El infinito círculo de la pobreza y la explotación
Chihuahua, Chih.- Son las 10:30 de la mañana del 1 de abril, el sol descarga sus rayos con furia sobre cientos de vehículos que circulan por el periférico Lombardo Toledano con rumbo al sur de la capital.
Salud Ochoa / A los Cuatro Vientos
En la calle la gente, el ruido de los autos, los gritos de los vendedores, todo parece normal, pero sobre la acera un grupo de hombres permanece reunido en torno a mochilas y costales en espera de algo. Algunos de pie, otros sentados, se mantienen en silencio como si repentinamente todas las palabras del mundo se hubieran roto.
Su rostro lo dice todo. El rictus del cansancio y el hambre se extiende hacia los cuatro puntos cardinales. La piel está curtida por el sol y por los muchos años trabajando y viviendo a la intemperie, enfrentando plagas y plaguicidas, hambre, necesidad de empleo y abuso de empleadores, búsqueda de oportunidades e incapacidad de quienes debieran proporcionárselas. Son jornaleros. No Tarahumaras ni Guarojíos o Yaquis, simplemente mexicanos, seres humanos tratando de sobrevivir a través del trabajo.
Con semblante tenso y desconfianza en la voz dicen que vienen de Chiapas y van para Sonora, pero “algo le pasó al camión y no pudimos seguir”.
El silencio domina el ambiente por un instante mientras otros se acercan y el grupo empieza a crecer; los primeros veinte se convierten en treinta y luego la cifra se duplica. Repentinamente decenas de hombres forman un círculo, todos visten igual, calzan huaraches gastados y su mirada exuda desesperación.
“No hemos comido desde ayer” dice uno y los demás secundan sus palabras, “tampoco traemos dinero porque apenas vamos a trabajar”.
El que se atreve a hablar cuenta que el pasado domingo 29 de marzo, decenas de jornaleros chiapanecos subieron a 15 camiones de los llamados “transportes turísticos”, para viajar a un norte desconocido del que solo saben el nombre, “Caborca, Sonora”, a donde les dijeron irían a trabajar en los campos de uva aunque ellos, ni siquiera están seguros de eso. La geografía no está incluida en sus conocimientos, la escuela jamás formó parte de sus opciones.

Los jornaleros chiapanecos esperan noticias del “enganchador”. En primer plano, el hombre “blanco” con el celular (Fotos: Cortesía)
El viaje, agrega negándose a dar su nombre, inició en Tuxtla Gutiérrez llevando como equipaje un morral de ropa y “muchas ganas de salir adelante”, con la esperanza puesta en la promesa de contar con alimento, vivienda y un salario digno. La promesa parece romperse y conforme pasan las horas las certezas amenazan también con escabullirse.
Luego de varios “tropiezos mecánicos”, continúa, el grupo llegó a Chihuahua la mañana del martes 31 de marzo, sin embargo aquí, uno de los camiones ya no pudo seguir debido a las malas condiciones en que se encontraba. Él y sus compañeros tuvieron que bajar y esperar a que la unidad fuera reparada o que llegara otra en su auxilio.
– “Pero el tiempo se está yendo y no pasa nada, ya estamos cansados”.
Dice que fueron “contratados” por una empresa, de la que asegura desconocer el nombre, para ir a trabajar a Caborca en los viñedos donde permanecerían varios meses.
Ninguno sabe con exactitud cuánto tiempo estará lejos de casa y ninguno ha recibido adelanto de pago. No hay dinero para comprar comida.
“El lonche que teníamos ya se acabó y sólo nos queda nuestra ropa” se escuchan algunas voces en conjunto señalando mochilas y costales que yacen junto a la barda perimetral del taller mecánico en cuyo interior permanece el camión que no tiene logotipo, razón social o número económico, solo el clásico “Turi-servicios”.
Las gargantas enmudecidas en un inicio se animan a hablar para manifestar su molestia y decir que en cada uno de los 15 camiones viajaba un promedio de 50 personas mayores de edad, aunque algunos rostros adolescentes se esconden bajo la capucha de una sudadera vieja.
De las condiciones laborales ofertadas por los enganchadores, señalan que alguien les dijo que era el salario mínimo, pero desconocen la cifra exacta que les pagarían por cada día de trabajo así como las horas de la jornada y el sitio donde vivirían.
“Dijeron que tendríamos todo eso pero no sabemos” dicen en voz baja mientras un hombre surge entre los presentes tomando fotografías y video con un teléfono celular.
Los trabajadores callan y desvían la mirada. Ya no quieren hablar.
El sujeto del teléfono celular se retira un poco y los jornaleros asguran que “para nosotros no hay de otra, es esto o nada; allá donde vivimos no hay trabajo por eso venimos para acá aunque sea para sacar un poco de dinero para la familia”.
¿Saben algo de los conflictos que enfrentan los jornaleros en Baja California?
– “No estamos enterados porque la información es difícil que llegue, las comunidades están muy apartadas”.
El silencio llega de nuevo, se expande y lo cubre todo igual que el sol o la primera tolvanera del día. Ellos se quedan allí, sentados en el cordón de la banqueta, recargados en la pared o dando pasos que no los llevan a ninguna parte.
Después de todo “¿a dónde iríamos si no conocemos nada aquí?”