DOLOR CRÓNICO II: Cuando la expresión “morir de dolor” es literal
En México, donde cuatro de cada diez habitantes padecen dolor crónico, no existe un presupuesto específico de la Secretaría de Salud para la atención de esta enfermedad que genera intenso sufrimiento físico y psicológico, además de múltiples daños colaterales a pacientes que solo reciben cuidados paliativos y, peor aún, se les recetan medicamentos dañinos, causantes de adicción, incapacidad y profundos estados depresivos que, en varios casos, conducen al sucidio.
Javier Cruz Aguirre / 4 Vientos
Foto destacada: Enfermedades como el Sida son altamente dolorosas para quien la padece y no tiene acceso a seguridad social (Captura de pantalla en Youtube).
Ensenada, B.C., México, miércoles 12 de octubre 2022.- “El 30 por ciento de personas que sufren un dolor crónico que no es tratatable, piensa en suicidarse”, confirmó Nadia Lizeth Caram Salas, especialista en Farmacología y Terapéutica Experimental.
Son los hombres, más que las mujeres, quienes terminan quitándose la vida, agregó.
“Cuidados paliativos”, según definió en 2019 la Organización Mundial de la Salud (OMS), constituye “un enfoque para mejorar la calidad de vida de los pacientes y sus familias que enfrentan problemas asociados con enfermedades potencialmente mortales, que incluye la prevención y el alivio del sufrimiento mediante la identificación temprana, evaluación y tratamiento del dolor y otros problemas físicos, psicosociales y espirituales”.
Otra, sin embargo, es la realidad.
“Los medicamentos frecuentemente recetados a quienes padecen dolor crónico, pueden generar daños secundarios en los pacientes que los consumen; la gravedad de la secuela dependerá del tiempo en que se usen por prescripción médica”, aseveró la doctora Caram.
–¿Cuáles son esos medicamentos?
Específicos para el dolor: Celecoxib, gabapepentina, naproxeno, paracetamol, buprenorfina y pregabalina. Y para el tratamiento paliativo: Eritropoyetina, hipromelosa, dexmedetomidina y alprazolam.
Se trata de los más adquiridos y utilizados por las instituciones del sector público de Salud para ambos padecimientos.
A continuación, la especialista del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (Cicese), enumeró “algunos efectos de estas medicinas en las personas”:
Gastritis, náuseas, mareos, afectación hepática y renal, estreñimiento, demencia, falta de aire, debilidad, hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares, adicción, dependencia, tolerancia, depresión e incluso suicidio.
La propia OMS advirtió sobre los efectos secundarios de dichos fármacos, algunos de ellos sumamente dañinos.
En tanto, el sector público continúa invirtiendo miles de millones de pesos en la compra de esos fármacos, según constancia del Instituto Farmacéutico México (Inefam) en su informe del primer semestre del año.
Obviamente, la institución con más derechohabientes, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) ejerció mayor presupuesto en ese rubro. En el periodo 2016 a junio de 2022, fueron 12 mil 824 millones de pesos a cuidados paliativos (6.05% del gasto total del gobierno en medicinas) y 4 mil 436 millones a dolor.

En las próximas dos décadas, entre 30 y 40 por ciento de la población mexicana tendrá algún tipo de enfermedad que dará origen a alguna especie de dolor “que causará estragos generales al organismo” (Foto ilustrativa clinicos.com).
Morir de dolor, testimonios
En una charla realizada en el Hospital Número 8 del IMSS en Ensenada, ocho pacientes con dolor crónico dijeron que el sufrimiento ya es insoportable.
“No puedo ni mantenerme en pie”, se quejó uno de ellos. “Ni siquiera puedo manejar mi camioneta”, dijo otro. Todos describieron su dolor como fuerte y permanente, “no se va ni de día ni de noche”. Un dolor, dijeron, que convierte sus vidas en un infierno.
Algunos optan por dejar de ingerir los medicamentos prescritos por sus médicos, porque sienten que “sale peor el remedio que la enfermedad”.
“Me operaron de un pie y me lastimaron un nervio. Cuando salí del quirófano sólo me daban paracetamol y el dolor era insoportable. Hoy, 10 años después de la operación, sigo con el dolor pero ahora me recetan naproxeno y dicoflenaco que ya me provocaron gastritis y daños en uno de mis riñones”, refirió Marcelino Estrada.
