EL ASALTO AL CAPITOLIO: Los huérfanos del American Dream

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El ingreso violento al Capitolio de los Estados Unidos, llevado a cabo por un numeroso grupo de seguidores del presidente Donald Trump, puede parecernos una ridícula y trágica extravagancia, propia de fanáticos incorregibles.

 

Seguidores de Trump en el interior del Capitolio (Deutsche Welle).

 

Alfredo García Galindo* / 4 Vientos / Foto principal: CNN en Español

En cierta medida fue eso; no obstante, es también una manifestación peculiar de las contradicciones internas y de la crisis social y económica que ha marcado a los Estados Unidos en las últimas décadas.

¿Quiénes son esos incondicionales del magnate-presidente? ¿Qué desencantos encarnan? Estas preguntas son necesarias para evadir la conclusión simplista de que sólo son una turba de chiflados que nada tienen que ver en su locura con el devenir histórico de su país. Todo lo contrario: son los hijos y los nietos de generaciones que vivieron la ola de mayor optimismo que el planeta pudiera haber conocido. Son los huérfanos del American Dream.

Y lo son porque, en efecto, sus padres y sus abuelos disfrutaron las mieles de la extraordinaria bonanza de los años de posguerra. Fueron nutridos desde muy temprana edad con ese imaginario beligerante y victorioso que afirma que el paraíso, la tierra prometida, la gloria del progreso y el consumo ilimitado, era esa, su “Great America” de los hombres libres.

Un espíritu febrilmente etnocéntrico que, no obstante, le fue quedando cada vez más grande a la realidad social y económica de enormes sectores de la población conforme fueron avanzando los años.

 

Seguidores de Donald Trump afuera del Capitolio (BBC Mundo).

En el recuerdo o en el relato familiar de estos huérfanos está la historia del abuelo que, siendo obrero de Chrysler en los años 60, tenía prestaciones, compró su casa, un auto para él y otro para su esposa, que vacacionaba en los parques nacionales y que soñaba con un futuro aún más próspero para sus hijos; es decir, un sueño americano que, sin embargo, con el paso del tiempo fue cada vez más inaccesible para los habitantes promedio de la mayor potencia del orbe, como muestra el avance de la desigualdad en ese país, que ha sido prácticamente imparable en las últimas décadas.

El resultado de este deterioro ha sido que gran parte de la población ha tendido a experimentar una profunda sensación de desencanto con su país y con la clase política convencional; entre ellos, estos huérfanos que no quieren ni pueden entender explicaciones académicas sobre por qué la caída de calidad de vida en su país continúa sobre todo en detrimento de la clase trabajadora; para ellos es más convincente y claro que alguien o algo, como un supuesto “Deep State”, la comunidad LGBT, los “progresistas” o los masones, deben tener la culpa de todos los males del país, por lo que otro alguien debe llegar como un mesías de la patria, como un enviado de las fuerzas de la luz a hacerles frente.

De ahí el éxito de Trump. Si bien él se hizo de la victoria abanderando al Partido Republicano, es cierto que fue a través de un acto de fuerza con el que prácticamente secuestró a este instituto político; lo logró apelando a esa realidad abstracta que sigue presente en el imaginario de millones de estadounidenses, quienes ven refrescado el discurso binario del mundo libre contra el mundo de la opresión, del capitalismo contra el comunismo, de los valores cristianos contra la inmoralidad, del patriota contra el migrante, del bien contra el mal; todo ello enmarcado en esa particular cultura para la cual la violencia está justificada plenamente cuando se invoca en nombre de la justicia y la libertad, como lo demuestra la férrea defensa de los seguidores de Trump de su derecho a estar armados.

En breve, esa errancia de sentido que atravesaba al país, Trump la aprovechó no sólo para su éxito electoral sino también para mantener una enorme masa de fieles seguidores, algunos de los cuales, en un buen ejemplo del arrojo irracional que infunde el efecto multitud, consideraron buena idea ingresar por la fuerza al Capitolio.

 

Escándalo nacional e internacional (Foto: Gestión).

Las imágenes de lo ocurrido -que han dado la vuelta al mundo por parecer demasiado disparatadas para ser reales-, exponen los trágicos efectos de que Donald Trump haya estado mintiendo con aquella verdad incómoda.

Que haya manipulado para fines personales a estos huérfanos del sueño americano quienes de por sí tienen inoculado el gen de un nacionalismo exacerbado, intransigente y muy rudimentario en sentido intelectual, y que además personifican con sus propios complejos y sinsentidos la debacle en marcha de su país.

Podemos concluir, en fin, que no debemos sorprendernos con que la violencia y el disparate sigan tomándose de la mano en la todavía primera potencia global.

El largo proceso que atraviesan los imperios en su caída demuestra que, en tiempos críticos, a menudo los más insensatos son los que llegan a la cima del poder y en ese proceso paradójico del absurdo político, no son pocos los que deciden acompañarlos.

 

*Economista, historiador y doctor en Estudios Humanísticos. Catedrático y autor de diversos libros y artículos. Ha impartido charlas, ponencias y conferencias, enfocándose en el análisis crítico de la modernidad y del capitalismo a través de una perspectiva transversal entre la filosofía, la economía, la historia y la sociología.

 

Ensenada, B.C., México, a jueves 7 de enero del 2021.


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