EL MUSEO DE LAS CALIFORNIAS: UNA REVISIÓN HISTORIOGRÁFICA, A 21 AÑOS DE SU APERTURA
El mes de febrero pasado, el Museo de las Californias, ubicado en el Centro Cultural Tijuana (CECUT), cumplió 21 años de haber sido inaugurado con el propósito de proyectar una síntesis histórico-antropológica del poblamiento de la península de Baja California.
Rogelio E. Ruiz Ríos* / 4 Vientos / Fotos: Cecut
A dos décadas de su apertura, el Museo de las Californias reclama una renovación, debido a que no sólo se han transformado de manera significativa los saberes y disciplinas en los que sustenta su exhibición, también nuestras sociedades y las preocupaciones en el planeta han cambiado, y con ello, las formas que tenemos de relacionarnos con el pasado, de concebir el presente y las maneras en que vislumbramos los futuros posibles.
Los museos son instituciones públicas que fungen como un punto de contacto sensorial privilegiado con amplios y diversos sectores sociales mediante el despliegue visual, auditivo y de variadas formas materiales que buscan transmitir conocimientos históricos, memoriales, patrimoniales, identitarios, artísticos, estéticos y científicos con énfasis pedagógico y de entretenimiento.
En función de estas características, los museos detonan procesos de enseñanza-aprendizaje de alcances masivos y expeditos. Por ello, una institución de esa naturaleza conlleva un compromiso social y académico que vaya más allá de cualquier contingencia, que acredite actualizaciones y modificaciones en sus contenidos y dispositivos para no quedar rezagado respecto a los ritmos y vaivenes que siguen las sociedades y el planeta.
El museo es una institución social que comenzó a popularizarse en el planeta durante la segunda mitad del siglo XIX. Es por tanto una institución nacida en la Modernidad entreverada con las categorías de cultura, ciencia y razón.
Desde la perspectiva de la estudiosa de los museos Eilean Hooper-Greenhill, hoy día casi todo puede volverse un museo: barcos, castillos, prisiones, granjas, casas habitación, cuarteles, almacenes, fábricas, minas, colegios o sedes de gobierno. Hooper-Greenhill denota que la principal mercancía que ofrecen los museos es el conocimiento; ella repara en que la experiencia de visitar una exposición museográfica está cada vez más cerca de las poblaciones al quedar asequibles incluso en ferias y parques temáticos.
Es plausible sostener que en el lapso de los cuarenta años más recientes, hay un entusiasmo en el planeta por los museos y la musealización del pasado. Se trata de una de las manifestaciones de aquello señalado por el historiador Andreas Huyssen en términos del surgimiento de la memoria, “uno de los fenómenos culturales y políticos más sorprendentes” en el presente, al convertirse en una “preocupación central de la cultura y de la política de las sociedades occidentales” buscando “un giro hacia el pasado”.
Un giro conviene aclarar, de tesitura nostálgica, evocativa, que responde a las pautas globalizadoras marcadas por la celeridad y vértigo con el que las cosas y los hechos parecieran tornarse obsoletos muy pronto, ante lo cual, diversos segmentos sociales han optado por aferrarse o refugiarse en lo que suponen constituyen sus tradiciones. Esto se traduce en lo que claramente el historiador François Hartog observó hace unos pocos años: una manía por patrimonializar cualquier vestigio y residuo del pasado; o en palabras de Huyssen: “La meta parece ser el recuerdo total.”
Detrás de estas aficiones y proclividades patrimonializadoras y mnemotécnicas se plantean dos derroteros que más de una vez convergen o se imbrican. Por un lado, hay un fuerte tufo conservador, excluyente y elitista que añora y aboga la preservación del statu quo; por otro, esto ha contribuido al rescate y reivnidicación de memorias e historias ocultas, periféricas, subalternas que con una fuerza y talante iconoclasta denuncian y se levantan contra el monopolio de las narraciones del pasado por parte de quienes se asumen herederos de los colonizadores, expoliadores y clases dirigentes.