Y claro, no podían faltar historias de recrudecimiento del dolor como efecto del confinamiento y secuelas post enfermedad provocadas por la pandemia de Covid-19.

Imagen en Facebook.
“En noviembre de 2020 nos dio Covid a toda la familia. Tras sufrir graves problemas respiratorios logré salir del cuadro grave, pero aun cuando me dieron de alta sentía muchísimo dolor en todo el cuerpo, principalmente en todas las articulaciones. No miento al decir que me quería morir por tanto dolor que sentía y los doctores del Seguro sólo me daban paracetamol.
“Una amiga me recomendó a un médico privado y este, tras decirme que el coronavirus potencializó un problema de reumatismo que ya tenía antes de la pandemia, el cual me daba dolor, pero no le daba importancia, me cambió la medicina y ahora el sufrimiento es mucho menos intenso, pero viviré con él ahora sí hasta que me muera”.
La historia de José Luis Treviño recuerda un estudio del British Journal of Health Psychology que dice: La dolencia crónica en el mundo aumentó con Covid por: 1.- Cierre y cancelación de citas presenciales en hospitales y clínicas; 2.- escasez de fármacos; 3.- paralización de actividades y ejercicio físico en campo; y 4.- secuelas psicológicas como ansiedad, tristeza, preocupación, vela y retiro.
Los más olvidados
Peor, imposible. Sin embargo, llega a ser terrible en sector de la población más vulnerable, como el de los jornaleros y jornaleras agrícolas, en su mayoría indígenas.
Abelina Ramírez Ruiz, jornalera zapoteca en el valle de San Quintín, ubicado a 300 kilómetros al sur de la ciudad fronteriza de Tijuana, en su carácter de secretaria general del Sindicato Independiente Nacional Democrático de Jornaleros Agrícolas (SINDJA), informó que miles de mujeres trabajadoras de este valle, carecen de seguridad social porque sus patrones, representantes de 70 empresas nacionales y transnacionales de verduras, hortalizas, fresas y moras con ventas anuales en el extranjero mayores a los 18 mil millones de pesos, no las afilian al IMSS.
Estas compañeras -agregó la dirigente sindical- realizan acciones de trabajo muy complicadas, como permanecer inclinadas en los surcos agrícolas, de 120 metros de largo, por más de 8 horas diarias. ¡Quién aguanta eso sin dañar su cuerpo!
Ese esfuerzo prolongado, afirmó, afecta músculos y huesos de sus piernas y brazos, de su columna vertebral. Además, están expuestas a intoxicación con agroquímicos diversos.
“Muchas jornaleras terminan con enfermedades graves e incapacitantes que las llevan a sufrir dolores crónicos intensos”, dijo Abelina Ramírez, conocedora de lo que significa trabajar en el surco.
-¿Y qué hacen cuando enferman y el dolor las domina?
-Se aguantan, toman cualquier remedio, porque no cuentan con seguridad médica.
Lucila Hernández García, indígena mixteca con liderazgo en el valle de San Quintín, donde es dirigente municipal de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA), describió así el trabajo extenuante y riesgoso que realizan miles de jornaleras:
“A lo largo de la jornada, ellas levantan y cargan botes de hasta 20 kilos de verduras y hortalizas, lo que provoca que al menos dos de cada cien mujeres tengan problemas en los músculos de la matriz. Se le cae casi por completo.
“Hay mujeres de 60 a 70 años o más, que para trabajar en los surcos se ponen un cinturón o una banda gruesa de tela en su sexo para evitar que se les salga toda la matriz. Esto, además de ser molesto e indignante para la mujer, es muy doloroso y nadie hace algo por ellas” afirmó, encorajinada, la activista mixteca.

En los surcos, miles de mujeres conviven diariamente con el dolor (Foto: HispanTV).
Del paracetamol al fentanilo
Quienes padecen dolor crónico y recurren a las instituciones de salud pública, suelen salir de la farmacia con cajas de paracetamol, pero este medicamento, explica la doctora Nadia Caram, provoca daño hepático ya que “se acumula en el hígado y nunca se va a eliminar”.
