Diluyendo el mundo en alcohol

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Las personas tenemos una relación ambivalente con el alcohol, con la bebida. Si lo vemos desde la perspectiva comercial, representa una gran industria —basada, por supuesto, en una alta demanda y consumo. En aspectos sociales, constantemente se le relaciona con momentos de relajación, baile, fiesta y convivencia; echarse un trago ocasionalmente puede ser, incluso, hasta socialmente deseado.

José Alfonso Jiménez Moreno/A los 4 vientos

En contraparte, hay claros ejemplos de no ceder a la tentación de alcoholizarse, tal es el caso de las asociaciones religiosas, que suelen relacionar al alcohol con el pecado, como un medio que nos lleva hacia la manifestación de lo peor de nosotros mismos

Otros ejemplos cotidianos nos remiten al peligro del abuso del alcohol, eso es indudable: desde las pérdidas humanas que se manifiestan como consecuencia de estar ebrio hasta aquellas historias de personas que perdieron todo debido a este vicio, como el trabajo o la familia. Moralmente puede representar una acción negativa que nos lleva al mal, a perder lo que hemos ganado, a perder el trabajo, la dignidad e, incluso, a los seres queridos. Quienes se han declarado alcohólicos o quienes nos hemos puesto una buena alcoholizada en una noche cualquiera no podremos negar esto.

La cosa es, ¿cómo entendemos al alcohol? Entre aquel que puede representar un beneficio comercial, un relajante o un deshinibidor social o aquel que incita lo peor de nosotros, ¿hacia dónde nos inclinamos? ¿Hacia aquello que saca nuestras fases más oscuras y nos lleva a la completa perdición o hacia el alcohol como un estimulante que relaja, incita a la risa, a la convivencia y difumina los limites morales?

Esto último, por cierto, no es necesariamente malo: la discusión moral de si el alcohol es bueno o malo me parece un tanto ingrata para el alcohol mismo. Podría parecer un tanto ilógico dar un fin moral a lo que pretende inhibir la moralidad. ¿No será que el foco de discusión está más bien en nosotros y no en el alcohol?

Peter Sloterdijk, filósofo alemán, nos invita a reflexionar sobre el papel de la intoxicación en el ser humano como un medio de trance frente a lo extraño que nos es nuestro mundo. Bajo la perspectiva de este autor, cuando somos realmente conscientes de nuestra existencia el mundo en que vivimos nos es ajeno, extraño, empezamos a ser conscientes de nuestra inminente muerte y de lo absurdo de nuestras acciones humanas cotidianas. Vaya, ¿no será que el alcohol nos gusta tanto porque nos permite asimilar lo absurdo de nosotros y de la vida? ¿Podrá ser que el alcohol (como cualquier otra doga, incluyendo Facebook, la moda y otros intoxicadores contemporáneos) nos ayuda a diluir el tedio y el sinsentido que implica la existencia?

Si resultara que Sloterdijk tiene razón, pues el alcohol no es tan malo en sí mismo, o, al menos, podemos poner en duda que es sinónimo de pecado. Tal vez el asunto es que buscamos diluirnos a nosotros mismos en el hielo de una copa, tal vez el asunto es que el alcohol nos ayuda a asimilar nuestras reglas socialmente establecidas, lo absurdo de nuestra vida y moralidad; o, tal vez, sea simplemente que nos auxilia en nuestra búsqueda de eludir responsabilidades, de reír, de ser livianos y de sentir menos el peso de nuestra existencia.

Esto aplica no solo al alcohol, sino a todos los sedantes que tenemos a la mano, como la adicción a las series vía streaming, la búsqueda incesante del amor o la adicción al trabajo. Ahora, también hay que considerar que no todos los sedantes que tenemos a la mano tienen tanto peso moral como lo tiene el alcohol, pero incluso los grupos religiosos recalcitrantes se apoyan de algo para subsanar el extrañamiento del mundo.

Si lo vemos así, probablemente Charles Bukowsky podría ofrecernos una vía de discusión cuando afirma: “Creo que necesito un trago. Casi todos lo necesitan, solo que no lo saben”. ¿Podríamos confiar en esta perspectiva? Tal vez la reflexión de nuestra relación con el alcohol pueda mostrarnos a profundidad una parte de nuestra condición humana, de lo que pensamos, y nos dé la oportunidad de reflexionar sobre todas nuestras adicciones cotidianas, incluso más allá de nuestra postura moral, lo cual, me parece, es algo digno de reflexión. Mientras tanto, ¡salud!


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