Uno de los elementos a considerar sobre la importancia social de un museo en nuestros tiempos radica en que son espacios que pueden servir de puente entre las historias y las memorias para articular experiencias y estructurar sensibilidades de diversos orígenes y orientaciones. Es en este contexto político-cultural en el que planteo la reflexión sobre el estatus del Museo de las Californias.
El referido museo está situado sobre la rampa de figura helicoidal elevada casi de extremo a extremo al interior de la nave principal del CECUT. Su construcción tuvo lugar a fines del decenio de 1990 por parte del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), entonces presidido por Rafael Tovar y de Teresa.
Cada proyecto de alta envergadura involucra a escalas monumentales el concurso de infraestructura, recursos económicos, operatividad, consenso social, voluntades políticas, ejercicio administrativo, conocimientos técnicos y el apego a ciertos parámetros científicos y estéticos combinados con circunstancias y momentos coyunturales; la creación y oportunidad para conjuntar estos factores son las que generan las condiciones para concretar una instalación de la envergadura que tiene el Museo de las Californias.
La idea de crear un museo de historia “regional” en Baja California está enraizada en una pluralidad de esfuerzos, propuestas, ocurrencias e intenciones sostenidas a lo largo del siglo XX, difícil de circunscribir a una sola persona, grupo o momento. Mención aparte merece el “Museo Goldbaum” que en 1917 abrió por iniciativa personal en Ensenada David Goldbaum sobre la Avenida Ryerson, y cuyo inmueble, por cierto, se halla descuidado en la actualidad.
El contexto y amplio tejido de relaciones humanas, materiales, financieras, administrativas, políticas y sociales que posibilitó crear el Museo de las Californias también permitió la construcción de otros proyectos culturales simultáneos en otras entidades del país.
De particular relevancia es el Museo del Desierto inaugurado en Saltillo, Coahuila en 1999. Ambos museos son resultado de las políticas descentralizadoras, con la consiguiente regionalización, de una gama de actividades culturales, artísticas y académicas gestionada por el Estado mexicano a mediados de los años de 1970.
Para dirigir los trabajos de edificación del Museo de las Californias se designó al experimentado museógrafo Mario Vázquez, quien era uno de los colaboradores de confianza de Tovar y de Teresa en el rubro de museografía. En la edificación del proyecto intervino una ingente cantidad de personas, algunas de forma ocasional otras de manera más duradera. En mi caso tuve oportunidad de contribuir como historiador.
La lista de colaboradores y del personal involucrado en los trabajos de construcción es extensa e incluye funcionarios del CONACULTA, del CECUT, restauradores, arquitectos, ingenieros, museógrafos, historiadores, paleontólogos, empleados del área de administración, comunicación, de seguridad, de mantenimiento, de transporte, diseñadores, prestadores de servicio social, artistas plásticos y audiovisuales, y artesanos, y por que no decirlo, también hubo uno que otro saltimbanqui.
El empeño y dedicación demostrada por cada uno de los equipos académicos, profesionales, administrativos, técnicos y de servicios involucrados se plasmó en el orgullo de haber participado en el proyecto.
El origen público de los fondos y recursos para construir y operar el Museo de las Californias concita la reflexión y análisis de sus criterios de operación y contenido, lo cual reviste implicaciones políticas, sociales, ideológicas y epistemológicas.
Hay que partir del hecho de que el presupuesto y la fuente desde la cual se suministran los recursos para un proyecto de raigambre social son un poderoso agente material y simbólico a considerar en el momento de efectuar cualquier tipo de balance y evaluación porque ello ayuda a establecer, precisar, medir, comparar y exigir los alcances de la obra y el nivel de responsabilidades, intenciones, propósitos y justificaciones atribuibles a cada obra de infraestructura con fines públicos.
