Día de muertos en Las Islas

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Un éxodo me arrastra desde ciencias hasta el bello campus central. Una multitud de pláticas y exclamaciones atraviesa mi cabeza y me eleva, dejándome flojito y abierto a todo lo que viene.

Uriel Luviano/ A los Cuatro Vientos

Llego y me asaltan. Me asaltan las luces, los colores, los gritos, la multitud, los olores.

Gente, gente, botellas de cerveza en el piso, botellas en manos de universitarios, botellas en manos de colados, más botellas, humos que flotan en el aire y se enredan en mi pelo y mi ropa, olor de tabaco, marihuana y alcohol, gente, flores, sal, tierra, árboles. Gente, ofrendas, altares, escenarios, músicos, oyentes, gritantes y pasivos. Todos se reúnen en este lugar a convivir indirectamente, a ser unos con los otros, a llorar a los mismos muertos, a reír por los mismos vivos.

Una hora de buscar una cara en la penumbra, una propuesta inesperada, una hora de deambular de la mano de un sueño, de besar, de ser besado y de rodar entre la gente.

Un éxodo análogo de salida, una eternidad de espera, un taxista platicador, alegre y que me desplumó al final -con una sonrisa- pues no traía cambio, una ciudad alterada, un aire cambiado y una noche prístina.

Unas escaleras, un baño, una cama que me espera, apetecible. Un sueño, un despertar, un día más, un día único.


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