El Camaleón
Una oruga llegó a un pequeño bosque que contenía un sin fin de especies diversas que vivían en aparente armonía, al llegar fue recibida con reservas. Mientras trataba de aclimatarse fue conociendo a algunos de los habitantes, la hormiga amable y diligente le comentaba acerca del esfuerzo que todos los del bosque hicieron para lograr no sólo convivir, sino coexistir con un peligro inminente y real: El camaleón.
José Luis Treviño Flores / A los 4 Vientos
La oruga no comprendía el porqué de tanto temor, si nadie lo había visto jamás según las opiniones y comentarios. ¿Por qué temer a quien no se manifestaba? Ella continuó preguntando y las respuestas siempre eran las mismas: No preguntes, no sigas con el tema, ten cuidado, el camaleón puede escuchar tu interés, se precavida, es peligroso.
A la oruga le quedaba poco tiempo, pues pronto entraría a la etapa de capullo para ser mariposa, así que insistió e insistió, ya que le dijeron que una vez siendo mariposa, no solo duraría menos con vida, también no iba a recordar nada de su vida como oruga.
Llegó al punto de ser rechazada por casi todos, no desistió en su investigación para dar con el origen o paradero del camaleón. Estaba decidida a entender el miedo de los habitantes del bosque y si se podía ayudar a vencer el yugo que consideraba absurdo. ¿Cómo podían vivir así?
Después de un tiempo se percató de que o le daban la espalda, o de plano hacían como si no existiera, todos se enfrascaban en sus actividades desviando la mirada. Consternada optó por ser más discreta, pero aun así como sacando plática diversa y luego de pronto mencionar al camaleón era automático: -Buenas tardes, buenos días y con permiso.
Al sentirse aletargada y molesta por estar pronta a la metamorfosis, las miradas que eran una mezcla de maldad y compasión a la vez, la orillaron a buscar alejarse. Caminó a no sabía dónde exactamente, solo buscando una buen lugar. Sintió cómo el bosque de pronto cobraba vida, o al menos así parecía. No alcanzaba a identificar bien si el movimiento a su alrededor era sincronizado o al azar, pensó entonces: El camaleón, pero… ¿Como? ¿Dónde? En ininterrumpidas y extrañas formas aparecían y desaparecían tenebrosas figuras que semejaban diversas intenciones, no sabía si en su imaginación por el creciente miedo o si estaban ahí. Quiso apresurar el paso pero de todas partes se acercaba la amenaza. Fue entonces cuando se sintió sujeta y asfixiada, paralizada por el terror no alcanzaba a percibir con claridad, pero de pronto reconoció el rostro de la hormiga, el del escarabajo y como si de las ramas y los arbustos fueran surgiendo cada uno de los habitantes del bosque.
No supo quién dio la estocada final, sólo fue perdiendo el conocimiento y el dolor de más a menos. Cuando dejó de moverse, la masa ahora ininterpretable de insectos fue regresando a su cotidianidad, la oruga de a poco desmembrada simplemente dejó de existir y nadie volvió a hablar de ella. Tal y como le repitieron una y otra vez, quien ve al camaleón no vive para contarlo.