Vale traer a colación al historiador Hayden White (el crítico historiográfico por excelencia), quien retomó del crítico literario británico Frank Kermode la explicación del por qué necesitamos de la crítica, para aplicarlo a los estudios históricos convencido de que la historia es una forma de conocimiento que sirve para establecer “las concepciones de una cultura dada de su identidad, naturaleza y perspectiva para el desarrollo futuro”.
En opinión de White, la forma en que “una comunidad piensa sobre su pasado, el valor que le otorga y los usos que desea hacer de él” son cuestiones decididas por cada generación, y en esta labor, desde la crítica se ponen a prueba y análisis las concepciones y criterios a los que se recurre en cada narración histórica.
El ejercicio de la crítica puede molestar e incomodar a muchas personas, sobre todo cuando se sienten aludidas o interpeladas, pero es imprescindible en el marco de una sociedad que aspira a vivir en un marco de libertades y garantías políticas sustentadas en el respeto a la pluralidad, la equidad y la justicia social.
La práctica histórica y antropológica no escapan a estas preocupaciones (y con ellas los museos), por tratarse de disciplinas fundamentales en la construcción de los imaginarios sociales, de las representaciones y de las materialidades que le dan sentido a las existencias propias y ajenas.
Décadas atrás, el sociólogo estadounidense Louis Wirth exhortaba a hacer estudios especiales sobre las instituciones sociales encargadas de “las actividades intelectuales de la sociedad”, entre las que enlistaba escuelas, universidades, academias, sociedades científicas, museos, bibliotecas, institutos de investigación, laboratorios, fundaciones y casas editoriales.
Wirth consideraba importante conocer “cómo y gracias a quiénes se mantienen dichas instituciones, la clase de actividad que desarrollan, sus métodos, su organización interna y sus mutuas relaciones, y el lugar que ocupan en el conjunto de la organización social.”
A pesar de la obviedad, hay que enunciar que en Baja California faltan investigaciones en esa tesitura, pues con excepción de unos pocos estudios iniciados hace poco, lo que abundan son perspectivas auto indulgentes y autocomplacientes.
Tocado este punto aprovecho para mencionar entre los escasos estudios elaborados desde un punto de vista analítico, crítico y revisionista de las formas de escribir historia en Baja California las tesis de licenciatura y de maestría en historia de Jesús Rangel Ontiveros, que en un primer término indagó sobre los vínculos históricos entre la concepción de las bibliotecas en Tijuana y las ideas de ciencia y conocimientos de origen decimonónico; y en una segunda investigación abordó la institucionalización, oficialización y usos de la historia en Baja California durante la segunda mitad del siglo XX a través de la trayectoria del profesos Pablo L. Martínez.
Por su parte, Gabriel Fierro Nuño a través de su tesis de maestría en historia, estudió las relaciones entre el espacio misional y las disputas por las memorias e identidades en la antigua misión de Santa Gertrudis, que lo condujo a analizar las diferentes miradas desde las cuales ha sido descrita esa zona desértica en un periodo de más de dos siglos.
A estos trabajos se suma la revisión del discurso histórico antropológico utilizado para describir a los pueblos originarios en el Museo de las Californias, elaborado como tesis de maestría en estudios socioculturales por Tania Torres Ruiz.
Todos los casos citados fueron trabajos de tesis elaborados en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), en su mayoría hechos con becas del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). El común de tales investigaciones son los enfoques revisionistas y el intento de distanciarse de las narrativas tradicionales con las que suele asumirse la historia y antropología de Baja California.
Ludmila Jornadova, especialista en historia de la ciencia, ha indicado que los museos poseen un discurso construido a partir de series de documentos en los que se fundamentan los objetos expuestos desde distintas taxonomías. Acorde a Jordanova, el conocimiento proporcionado por los museos es del tipo fantástico porque apela a activar y estimular la imaginación del visitante.