Luego, cuando las personas ya no pueden calmar su dolor con paracetamol, siguen con el naproxeno “que tampoco alivia sus dolencias, pero sí genera gastritis”.
Esos medicamentos son apenas los dos primeros peldaños de una escalera de fármacos que termina destruyendo muchas vidas y a las familias de los enfermos.
-¿Qué hacer, doctora, ante esa realidad?
“Hay muchos factores por corregir. Primero, las políticas socio sanitarias: No tenemos legislaciones, no tenemos políticas públicas enfocadas específicamente al problema. Luego la industria farmacéutica sólo vende cierta clase de productos, con lo que no ayuda mucho a la sociedad”.
Igualmente, consideró la investigadora, el personal de salud no está altamente calificado. Pero, acotó, especialista sí los hay.
“Es decir, sí tenemos médicos altamente calificados en el tema, pero no hay plazas para poderlos contratar en los hospitales públicos y eso limita la atención profesional y oportuna del paciente con dolor”, aseveró Caram Salas.

En México sí hay algólogos, pero no son suficientes para atender a los millones de enfermos de dolor (Imagen ilustrativa en Twitter).
Tal afirmación, contrasta con un hecho verificado:
La Asociación Mexicana para el Estudio y Tratamiento del Dolor (AMETED) informó el pasado 6 de octubre en su página digital, que tiene 69 socios algólogos distribuidos en todo el país. Se trata de especialistas enfocados al alivio del dolor crónico, que estudian su medicación científica y son de esencial ayuda en los pacientes que padecen cáncer.
En cuanto al sector público, José Ignacio Santos Preciado, secretario del Consejo de Salubridad General (CSG), informó que hasta el año pasado la Secretaría de Salud contaba con unidades médicas como los institutos nacionales de Perinatología (InPer), de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”; de Pediatría y Cancerología, así como los hospitales General de México, Juárez de México y General “Manuel Gea González” donde ofrecen servicio de cuidados paliativos para mejorar la calidad de vida de pacientes con dolor.
En México existen al menos 100 Clínicas de Dolor, según se informó en el foro del Senado de la República, realizado en febrero de 2022 sobre el dolor crónico. Empero, dijeron los foristas, no hay datos sobre las condiciones en que funcionan esas clínicas.
Al respecto, la doctora Caran Salas estimó que cada hospital en México debe contar con una clínica de dolor en donde trabajen al menos un algeólogo, un fisioterapeuta y un neurólogo especializados en tratamiento del dolor, tal y como sucede en Estados Unidos y Canadá, lo que abriría “muchísimas oportunidades para todos los sectores y un incremento considerable en la calidad de vida de los pacientes”.
Pero las cosas desafortunadamente no suceden así en un país donde anualmente 250 mil personas fallecen con sufrimiento grave relacionado con su salud y otras 200 mil padecen enfermedad incapacitante, según reconoció el doctor Ignacio Santos Preciado (www.jornada.com.mx/2021/10/10/politica/007n3pol)
El futuro inmediato que ya está tocando la puerta de nuestra casa, enciende alarmas. En casi la mitad de nuestros hogares, muy pronto el cáncer tendrá un pie adentro.
En las próximas dos décadas, entre 30 y 40 por ciento de la población mexicana tendrá algún tipo de cáncer, mismo que dará origen a alguna especie de dolor “que causará estragos generales al organismo” del enfermo según pronosticó, durante su participación en el Foro del Senado, el doctor Rafael Medrano Guzmán, director de la Unidad de Medicina de Alta Especialidad del Hospital de Oncología del Centro Médico Nacional Siglo XXI.
Esto sin contar el grave desgaste económico, social, patrimonial y siquiátrico que sufren los integrantes de la familia del enfermo, que se traduce en daño psíquico, como perturbación patológica de la personalidad, que incide en la capacidad laboral y afectiva de los parientes, y se manifiesta en angustia, bloqueos, desgano, ansiedad, inhibición, irritabilidad, insomnio, pesadillas, apatía, obsesión, depresión e ideas de muerte según enumera la OMS en su evaluación de la pandemia del dolor el 20 agosto de 2020.
(Continuará)