Educación y laicidad
Desde los primeros días de la Colonia, los frailes evangelizaron y alfabetizaron en castellano a las comunidades indígenas. Durante 360 años, la Iglesia católica fue la única educadora en México. Y digo 360 años porque, hasta 1859-60, es decir, hasta la expedición de las diversas Leyes de Reforma, la Iglesia romana tuvo en México el monopolio de la educación. El juarismo (democrático, reivindicador, laicista) otorgó al Estado la primigenia facultad educadora.
Rodolfo Echeverría Ruiz / El Universal
Porque durante tres siglos y medio la Iglesia católica fue la única instancia educadora en el país, hoy, su episcopal cúpula política, sostiene, sin pestañear siquiera, que, desde los puntos de vista histórico y antropológico, pedagógico y cultural, esa institución debe recobrar aquella su facultad educadora. Intenta apoderarse, de nuevo, de las conciencias de los mexicanos educándolos en los planteles públicos dentro de los cánones de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Eso pretende. De ahí su obsesiva exigencia permanente de reformar el artículo 30 constitucional (también quiere desfigurar al 50 y al 130. Ya está a punto de lograr la malversación del artículo 24, con la activa complacencia de las derechas).
Va en la naturaleza intrínseca del Estado mexicano el carácter laico de la educación por él impartida. Es el nuestro un Estado aconfesional cuya estructura jurídica lo obliga a garantizar la plena convivencia entre todas las religiones y el igualitario respeto recíproco –la tolerancia entre unas y otras–, cualquiera que sea la profundidad de su arraigo o la magnitud de su implantación a escala del país entero.
En el seno de toda sociedad democrática y moderna existe un vínculo dialéctico entre la idea de educación y el concepto de laicidad. El conocimiento –sinónimo de liberación de la conciencia– no puede subordinarse a ninguna fórmula dogmática de orden religioso, político o ideológico. La libertad fundada en la razón: eso es la escuela laica.
La educación es un elemento constitutivo de la igualdad social. Su divisa: educar en la libertad y para la libertad. Los valores laicos –tolerancia, respeto, solidaridad, sentido de la convivencia– se defienden y ejercen desde la escuela misma.
Si en el mundo democrático moderno el concepto de laicidad y la idea de la educación son inescindibles, vemos cómo las nociones del desarrollo social y de la tarea educativa tampoco pueden separarse. El indetenible proceso secularizador de la vida humana hace posible el primado de la razón liberadora y el del relativismo científico. Ambos presiden el esfuerzo a cuyo amparo se multiplica la democracia. Vivimos bajo la normativa de un Estado laico por su naturaleza y definición.
Los grados de cultura política y jurídica existentes en el país –y los conquistables en el futuro– pueden calibrarse a través de un análisis del estado en que se encuentra el proceso secularizador de la sociedad. La ética secularizadora es propia del Estado laico. La educación pública, laica y gratuita como es, vive y se desarrolla al margen de los dogmatismos, de las concepciones totalitarias de la vida, de los absolutos indiscutibles. La escuela mexicana es el primer motor de la libertad de conciencia.
Al prohijar la libertad de conciencia, la escuela laica garantiza la tolerancia y el respeto al pluralismo social y religioso enraizado en el país. No cuestiona a la religión, pero tampoco se inspira en ella. Nuestra escuela pública no es ni atea ni agnóstica. Es independiente y discurre al margen de las religiones. Nuestra educación laica no es teocrática. Es libre y abierta.
La educación laica es un derecho fundamental de los niños. En la ética laica se educa para la libertad y la igualdad, la ciudadanía y la racionalidad. La ética laica enseña a convivir y a tolerar a los demás con la mira puesta en el desarrollo de la democracia política y de la democracia social. Las inteligencias infantiles y juveniles merecen y reclaman educación científica y antidogmática. Si en verdad anhelamos un futuro democrático para nuestros hijos debemos blindar a la escuela laica. Todo demócrata se empeña en la defensa y en la difusión de la cultura laica.
La escuela laica está en peligro en México. Frente al discurso secular de la sociedad civil se quiere imponer el dogma eclesiástico hegemónico. Un clericalismo rupestre se ha propuesto destruir el carácter laico de nuestra escuela pública. Pretende recuperar su antiguo poder político y social. Quiere ejercer su añeja manía del control social y manipular las conciencias, apoderándose de nuevo de la enseñanza. Estamos ante una evidente ofensiva clerical contra la educación laica. Una verdadera cruzada en el sentido histórico e integrista del vocablo.
La cúpula episcopal en nuestro país expone en un documento Educar para una nueva sociedad (6-IX-12), un catálogo de alegatos políticos ocultos bajo el palio de un pretendido orden teológico, antropológico e histórico, destinado a fundar su obsesión de volver a controlar la enseñanza en México.
Los encumbrados clérigos proclaman, sin ambages, la reforma del artículo 3o de la Constitución. Aspiran a una especie de laicidad “positiva” (así la bautizan) cuya primera misión consistirá en implantar la avasalladora hegemonía del dogma católico en las escuelas públicas de México. Sostienen que, como el Estado no es propietario de las conciencias –y, desde luego, sabemos que no lo es– la Iglesia católica, intérprete autorizada de la voz de Dios, debe hacerse cargo de la educación de la infancia y de la juventud. Exigen una suerte de inmanente derecho a apoderarse de las conciencias mexicanas.
El 28 de septiembre de este año la prensa nacional informaba: “La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) anunciaron la creación de la organización civil Educación y Formación con Valores, AC, la cual tiene como objetivo ‘restablecer el tejido social e incentivar la formación de ciudadanos activos, democráticos, solidarios y responsables’…” Y rematan con solemnidad maniquea: se trata de ‘educar para que el educando prefiera el bien sobre el mal’…”
Los obispos pretenden destruir el carácter laico de nuestra educación pública. Los maestros de México tienen la indeclinable y urgente obligación histórica, política y ética, de decir si están de acuerdo con tan anacrónica exigencia clerical.
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