El mal: un enfoque político
Existen fechas que no debemos olvidar. Hace 68 años, en agosto de 1945, se llevaron a cabo los bombardeos nucleares sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki poniendo fin, con esta radical decisión, a la Segunda Guerra Mundial. El 6 de agosto, a las 8:15 de la mañana, la bomba lanzada por el Enola Gay estalló a una altura de 580 metros sobre el centro de Hiroshima y mató a 70 mil personas al instante. La onda expansiva, de 6 mil grados de temperatura, no dejó un edificio en pie y carbonizó los arboles a 120 kilómetros de distancia. Segundos después, el hongo atómico se elevó a 13 kilómetros de altura y expandió una lluvia radioactiva que condenó a muerte a las miles de personas que habían logrado escapar del calor y las radiaciones. Dos horas después los muertos se habían incrementado a 120 mil personas y el 80% de la ciudad había desaparecido.
Isidro H. Cisneros/A los Cuatro Vientos
Pero el horror aún no había terminado…
El 9 de agosto la ciudad de Nagasaki fue víctima de otro ataque con consecuencias similares. Poco tiempo después los médicos comprobaron que la gente seguía muriendo de forma enigmática y aterradora, de síntomas hasta ese entonces, desconocidos. Más de 360 mil personas sobrevivieron a los bombardeos pero sufrieron deformaciones físicas y otras enfermedades que se desarrollaron con el tiempo, como cáncer y leucemia. Fueron ataques nucleares ordenados por Harry Truman, en ese entonces Presidente de los Estados Unidos, contra el Imperio de Japón que, junto con Alemania e Italia, integraban las Potencias del Eje.
Hasta la fecha esos bombardeos constituyen los únicos ataques nucleares de la historia y se estima que en ellos fallecieron más de 220 mil personas, dos tercios producto de las detonaciones y el resto por las secuelas de la radiación. La mayoría de los muertos, como suele suceder, fueron civiles. Las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki dejaron un legado de horror que perdura hasta nuestros días.
El gran humanista Bertrand Russell calificó los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki como “la más dramática y terrible combinación de un triunfo científico con un fracaso político y moral”. Por estos hechos, el siglo XX fue calificado como el “más terrible de la historia occidental”, de acuerdo con el filósofo inglés Isaiah Berlin.
Para los antiguos, la presencia del mal y del dolor se explicaba por la “ausencia de dios” o por la “justicia divina”. La legitimidad del sufrimiento estaba vinculada a la voluntad de dios, así se explicaban el orden del mundo, basado en principios incognoscibles e inmodificables por parte del individuo. Para los antiguos el mal era competencia exclusiva de dios. Por el contrario, en nuestro tiempo, el mal aparece como el fundamento de la política moderna.
La reflexión contemporánea sobre la maldad la sustrae a la responsabilidad del cielo para transferirla a la tierra.

Desde el Enola Gay, el 6 de agosto de 1945 fue lanzada la bomba atómica sobre el centro de Hiroshima, tres días después fue bombardeada Nagasaky; fallecieron más de 220 mil personas y sobrevivieron 360 mil con terribles enfermedades y deformaciones físicas…
Para los modernos, el mal es enteramente explicable por la razón instrumental como fundamento de la libertad, lo que representa la facultad de la persona para construir su “propio orden” sin interferencias divinas. Se considera que sin el mal no existiría el libre arbitrio, ni la política en cuanto espacio en donde el hombre asume su propia responsabilidad respecto al orden del mundo. El mal aparece como fundamento de la política moderna: el odio y la violencia se sobreponen al bienestar común.
Sesenta y ocho años son muchos en la vida de las personas, pocos para la historia y nada para la ética.
De la Segunda Guerra Mundial, los países derrotados salieron con constituciones y psicologías pacifistas. Sin embargo, el temor todavía permanece.
Actualmente, existe una frontera atómica entre India y Pakistán, Irán busca uranio de Siria e Israel tiene armamentos nucleares. La carrera atómica en Medio Oriente está en curso. Contamos con muchas armas y pocos recursos para la paz. Graves problemas de seguridad pueden surgir a causa de las tendencias demográficas, la pobreza crónica, el degrado ambiental, las pandemias, el crimen organizado, las represiones y otros procesos que ningún Estado puede controlar por sí solo.
Las armas no son capaces de resolver tales problemas. El gasto militar en el mundo supera los 4,600 millones de dólares por día. Esta enorme suma incluye miles de millones de dólares para la modernización de los arsenales nucleares en distintos países. Es difícil encontrar una explicación a tal nivel de gasto militar en el mundo de la postguerra fría y en un contexto de crisis económica global. Por tales razones, es urgente establecer una moratoria para el desarrollo y producción de armas nucleares, químicas y biológicas.
La política ha sido incapaz de justificar la positividad de sus fines, representados por la construcción de un orden compartido, con la negatividad de los medios que emplea, como la violencia, la criminalización de la pobreza y de la diversidad cultural. Por lo tanto, en estos momentos recordar el pasado sirve a los vivos.