El "descubrimiento" de Majalca
Recientemente alguien preguntó por los descubridores de Majalca, refiriéndose a los excursionistas que promovieron y colonizaron esta comunidad del Estado de Chihuahua a principios del Siglo XX.
Enrique Servín/ A los Cuatro Vientos
En realidad Majalca, como América, estaba descubierta desde hacía miles de años. El lugar se llamaba originalmente “Tónachi”, que significa en tarahumar “lugar de pilares” (“toni” = pilar, columna), y era, precisamente, un asentamiento indígena, conectado con otros más (por ejemplo Wérachi, Sainápuchi y otros), en una especie de corredor que lo conectaba hasta la Sierra Madre Occidental.
De hecho, aquellos primeros excursionistas modernos deben haber conocido tanto el nombre tarahumara como su significado preciso, ya que el nombre que luego ellos le impusieron fue el de “Pilares de Majalca”, que es casi una simple traducción, aunque ya criollizada mediante la mención del primer propietario español que tuvo el predio. Hasta la fecha, en algunas cuevas de la localidad se pueden encontrar restos de cerámica (que puede ser muy antigua) y de chaquira (que necesariamente es mucho más moderna, lo que demuestra la presencia indígena hasta tiempos recientes).
En otras ocasiones en las que he hecho este comentario, se me ha contestado que “hay otros lugares llamados Tónachi”, y que puede tratarse de una confusión. En efecto, hay varios “Tónachi”, porque hay muchos lugares con características parecidas, y la mayoría de los topónimos en tarahumar son nombres descriptivos, que simplemente hacen mención a características del lugar. Por ejemplo “Wachóchi” significa “lugar de garzas”; “Kalíchí” “lugar de casas”, y “Noróachi” “lugar del recodo”. También hay varios “Bakéachi” (lugar de ríos), “Satebó” (arenal), y así sucesivamente.

Niña tarahumara, fotografía de Carl Sofus Lumholtz, (1851-1922), etnógrafo noruego autor del libro “El México desconocido”
También se me ha respondido que por “descubridor” puede entenderse a aquella persona que “da a conocer ampliamente un lugar”, o que “da de alta para el conocimiento científico”, o incluso “para el mundo de los negocios” tal o cual aspecto de la realidad, y que en ese sentido Cristóbal Colon sí es el “descubridor” de América y aquellos excursionistas modernos sí son los “descubridores” de Majalca. Nada de esto tendría demasiado sentido si no involucrara, por supuesto, una de las pugnas ideológicas que dio forma a la realidad sociocultural de América Latina: la del estatus de las sociedades y las culturas indígenas. Así que vale la pena detenerse un momento en estas actitudes.
Con respecto a la interpretación de “descubridor” en el sentido de “el que da a conocer ampliamente”, y no “el que descubre”, lo único que puedo responder es que se trata de una típica “elastificación” semántica para mantener el uso de un término que finalmente se vuelve inoperante o políticamente incorrecto. “Descubrir” es, según su sentido general, “sacar del estado de cubierto”, es decir, del estado de “desconocido”. Descubre “el primero en conocer”, y queda claro que las Américas, desde muchos miles de años antes de que llegaran los vikingos o los españoles (porque, además, para algunos el debate es si los descubridores fueron los vikingos, los fenicios o los europeos -nunca los amerindios-) eran ya conocidas para la Humanidad.
A menos de que a los amerindios se les niegue la condición de humanidad, que es, por supuesto, lo que de hecho (y literalmente) llegó a ocurrir. Y aunque desde el principio hubo mentes lúcidas que entendieron la cabal humanidad de los habitantes originales de las Américas (una de las primeras fue Isabel de Castilla, quien declaró que a los habitantes de las Indias se les tenía que considerar “como súbditos y no como esclavos”), es evidente que la conquista de las Américas desató un proceso de inferiorización y negación de todo lo indígena. De hecho, en la mentalidad popular colonialista la supuesta “inferioridad” de los indios sobrevivió hasta nuestros días. En muchas comunidades serranas, por ejemplo, se sigue hablando, por una parte, de “indios”, y por la otra, de “gentes de razón”, como si se tratara de dos opuestos, es decir, como si los indios estuvieran privados de razón.
Ahora, es revelador el observar que nadie habla del “descubrimiento de China” por parte de Marco Polo, ni del “descubrimiento del Japón” por parte del comodoro Perry, aunque Marco Polo haya “dado de alta” a China para la ciencia europea (subrayo: la ciencia “europea” -ya que cada civilización genera su propia ciencia-), y aunque el comodoro Perry haya sido quien abrió el Japón “al mundo de los negocios”. Pero para la mente colonialista y, por supuesto, capitalista, la humanidad estaba en Eurasia, mientras que África, las Americas y Oceanía quedaban claramente fuera de ella. Todavía a finales del Siglo XIX Ludovico Lazaro Zamenhof llegó a crear su famosa lengua internacional, cuya pretensión de “universalidad” se basaba en que contenía elementos del inglés, francés, castellano, italiano, ruso y polaco. En efecto: La humanidad era Europa; la ciencia era la ciencia europea, y la razón de ser de la ciencia eran, por supuesto, los negocios. Hegel llegó a decir (ya mencioné esta cita suya alguna vez, pero vale la pena volver sobre ella) que en África no hay “nada parecido al espíritu”.
Más claro -y termino a propósito con una palabra amerindia-, ni el zoquete.