Esta imaginación se activa cuando la observación de un objeto despierta nuestras emociones y sentimientos que pueden generar miedo, horror, risa, empatía, simpatía, admiración, gusto, e incluso la sensación de poder transportarnos en el tiempo hacia el pasado o el futuro, hacia otras latitudes del planeta o fuera de él, además de lugares que sólo existen imaginariamente. Así, la forma en que se presentan los contenidos de los museos conducen, aunque no determinan completamente, lo que es experimentado, aprendido e imaginado por sus visitantes.
En lo concerniente al Museo de los Californias, se trata de un museo de historia que también incorpora conocimientos de antropología y arqueología. El lema con el que surgió el museo es claro en sus pretensiones regionalistas: “Para ser y hacer historia”.
Este museo atiende dos aspectos en los que hay carencias en Baja California: uno, el de brindar opciones de entretenimiento lúdico y pedagógico para los habitantes de la entidad y para quienes la visitan; dos, compensa la insuficiente oferta en el estado de espacios de divulgación y difusión de los conocimientos de historia y antropología que beneficien a amplios sectores populares.
Es evidente en Baja California la necesidad de más instalaciones museográficas de historia y antropología a diferentes escalas y con diversidad temática, que lo mismo despierte la curiosidad cultural que estimulen el acercamiento, la comprensión y la reflexión sobre nuestra época, el pasado y las perspectivas de futuro.
Una vez iniciado el siglo XXI, requerimos de exhibiciones museográficas que recuperen las dinámicas y procesos sociales desde perspectivas incluyentes y plurales, a tono con las realidades complejas y asimétricas de nuestras sociedades y comunidades, además de reconocer y registrar la interacción entre las distintas especies y las formas de vida ensambladas en espacios y temporalidades variadas.
Dentro de estas premisas epistemológicas y ontológicas, es prioritario dejar atrás los obsoletos condicionamientos y sujeciones de origen decimonónico basadas en las dicotomías entre civilización y barbarie y cultura/naturaleza de las que todavía están imbricadas las narrativas históricas hegemónicas en Baja California, cuyo discurso es palpable en los eslóganes, escudos, cantos y lemas oficiales de las instituciones sociales, incluidas las universidades públicas y los organismos culturales.
Hasta ahora el Museo de las Californias comparte una idea de la historia y de la ciencia derivada de concepciones fundadas en el siglo XIX, que apuntalan los viejos paradigmas antropocéntricos, patriarcales, especistas, europeos, colonialistas asimilados como valores “universales” a partir de reducidas visiones sustentadas en las tradiciones más convencionales del pensamiento moderno occidental.
Lo pertinente es reconocer y actuar en consecuencia con los hechos demostrados en la extensa literatura filosófica, antropológica e histórica contemporánea acerca de los saberes y prácticas científicas.
La ciencia y los científicos han cumplido una doble función: por un lado, han contribuido a mejorar las condiciones y calidad de vida de los seres humanos, y de los ámbitos no humanos; por otro, los conocimientos y prácticas generados desde la ciencia han contribuido a legitimar, promover y justificar innumerables expolios y colonialismos al amparo de la disyuntiva entre civilización o barbarie. Al reconocer estas ambigüedades sobre las que se asentó la Modernidad, podremos acceder a perspectivas y juicios menos parciales, jerárquicos y lesivos para nuestro planeta.
Repasaré someramente cómo el Museo de las Californias está empotrado en la lógica de una historia lineal y progresista que encomia la idea de un avance imparable en dirección norte-sur de la península guiada por la tenacidad y la labor de los misioneros. De este modo, su discursividad proyecta de manera panegírica y hagiográfica una correlación entre el pasado misional y la implantación de un destino orientado hacia el progreso y la civilización.
El marco histórico conceptual al que responde el museo se inscribe en el que se estableció oficialmente en Baja California a mediados del siglo XX, mismo que es identificable en los libros de texto, las obras editoriales de historia y los planes de estudio de los centros educativos y culturales.
