cosificada por la industria cosmética y médica.
Aparece la mujer cosificada por si misma pues desea adaptar quirúrgicamente lo que genéticamente le es negado; y esto sucede ya sea por capricho propio, o a capricho del comprador del modelo que hace su pedido a su personal gusto.

Mujer cosificada (Twitter).
Puede parecer tan trillado el cliché de que somos una “sociedad de consumo”, pero es que estamos tan acostumbrados a ser consumidores que sacrificamos lo esencial a cambio de lo superficial y a costa de nuestro real poder adquisitivo.
Y si llevamos el JUEGO DEL CALAMAR al caso de la delincuencia organizada (nacional o trasnacional), llegamos a la conclusión de que en ella se aplican las mismas reglas; es decir: 1: El jugador no puede dejar de jugar. 2: El jugador que se niegue a jugar será eliminado. 3: Los juegos terminarán si así lo acuerda la mayoría.
REGLA 1: EL JUGADOR NO PUEDE DEJAR DE JUGAR
El ingreso al juego en la serie del juego del calamar implica haber cumplido con un perfil determinado y la sanción por incumplir con esta regla del juego ha sido tasado alto: lo que se pierde es la vida.
El castigo por romper con esta regla en juego de niños se traduce en abandono y el castigo es tan sólo ser considerado como un perdedor en el mismo juego.
En cambio, en el juego de la DELINCUENCIA ORGANIZADA, la membresía implica también reunir con un perfil y el castigo por pretender ser sin reunir esos requisitos, también es alto: la propia vida.
Paradójicamente, no es juego de niños aunque en el juego se admitan a los niños. Es un juego gobernado por adultos en el que a los niños se les ha asignado un estratégico e importante rol.
Esa es ahora una diferencia entre la DELINCUENCIA ORGANIZADA del siglo pasado y la delincuencia organizada de nuestro siglo.

Una vez dentro del juego de la Delincuencia Organizada no se puede salir de él. Al menos no voluntariamente.
Hoy más que nunca esa DELINCUENCIA ORGANIZADA toma más vidas de niños que nunca antes en la historia de nuestro país: la estadística no oficial es mayor que la oficial, en la que se cuentan tanto muertos por causas violentas como los desaparecidos; muchos de ellos, incumpliendo la regla número 1: jugadores que no pueden (no deben) dejar de jugar.
Se trata de muchas víctimas totalmente inocentes y otras quizá más culpables que sus victimarios. Pero al final son víctimas en un juego en el que se descubren –incluso- la frontera de la ultra violencia descrita por Anthony Burgess en su libro Naranja Mecánica.
Esta regla implica que una vez dentro del juego no se puede salir de él. Al menos no voluntariamente porque una vez que se ingresa al juego (o se pertenece al grupo de la DELINCUENCIA ORGANIZADA) no hay salida voluntaria y se requiere de un proceso de iniciación: Por sangre se entra y por sangre se sale: el “Blood In, Blood out” ([4]).
La delincuencia toma control de las vidas. No hay asomo para empatía por la vida y el menor resquicio de ello resulta patético. La frialdad es producto de la ambición y se refleja en números. Números para las ganancias y números en los miembros del crimen organizado.
Se trata de ganancias a la alza, aún a costa de la baja de sus miembros. Al fin y al cabo se trata de riesgos calculados.
REGLA 2: EL JUGADOR QUE SE NIEGUE A JUGAR SERÁ ELIMINADO
Ligada la primera de las reglas está el hecho de que no hay tiempo para pereza, pues de lo contrario el juego colapsaría y dejaría de avanzar.
Un jugador que entorpece el proceso debe ser eliminado ya sea como parte de la regla del juego, o para progreso del mismo juego. Los organizadores cuentan con su equipo útil para fortalecer sus reglas.

Jóvenes y adolescentes en el crimen organizado (Foto: 24 Morelos).
En el JUEGO DEL CALAMAR lo fueron los guardias sin rostro, pero identificados con sus respectivos rangos.
En la DELINCUENCIA ORGANIZADA lo forman los grupos de sicarios, entrenados para ese propósito. Nadie puede tener ese rol si no le es concedido. Es parte de las reglas de organización para lograr el funcionamiento de la misma. pero al fin y al cabo la presencia del sicariato en ambos juegos.
En EL JUEGO DEL CALAMAR -como con la delincuencia organizada- la violencia y la muerte forman parte de la ecuación. Alguien debe apretar el gatillo como forma de demostrar que las reglas aplicables son de estricto respeto.
Incumplir con el rol que cada uno debe jugar conlleva la ejecución sumaria sin previo juicio, el más simple y puro de los casualismos.
En el Juego, los sicarios permanecen a la vista sin ser reconocidos. En nuestra realidad; las víctimas de la DELINCUENCIA ORGANIZADA (miembros ellos mismos de la misma), también son reconocidas por los sicarios aunque no se sepa el momento en que se va por ellos.
REGLA 3: LOS JUEGOS TERMINARÁN SI ASÍ LO ACUERDA LA MAYORÍA
Esta regla es tan sólo un ejercicio para probar el grado de ambición de la colectividad que ha decidido participar. Es una ficción puesta en la mente de los participantes, pero que realmente no es viable a causa de la naturaleza humana y de su ambición.
En la realidad de la delincuencia organizada, las personas que abandonan el juego son aquellas que han logrado superar todo el juego y el reconocimiento de los participantes; o aquellos que lo hacen anticipadamente lo hacen pagando las consecuencias.

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Tanto el JUEGO DEL CALAMAR como el juego de LA DELINCUENCIA ORGANIZADA tienen un contenido inmoral; bajo este último concepto aprendemos a diferenciar entre lo bueno y lo malo.
No hay nada de bueno en disponer de la vida humana como pago de los errores que se cometan, por lo que la falacia de la última regla no hace más que disfrazar un premio no alcanzable o remotamente alcanzable en contexto de un juego inminentemente inmoral.
Luego entonces, ¿es posible que el juego de la DELINCUENCIA ORGANIZADA deba ceñirse a esa tercera regla que más bien parece un distractor de su verdadero contenido?
La sociedad desearía que ese juego terminara con la participación de quienes son tan solo observadores de ese juego: los encargados de procurar la justicia en nuestro país.
[1] A Clockwork Orange (La Naranja Mecánica)
[2] Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional y sus protocolos. pag.5
https://www.unodc.org/documents/treaties/UNTOC/Publications/TOC%20Convention/TOCebook-s.pdf
[3] Reseña al documental “Los ladrones viejos”, es un documental mexicano del año 2007 dirigido por Everardo González y producción de Discovery Channel. https://www.youtube.com/watch?v=CTDeWXMuc60
[4] Sangre por Sangre o Blood in Blood out, reflejado en la película de mismo título: https://www.youtube.com/watch?v=YI8vFU5YaXA
* Analista jurídico y político de Baja California. Abogado por la Universidad Autónoma de Baja California. Magister en Seguridad Humana y Derechos Humanos por la Universidad Milano Bicocca, de Milán, Italia. Desde enero de 2020, el autor es miembro adherente de la Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología. (ALPEC).
Ensenada, B.C., México, lunes 8 de noviembre del 2021.