El modelo de historia que ofrece el museo está pautado en etapas históricas sucesivas que parten de una atemporal época “primitiva” entreverada con “la prehistoria” y las condiciones de existencia de los pueblos originarios al momento del contacto con los primeros expedicionarios europeos.
Durante el recorrido por el museo se enfatiza que el estado “primitivo” de los pueblos originarios recibía su principal aliciente de su relación simbiótica con la naturaleza; en cambio, las etapas del siglo XIX y XX son relatadas como un largo camino, no exento de vicisitudes como las invasiones extranjeras, hacia el desarrollo, la industrialización y la afirmación de la soberanía y la diferenciación regional, que encuentra su clímax con el afianzamiento del Estado y la institucionalización de las prácticas cotidianas.
La comunión entre los intereses de los capitales y los del Estado apenas y son interpelados con algunas menciones a los reclamos y movimientos sindicalistas, y reivindicaciones de trabajadores urbanos y agrícolas. Prevalece la tendencia a exaltar los logros económicos de tipo desarrollista concebidos como una gesta heroica en el que la técnica, la razón, la ciencia y los emprendimientos individuales impusieron su dominio sobre la áspera naturaleza.
En términos demográficos, el discurso presenta una base ranchera de origen misional a la que fueron integrándose posteriores oleadas migratorias hasta formar una masa compacta de la que ha surgido una “identidad” regional fronteriza en perfecto maridaje con las premisas constitutivas del imaginario nacional cifrado en la figura del mestizo y el modelo económico capitalista.
La naturaleza aparece representada en forma de paisaje, de escenario, de diorama que sirve de trasfondo para el drama humano, y al mismo tiempo, es concebida como fuente de recursos al alcance y disposición de los ímpetus industrializadores.
En lo que toca a plantas y animales no humanos, con excepción de algunas figuras e imágenes situadas al inicio del recorrido o distribuidos con afanes decorativos, no ocupan mayor lugar en la exposición.
En conclusión, hago propia el planteamiento de Ludmila Jordanova acerca de que los museos materializan expresiones de poder que concitan un tipo de dominio social basado en su prestigio y la legitimidad política y social de la que gozan, si bien, unos museos son más coercitivos que otros.

Los museos materializan expresiones de poder que concitan un tipo de dominio social basado en su prestigio y la legitimidad política y social de la que gozan. Museo de arte en Londres, Inglaterra. (Facebook).
Los museos también cambian en el tiempo y en el espacio, modifican sus objetivos y propósitos, sus formas y contenidos, el valor social, y en vista del estatus de poder que ejercen, se han convertido en objetos de estudio. Un museo de historia como el de las Californias guarda interés académico y político, la forma en que despliega cierto tipo de conocimientos amerita un constante escrutinio académico.
Dada su importancia social, este tipo de museos deben apoyarse en un consejo consultivo honorario conformado por profesionales de las diversas áreas que le competen para supervisar sus operaciones, sugerir los cambios necesarios en su contenido, en los discursos que avala y en la pertinencia de los artefactos culturales exhibidos.
Para que estas medidas sean viables necesita de un presupuesto decoroso, personal calificado y una retroalimentación periódica sustentada en investigaciones actualizadas.
Si se toman las acciones apropiadas, el Museo de las Californias podrá responder a las exigencias sociales y culturales del presente y del futuro, así no correrá el riesgo de convertirse por sí mismo en una pieza de museo.
*Doctor en Historia por el Colegio de Michoacán. Es ex director, investigador y profesor en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Baja California, en Tijuana. Sus investigaciones han sido publicadas en revistas como Liminar, Legajos, Relaciones, Estudios Fronterizos y Meyibó, y ha escrito capítulos de libros sobre Ideologías, Nacionalismo Mexicano, La Colonia Rusa en Baja California, los contextos políticos de izquierda tras la caída del socialismo real.
Ensenada, B.C., México, jueves 15 de julio del 2021.
Hmmmm, en 1917 ni siquiera habían empezado a construir el Museo de David Goldbaum…revise sus datos…